Chile: Un caso de riesgo institucional. Juan Claudio Reyes S.
En
las últimas semanas se han provocado algunos hechos en el Congreso Nacional que
es necesario revisar, a la luz del funcionamiento de nuestras instituciones y
la capacidad de estas para dar respuesta a las aspiraciones de los ciudadanos a
los que están obligadas a responder.
El
sistema electoral chileno y la manera en que funcionan las instituciones formales,
consagrados en la constitución pinochetista hacen que la mayoría del país no se
sienta representado en ellas. Solo que parece que nuestras autoridades, de todo
tipo, parecen no darse cuenta del riesgo que significa la mantención de esa
situación.
Solo
en una semana, la Cámara de Diputados ha aprobado, exclusivamente por la vigencia
del sistema binominal y la capacidad de cooptación, por razones siempre difíciles
de explicar, tres iniciativas de alta controversia y de innegable daño para la
mayoría del país.
Ley
de Pesca, que entrega el recurso pesquero nacional a 7 familias millonarias, incluyendo
los peces que están por nacer, con derechos indefinidos y heredables; un
salario de hambre, de 193 mil pesos para los mas pobres y el rechazo por un
artilugio que hace que los votos mayoritarios sean menos que la minoría, del Informe
de una Comisión Investigadora que dijo lo que todo el país sabe y que la
derecha niega por conveniencia mezquina: que la mayor parte del sistema de educación
superior del país funciona sobre la base del lucro, prohibido en nuestra legislación.
En
teoría, las instituciones funcionan sobre la base que ellas constituyen la manera
en que la sociedad se ha puesto de acuerdo para solucionar sus controversias,
de manera ordenada y pacífica y, por tanto, su legitimidad surge de este
“acuerdo social de voluntades colectivas”.
Ello
es lo que parece definitivamente roto en nuestro esquema institucional.
Mas
allá de cualquier consideración, resulta evidente que la mayoría del país no siente
que, en el marco del funcionamiento de las instituciones del Estado, se resuelvan,
de manera justa, sus demandas y aspiraciones.
Esto
afecta a todas las instituciones y se expresa, con mayor fuerza, en la visión que
se tiene del parlamento, tal vez por la idea cierta que es allí donde se
debiera manifestar de mejor modo la opinión colectiva, a través de los que
“parlamentan en representación de todos”.
El
tema de fondo es que ello no es posible de mantener en el largo plazo y, parece
que los ciudadanos ya no están dispuestos a soportarlo.
La
pregunta es, ¿qué viene después de la renuncia de los ciudadanos, a creer en las
instituciones, frustrados por la falta de respuesta de ellas?
La
respuesta es simple e histórica. Lo que queda a la orden del día es la calle.
Allí
se expresan hoy los mapuches; los estudiantes, los habitantes de Freirina, Aysén
o Calama; las minorías sexuales y los pescadores esquilmados; las nanas que
demoran horas para llegar a sus lugares de trabajo y los trabajadores empobrecidos.
También
los deudores del sistema financiero, que pagan tasas de usura o los clientes
del retail, a los cuales los llevan a un negocio crediticio, donde lo útil es que
“no paguen”, para cobrar intereses, multas y gastos de cobranza que superan, a
veces cientos de veces el valor de lo adeudado.
Y
entonces las instituciones ya no tienen respuesta y, aunque la calle tampoco, esa
pasa a ser la nueva ágora de los desencantados.
¿Tiene
efecto que la mayoría de los ciudadanos hayan perdido la fe en las instituciones?
Si, la tiene.
Cuando
la economía crece a un ritmo mas de tres veces superior a lo que disminuye la
pobreza y el abuso parece ser el motor de ese crecimiento, ciudadanos
desencantados pueden ser llevados a experiencias límites.
Así
lo muestra la historia muchas veces. Y en todas ellas, los representantes de las
instituciones formales parece n ser los últimos en darse cuenta.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home