miércoles, junio 06, 2012

El legado del padre. Claudio Orrego.


Esta es mi última contribución como columnista de La Segunda. Mi decisión de ser candidato a la Presidencia de la República hace incompatible que siga con este espacio, el cual agradezco y he disfrutado intensamente estos últimos dieciocho meses.
El sábado último se cumplieron 30 años desde que murió mi padre, Claudio Orrego Vicuña, a los 42 años de edad. Lo recordamos, emocionados, en una misa íntima su familia y amigos más cercanos. Yo tenía 15 años cuando él partió, y todavía me cuesta acostumbrarme a su ausencia física. Así y todo, no puedo dejar de agradecer a Dios por haberlo tenido. Por todo el cariño que nos regaló mientras estuvo con nosotros. Por el tremendo ejemplo de hombre íntegro, luchador por la libertad y la justicia, y amante de su país.

En la misa, mi hijo, Claudio, que también estudia sociología, como su abuelo, leyó un bello texto escrito por él sobre “Los amigos”. En una parte señala: “Vocaciones diferentes e ideas antagónicas. Militancias incompatibles y proyectos divergentes. Pero amigos. Capaces de encontrarse con alegría renovada. A veces después de muchos años, pero siempre amigos”. “Por eso uno tiene amigos. Y es feliz de tenerlos. Los quiere a cada uno a su manera” (ver texto completo en www.claudioorrego.cl).
De mi padre aprendí muchas cosas. Algunas directamente, otras a través de sus escritos, y las más a través de sus amigos. Amigos de todas las trincheras políticas. Camaradas y adversarios. Todos me han transmitido siempre lo mismo: fue un luchador infatigable y apasionado por lo que creía, pero nunca perdió la capacidad de cultivar la amistad, tanto personal como cívica.
En tiempos en que el insulto y la descalificación son más frecuentes que el respeto y el diálogo, legados como el suyo adquieren un valor infinito. Sé que la política es dura. Pero desde ese día 2 de junio de 1982 juré que nunca dejaría que la lucha por el poder me envenenara el alma. Lucharé siempre con pasión por lo que creo, pero nunca veré a mis adversarios como enemigos. Combatiré ideas pero no personas. Y nunca, pero nunca, me sentiré avergonzado de ser amigo de personas con las que tenga “militancias incompatibles y proyectos divergentes”.
Ante el vacío insondable que deja la ausencia del padre, uno se aferra a aquello que es lo fundamental en la vida: el afecto y la amistad. No importa si el padre partió temprano o tarde, si murió o simplemente desapareció en lo cotidiano, lo cierto es que su ausencia se siente todos los días de la vida. Lo único que nos sostiene es el cariño vivido y compartido.
Han pasado 30 años, y todavía tengo vivos los recuerdos de nuestras escapadas al cine, al fútbol o a andar a caballo. Sé que uno tiene que seguir adelante. Así lo he hecho yo, con el amor incondicional de mi madre, mis hermanas y “sus” y “mis” amigos. Así lo hacen miles que se sobreponen a la pérdida de sus padres, en circunstancias muy distintas (accidentes, muertes violentas, enfermedades o abandono). No hay que quedarse anclados en el dolor de la ausencia. Lo importante es valorar el regalo que significa habernos dado la vida y descubrir ese legado paterno que todos llevamos dentro.
En su testamento espiritual mi padre nos decía: “De qué sirve vivir si no se sabe para qué”. Quizás la mejor manera de honrar la memoria de todos nuestros padres es descubrir ese propósito y vivirlo sin cálculo, sin temor y sin límites. Yo descubrí el mío en el servicio público. Siempre he entendido la política como una vocación del alma. Como una actividad noble que busca transformar la realidad de injusticia y construir entre todos el bien común. Hoy, en que coinciden mi última columna con el aniversario de la muerte de mi padre, renuevo mi compromiso de ser fiel a su legado: vivir con un sentido, servir a los más pobres y honrar lo más sagrado entre los seres humanos: la amistad. Muchas Gracias.

Claudio Orrego Larraín
Candidato a la Presidencia de la República