De Cara al Futuro. Los Abajo Firmantes....
El
país vive nuevos tiempos. Los chilenos y chilenas manifiestan disposición y
energía para enfrentar los desafíos. Las mentes están puestas en el futuro que
anhelan y la forma de transformarlo en un mejor presente. Queremos entrar a ese
debate y hacerlo desde lo que somos. De cara al país, como siempre hemos
actuado.
Quienes
pensamos, soñamos y escribimos lo que estas páginas expresan, somos parte de
esos muchos que lucharon por restablecer la libertad y por construir un Chile
más próspero, equitativo y solidario, así como jóvenes de esos tiempos que nos
sentimos solidarios con la tarea realizada. Estamos orgullosos de la obra
lograda en más de 20 años de gobierno de la Concertación: hoy impera la
democracia, el país es otro, y se han ampliado las posibilidades para que todos
puedan realizar sus proyectos de vida. Sabemos que se abre un nuevo ciclo para
el desarrollo del país. Participar en el debate serio de las ideas que lo deben
inspirar, es el propósito de este documento.
Nuestro
orgullo por lo hecho no nubla la autocrítica por lo pendiente. Si fuimos
derrotados en las últimas elecciones fue porque nuestros éxitos y fracasos nos
llevaron a ello.
Nuestros
éxitos, debido a que la identidad concertacionista dejó de ser diferenciadora,
porque la hicimos identidad de todo el país: democrática, transformadora,
garantía de gobernabilidad y sobre todo, comprometida con los problemas,
dolores, sueños y protección de nuestro pueblo.
Nuestros
fracasos, porque con el correr del tiempo, algunos dejaron de entender la
sociedad que cambiaba, en gran medida gracias a nuestra propia acción política,
y a la vez, porque desalentamos y enrabiamos a muchos con divisiones y
rencillas sin sentido en la dirigencia de la Concertación.
Sería
absurdo proclamar que la obra hecha fue perfecta, pero sí decimos con
convicción que esos más de 20 años, que van desde el plebiscito de 1988 hasta
el término del gobierno de Michelle Bachelet, están entre los más exitosos de
nuestra historia patria: se dibujó y se puso en marcha el proyecto político de
un mejor país para todos. Lo decisivo en la hora presente es no extraviar la
brújula, para poder retomar aquel rumbo. Precisamente por la maciza obra que
construimos, hoy podemos plantearnos como nación metas más ambiciosas que antes
no podíamos ni siquiera imaginar.
La
historia es una sucesión de peldaños donde todo se construye a partir de lo que
otros hicieron o dejaron de hacer, y no la obra de individualistas iluminados
que piensan que con ellos el mundo comienza desde cero. Tener pasado es parte
de las certezas que da la experiencia para enfrentar el futuro, sabiendo que al
terminar no llegaremos tampoco a la perfección y que otros emprenderán obras
hoy impensables, gracias a lo que nos disponemos a hacer. Siempre habrá
desafíos e injusticias nuevas que superar, nunca habrá espacio para el
conformismo entre nosotros.
Ad
portas de importantes eventos electorales, que serán decisivos para definir el
rumbo que adopte el país, invitamos al debate a todos los chilenos y chilenas
que anhelan un Chile más inclusivo y justo.
I.-
Un proyecto de país vigente
El
país que dejamos al partir del gobierno no tiene nada que ver con aquel que
recibimos, cualquiera que sea el ámbito que se mire: el avance democrático, la
promoción y el respeto de los derechos fundamentales, la subordinación militar
a la autoridad civil, los avances en modernización del Estado y la
transparencia pública, lo hecho en protección social, el Auge, la triplicación
del ingreso per cápita, la disminución drástica de la pobreza, la cobertura
sanitaria, las carreteras e infraestructura en todo Chile, ese 70% del millón
de estudiantes universitarios que es primera generación en ella, los tratados
de libre comercio con países que contienen más de 3.000 millones de personas y
el 85% del PIB mundial, el prestigio internacional del país, la libertad para
investigar, debatir y crear, y así podríamos seguir.
Pero
es mucho más que una suma de obras. Es el éxito de un camino político claro y
nuevo que se abrió en Chile cuando concluía la guerra fría y se aceleraba la
globalización. En un mundo donde a la creencia ramplona de que “crecer” es un
verbo de derecha y “distribuir” lo es de izquierda, opusimos una visión en que
crecer y distribuir se condicionan y se potencian, echando las bases de un
equilibrio dinámico entre Estado, mercado y sociedad civil.
