LOS CHILENITOS. Andres Rojo
Los chilenitos no son los pasteles típicos de
La Ligua o de Curacaví. No. Los chilenitos son esos personajes que viven
en masa en una ciudad que se levantó en un hoyo entre los cerros, que se
trasladan en masa fuera de Santiago para, nuevamente en masa, dedicar un
feriado larguísimo a comer y beber. Son
también los que creen que cuando se habla de ellos se habla de todos los
chilenos, olvidándose que son tan chilenos como ellos las personas que viven
fuera de Santiago y que no pueden circular por las carreteras en sentido
inverso porque la masa santiaguina ha colapsado las rutas.
Es imposible no decir al mismo
tiempo que chilenitos son los que se miran a sí mismos en un atasco de varios
kilómetros de extensión, en sus autos comprados a plazo que contaminan su
propio hogar y se preguntan ¿Qué hemos hecho mal?
La respuesta es muy sencilla: Lo
que han hecho mal es ser demasiados y creer ciegamente en que tienen todos los
derechos y ninguna de las responsabilidades.
Ninguna ciudad es capaz de soportar que todos sus habitantes tengan su
auto propio, y menos cuando se trata de una urbe encerrada por cerros sin más
que tres o cuatro salidas.
La solución, obviamente, no pasa
por repartir números, como en la fila de espera de un servicio público, para
tener derecho a salir de paseo. La
solución pasa de manera inevitable por decisiones de fondo. ¿Es el mercado por sí sólo capaz de resolver
quiénes tienen derecho a tener vehículos y quiénes pueden transitar cómodamente
por las carreteras? Sí, pero la
discriminación se hace por la vía del costo y eso no lo aceptarán los miles de
santiaguinos que creen merecerse la comodidad de un auto.
¿Puede el Estado definir quiénes
pueden tener autos y circular libremente? Tampoco, porque no se puede coartar
el derecho de las personas a comprar lo que desee y a salir de paseo.
No es fácil encontrar una solución,
pero es imprescindible comenzar a buscar un remedio, partiendo por la
constatación de que en Santiago no cabe mucha más gente. La cantidad de farmacias vendiendo
ansiolíticos, el nivel de stress confirman que se puede vivir en la capital,
pero es difícil pensar en vivir bien, es decir en paz, con seguridad y tranquilidad. La escala humana se perdió hace mucho
tiempo, posiblemente cuando se flexibilizaron por primera vez los límites
urbanos.
El otro paradigma que se debe tener
en cuenta para cualquier solución es que Santiago no es Chile ni puede
concentrar los recursos de todo el país para resolver las cosas que le han
salido mal a la capital.
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