Fue
un diseño audaz y original que tuvo fuerte impacto en América Latina y fue
valorado en todo el mundo. Una política de resultados visibles, que armonizó
los esfuerzos y anhelos de la sociedad civil, con una economía de mercado
dinámica y un Estado actuando para elevar la protección social, disminuir la
pobreza y las desigualdades y asegurar la vigencia de los derechos de los
ciudadanos. Una acción cultural orientada a terminar con un Chile de
represiones, impunidades y censuras, construyendo una sociedad y una
institucionalidad más libres, y más acogedoras de nuestra creciente diversidad.
La
historia juzgará, finalmente, el éxito de nuestra tarea pasada. Pero serán los
ciudadanos quienes evalúen y escojan nuestra propuesta de futuro.
Seguimos
siendo la apuesta de un contingente de ciudadanos de centro y de izquierda, que
recogen la mejor tradición comunitaria y libertaria de nuestro pueblo. El
socialcristianismo, la socialdemocracia y el liberal- progresismo confluyen en
un proyecto republicano que hoy debemos saber retomar. Ahí radicó el éxito de
la Concertación.
Mirado
desde hoy, toda nuestra obra suena como algo que siempre existió. Pero el
esfuerzo duró más de 20 años, enfrentando con frecuencia los bloqueos de una
derecha que resistió muchos cambios atrincherada en un sistema institucional
que, por la vía de los senadores designados, el sistema electoral binominal y
los quórums elevados para aprobar ciertas leyes, le permitía empatar su minoría
con la mayoría.
Por
cierto, aquellos con alma de detractores, siempre encontrarán “insuficiente” la
obra de constructores de realidades nuevas. No nos dejamos amilanar.
Transformamos el país de punta a cabo. Y ese cambio fue avalado por el mundo
popular, a la vez protagonista y beneficiario de él: así lo confirman los altos
índices de apoyo de los gobiernos concertacionistas, que contrastan con el
escuálido respaldo del gobierno actual.
Debemos
retomar el rumbo de futuro que la sociedad chilena se había planteado. No se
trata de volver a hacer lo mismo. Debemos emprender nuevos desafíos, más
exigentes, más complejos, más profundos, donde el progreso y la justicia social
tal como aquí se señala, guíen la acción de los gobiernos y los ciudadanos.
2.-
Nuevos y viejos problemas
Cuando
las sociedades prosperan, no es sólo necesario hacerse cargo de los rezagos que
quedaron sin respuesta: cada estadio alcanzado trae consigo nuevos problemas y también
nuevas expectativas y sueños. Porque tenemos claro cuál debe ser el rumbo que
el país debe adoptar, queremos participar
en
el debate sobre el futuro.
Nuestra
sociedad cambió y da muestras que no continuará conformándose con el actual
esquema de desigualdades vigente, partiendo por la mala distribución del
ingreso y las nuevas desigualdades que se traducen en diferentes oportunidades
para progresar y vivir. Cuando el PNUD ajusta el índice de Desarrollo Humano
alcanzado por el país según las desigualdades en educación, salud e ingresos,
Chile pierde un 19% de su potencial. Hay desigualdades carentes de toda
justificación en la configuración de los barrios de las ciudades, en el
transporte, en el uso del tiempo libre, en el acceso y costo del crédito, o el
riesgo frente a la delincuencia y las drogas. A ello se suma un sentimiento
difuso de precariedad y desamparo frente a
los
abusos de poder.
Tenemos
un sistema económico en que los éxitos alcanzados no nos pueden hacer olvidar
el alto grado de endeudamiento de los más pobres y los sectores medios, los
abusos a los consumidores, los elevados costos
de
la energía, la escasa innovación, las altas tasas de desempleo juvenil y
femenino, así como el creciente grado de concentración económica que amenaza la
competencia en el mercado interno y se transforma en una barrera para la
innovación y el emprendimiento que, es sabido, encuentran una cantera
privilegiada en las pequeñas empresas y entre los jóvenes.
La
economía chilena muestra un buen dinamismo y expectativas de crecimiento, aun
en medio de las consecuencias de la crisis internacional del 2008. Pero tenemos
que mejorar la productividad, especialmente de los sectores no exportadores,
multiplicar las oportunidades de trabajo sobre todo para jóvenes y mujeres,
potenciar nuestra matriz energética, ser mucho más audaces en destinar recursos
a investigación científica y tecnológica y asegurar una institucionalidad que
no transforme en incertidumbre los riesgos de emprender. El crecimiento de la
economía nunca es un dato asegurado. Siempre es una conquista.
Nuestro
desafío es evitar el péndulo que se concentra, por un lado, en la expansión
económica sin priorizar el valor de la igualdad, frente a otro polo extremo en
que todo es repartir, sin cuidar nuestra capacidad para generar riqueza,
empleos y mejores oportunidades.
Tenemos
una sociedad más próspera e instruida. Es aquélla de las masivas
manifestaciones callejeras, más consciente de sus derechos ciudadanos, que
presiona por una mayor participación en el reparto de la riqueza y en la toma
de decisiones en los diversos niveles del sistema político. Ello se expresa en
nuevas demandas en educación, salud, medio ambiente, las etnias, las
diversidades y minorías sexuales, las regiones, etc. La emergencia de una nueva
clase media, con sus movilizaciones masivas es una realidad central del Chile
actual.
Necesitamos
una política de mejor calidad. Tenemos un sistema político estrecho,
centralizado y desprestigiado, con partidos e instituciones desgastados ante la
opinión pública. Nos parece nefasto prolongar el empate institucionalizado del
sistema electoral binominal, que favorece una política elitista e inmovilista,
la cual, a su vez, abona el terreno para el surgimiento de caudillos populistas
que erosionan el prestigio y la validez del sistema democrático. Es el momento
de presionar con fuerza para cambiar este esquema institucional, porque más
allá de las resistencias de la UDI, contamos, según las encuestas, con un
pueblo favorable al cambio.
El
espectacular aumento del cuerpo electoral gracias a la inscripción automática,
debe abrir paso a un nuevo impulso de transformaciones políticas y
constitucionales que favorezcan la más amplia y libre deliberación democrática
y un desarrollo más equilibrado de las regiones.
Tenemos
un nuevo escenario global, con crisis que exceden las posibilidades de
respuesta de cada país y provocan incertidumbre, con redes sociales por
Internet que borran fronteras y globalizan demandas, con una interminable
cadena económica donde las oportunidades, la competencia, las amenazas y las
oportunidades pueden venir de cualquier rincón de la tierra. En tal contexto,
debemos redoblar los esfuerzos por el protagonismo activo y solidario de una
América Latina unida, que en los últimos
15 años ha sabido enfrentar los desafíos económicos con responsabilidad.
3.-
Los desafíos que vienen
Estos
viejos y nuevos problemas nos hablan de los retos que tenemos por delante, en
un escenario mundial en continua transformación:
El
primer desafío es la desigualdad: nos referimos a la desigualdad económica,
pero también a la política y a las nuevas desigualdades propias de una sociedad
más compleja.
Las
cifras muestran una inaceptable desigualdad de ingresos autónomos, la que
paradójicamente se mantiene antes y después del pago de impuestos. Esa mala
distribución se corrige parcialmente gracias a las políticas sociales diseñadas
e implementadas durante los últimos 20 años, que implican transferencias
monetarias o creación de bienes y servicios públicos, todo ello en beneficio de
los sectores más pobres, y en cierta medida, de las clases medias. La brecha
entre el primer y el último decil de ingresos se reduce a la mitad cuando se
considera la acción del Estado a través de sus distintos beneficios e
instrumentos.
Cuando
se alcanzan ingresos per cápita de US$ 15.000, el crecimiento pierde fuerza
como factor de cohesión social frente a la presión por movilidad social,
igualdad de oportunidades, acceso a la educación, la salud y al empleo, todas
cuestiones ligadas más bien a la acción política.
No
podemos competir en el mundo global sobre la base de los bajos costos de la
mano de obra. Nuestro ingreso per cápita es de los más altos de América Latina
y duplica aquéllos de China o India.
Necesitamos
competir con más conocimiento, que tiene que ver con la educación de nuestros
jóvenes, con la calidad de los trabajos y con nuevos tipos de emprendimiento,
todo ello gracias a un redoblado impulso en ciencia y tecnología.
Necesitamos,
entonces, generar más riqueza, pero también distribuirla de mejor manera. Eso
pasa por una reforma tributaria audaz y sensata, que sea eficaz y allegue
mayores recursos, pero a la vez, que sea más justa en su recaudación. Asimismo,
el sistema regulatorio en defensa de los consumidores y de la competencia debe
fortalecerse.
El
país ha alcanzado un grado de solidez y madurez en sus fundamentos
macroeconómicos y fiscales que permite colocarse objetivos más ambiciosos. Sólo
para financiar una reforma educacional de avanzada se requiere un esfuerzo de
enorme magnitud en gasto permanente. A eso se suma el gasto que debemos
afrontar para profundizar el sistema de protección social que hemos ido creando
en los últimos años. Por eso necesitamos recaudar más. Porque hemos aprendido
que todo gasto permanente del fisco debe
tener
asociado un ingreso también permanente.
Y
por otro lado, se requiere mayor equidad en el sistema. El sistema regulatorio
en defensa de consumidores y de la competencia requiere cambios.Son demasiadas
las franquicias tributarias que hoy carecen de sentido económico, y que solo
terminan beneficiando a las personas de más altos ingresos.
Por
todo ello, hoy es la hora de proponer una reforma tributaria verdadera, que
siente las bases para un nuevo pacto fiscal que vaya en beneficio de la
mayoría.
Hay
que prestar atención también a las nuevas desigualdades nacidas del progreso y
a la mayor conciencia que la gente tiene de su carencia de justificación. Entre
ellas destaca la desigualdad de género, tan presente en nuestra sociedad. Las
mujeres siguen teniendo salarios más bajos, sufren violencia intrafamiliar y
otros abusos y discriminaciones que debemos erradicar. Uno de los temas
sensibles es la baja incorporación de la mujer al mundo del trabajo remunerado.
No es exageración afirmar que la pobreza en Chile tiene cara de mujer. En los
próximos años debemos acometer el más grande esfuerzo para acabar con esta
desigualdad. Empleo, educación, capacitación, salas cuna, brecha salarial,
entre otros, deben ser conceptos que orienten muy centralmente la acción social
de un próximo gobierno. Pero sobre todo: respeto, igualdad de trato, protección
frente al abuso y a la violencia. El país debe enfrentar con sentido de
comunidad la interpelación que le hace la situación de la mujer.
Pero
también la desigualdad se refleja en la política. El empate entre minoría y
mayoría en el Congreso Nacional ha provocado la indiferencia de millones de
personas, especialmente jóvenes, y ha favorecido la imagen de los políticos
como un grupo encerrado entre cuatro paredes de espaldas a la voluntad
ciudadana, con partidos políticos cuya legislación no incentiva normas claras
de democracia interna y transparencia. A ello se suma el verdadero cerrojo
institucional que imponen las leyes de quórum supra mayoritario, que impiden
algo tan básico en una democracia, como es la regla de mayoría. Y se agrega el
excesivo centralismo de nuestra estructura administrativa, que provoca un
fuerte desequilibrio regional. Si hay un denominador común en las variadas
manifestaciones sociales que se han visto en los últimos meses, es que en
ninguna de ella existió un mecanismo institucional adecuado para resolver
políticamente el tema.
Tampoco
podemos obviar las desigualdades culturales: de género, de minorías sexuales,
de los pueblos originarios y tantas otras.
La
diversidad cultural, valórica y regional de Chile es parte de su riqueza
desperdiciada por causa de la intolerancia y atavismos del pasado.
Tenemos
que continuar cambiando profundamente el país.
Hay
que introducir mayor igualdad en todos sus ámbitos. Nos proponemos avanzar en
la igualdad de oportunidades, incentivando conjuntamente la iniciativa de
personas, localidades, comunidades y empresas. Para saltar al futuro,
necesitamos convertir la solidaridad y la inclusión en principios de
convivencia y fundamento de las políticas públicas. Hay que volver a articular
la libertad de elección de cada persona con un “piso” garantizado que proteja a
los más vulnerables y mitigue los riesgos y fracasos a que se ven expuestos
ciertos grupos sociales y personas.
Así
entendida, en toda la amplitud que abarca, la lucha contra las desigualdades no
es una suma de medidas aisladas. Es una lógica, una actitud, una manera de
mirar y actuar a favor del progreso de Chile.
El
desafío productivo. Chile no puede seguir actuando como hasta ahora si quiere
mantener altas tasas de crecimiento que creen más y mejores empleos así como
espacio para mayores recaudaciones fiscales.
A
la luz de todos los antecedentes mundiales, la productividad y la capacitación
laboral son la clave más decisiva y de más rápido impacto en la superación de
las desigualdades. Aparte de las necesidades de toda la economía, solo el
sector minero está demandando 300.000 personas calificadas para emprender su
plan de expansión sin parangón en volumen y tecnología. Necesitamos una
capacidad laboral mucho mayor a la actual.
Asimismo
el mundo se ha hecho más competitivo y los tratados de libre comercio dejan de
aportarnos ventajas similares a aquéllas de sus inicios. La calidad de nuestras
exportaciones, el valor agregado de nuestros bienes y servicios, se transforman
en un desafío ineludible si queremos mantener en los próximos 20 años el
dinamismo económico del país. Nuestras exportaciones se encuentran concentradas
en no más de una decena de productos, parte sustancial de ellos, commodities
(cobre, otros minerales, papel y celulosa). Debemos “descommoditizar” lo que
ahora producimos y crear nuevos sectores económicos, tomando la delantera en
materia tecnológica y comercial, abriendo nuevas posibilidades al
emprendimiento y fortaleciendo, de paso, las ciencias aplicadas que están
asombrosamente postergadas en su acceso a recursos públicos respecto a las
ciencias básicas.
En
otras palabras, nuestro desafío no es solo la cantidad de crecimiento, sino muy
centralmente su calidad.
El
desafío ambiental. El país necesita y demanda un mayor rigor ambiental en
nuestras prácticas como individuos, como sector productivo y como comunidad.
Los desafíos ambientales son de tal magnitud, que solo puede aumentar la
sensibilidad de la población sobre los riesgos de la contaminación, como lo ha
señalado recientemente las NU.
El
mundo enfrenta un peligro cierto de calentamiento global. Para el caso de
nuestro país, tenemos una baja emisión de CO2 por habitante en comparación con
los países desarrollados, pero debemos reducirla a menos de la mitad para el
2050, y eso requiere un gigantesco esfuerzo. Mayor, cuando nuestra generación
termoeléctrica va en aumento. No es solo un tema de calidad ambiental para
quienes vivimos en Chile, sino una exigencia mundial que abrirá o cerrará
puertas a nuestras exportaciones. Ya la medición de la “huella de carbono” es
una exigencia creciente en el mundo, especialmente para materias primas,
alimentos y productos forestales que representan el grueso de nuestras
exportaciones.
En
un país como el nuestro, que es una potencia emergente en la producción de
alimentos de la dieta mediterránea (frutas, paltas, salmones, vinos, etc.), el
calentamiento global anuncia, además, serias amenazas para nuestra agricultura,
sector que da empleo a muchas más personas que la minería. Todo indica que
enfrentamos el riesgo de una mayor desertificación en el Norte Chico y la Zona
Central del país, mientras aumentan las lluvias en la zona austral. Esto puede
provocar desplazamientos dramáticos de cultivos hacia el
sur.
Y no estamos preparados para ello.
La
“huella de agua” (cantidad de agua para que un producto llegue al consumidor
final) es la exigencia que viene tras la huella de carbono. Seremos 9.000
millones de seres humanos en 2050 en toda la tierra. El agua no alcanzará si no
se hace un considerable esfuerzo de racionalización. En el caso de Chile, y no
solo por la sequía que ahora nos ha aquejado, hay zonas completas donde el agua
escasea. No alcanza para cubrir la suma del consumo humano, más las necesidades
de riego y los requerimientos del sector productivo. La desalinización es una
realidad en el Norte Grande. Las prácticas, inversiones y políticas en el uso
del agua, tanto públicas como privadas, deben responder a esta situación
crecientemente restrictiva.
Las
regulaciones en el uso y propiedad del agua deben ajustarse a ellas, por lo
cual es indispensable una revisión de la actual legislación aumentando las
facultades de la autoridad respectiva.
Las
normas ambientales con que operan nuestras industrias y ciudades han mejorado,
pero están bajo los estándares alcanzados por países de igual o superior nivel
de ingreso. Esas normas deben hacerse más rigurosas, en especial aquéllas
relativas a los medios de transporte, centrales termoeléctricas, fundiciones,
faenas mineras y uso de la leña, que son grandes generadores de CO2. Por otra
parte, el trámite de los nuevos proyectos de inversión debe ser más ágil: la
lentitud y engorro nunca ha sido sinónimo de rigor. La nueva institucionalidad
ambiental y la entrada en vigencia de los Tribunales Ambientales ofrecen una buena
oportunidad de avanzar en la línea señalada; sin embargo, la judialización
exacerbada, la indecisión para definir reglas y criterios claros, por ejemplo
en materia energética, conspiran contra la actividad productiva y una real
defensa del medio ambiente.
El
fomento del transporte público, el rechazo a rebajas demagógicas de los
impuestos a los combustibles (lo que termina abaratando la contaminación), la
creación de “impuestos verdes” que castiguen a los contaminadores, son todas
políticas que el futuro del país nos impone.
El
desafío educacional. El tema educacional ha sido puesto con fuerza en la agenda
pública por el movimiento estudiantil y se transformó en una demanda que
atraviesa todos los demás desafíos que vivimos como país. No partimos de cero,
porque en los últimos años, contrariamente a lo que algunos intentan hacer
aparecer, ha habido importantes avances. Pero afirmamos categóricamente que
para acelerar la mejora de la calidad y la equidad en el sistema, debemos
emprender reformas estructurales.
En
primer lugar, debemos retomar el importante impulso que se le dio a la
educación pre escolar en el gobierno anterior. Nuestra meta no puede ser otra
que la cobertura universal, porque de otra manera, estaremos condenando a los
niños provenientes de familias más vulnerables a un comienzo desigual que
después no se podrá revertir. Paralelamente se impone una revisión profunda en
todo el sistema escolar. Afortunadamente contaremos con la institucionalidad
recientemente aprobada para asegurar la calidad en todos los establecimientos,
públicos, particulares subvencionados y privados pagados. Debemos ahora
asegurar que esa institucionalidad funcione con todo el rigor que requiere, de
manera que nadie pueda hacer de la educación un negocio lucrativo a costa de la
calidad de la enseñanza. Debemos reformar, también, el actual sistema de
financiamiento compartido. La evidencia muestra que el sistema de copago en los
liceos y colegios ha generado una segregación inaceptable en nuestro sistema
educacional. Y debemos hacernos cargos de dos deudas. Por un lado, la de
fortalecer la carrera docente y la gestión de escuelas porque, sabemos, gran
parte de esta tarea se juega al interior de las escuelas y de la sala de
clases. Por otro lado, tenemos como país una deuda con la educación pública.
Debemos invertir fuertemente en aquel sistema, priorizar inversión en ella,
llevar a los mejores maestros a sus aulas, y otorgarle una nueva arquitectura
institucional que logre superar las falencias evidentes de la municipalización.
Los
estudiantes también colocaron el tema de la educación superior al frente de las
prioridades. Las falencias del sistema universitario actual se han hecho
notorias en estos meses. Se debe recuperar para el sistema en su conjunto, esa
noble tradición de excelencia que tuvieron nuestras universidades, las que
fueron internacionalmente reconocidas y prestigiadas. Para ello es
indispensable que ellas mismas hagan un esfuerzo en tal sentido y que el país
cuente con una institucionalidad de acreditación ajena a los intereses de los
afectados,
rigurosa, de alto estándar y objetiva, capaz de valorar la calidad en la
formación de profesionales y en la investigación científico técnica. Así mismo,
el sistema de financiamiento para estudiantes exige una revisión profunda a fin
de garantizar que no sea el ingreso de sus familias una barrera para la
juventud que anhela y tiene méritos para acceder a la universidad. Al igual, el
país tiene una deuda con la educación superior técnico profesional que la
equidad y el desarrollo nacional nos exigen superar.
El
desafío energético. Chile tiene costos de energía entre los más altos de los
países de la OCDE y son los que más han aumentado en los últimos años. Ese
incremento también incide en la pérdida de competitividad de nuestras
actividades productivas. Según el Consejo Asesor para el Desarrollo Eléctrico,
la situación será más crítica a partir de 2017 , o sea, durante el próximo
gobierno. Impedir esa crisis anunciada supone iniciar ahora las obras que
puedan estar en operación para esa fecha. El tema ha adquirido dimensión de
problema-país y nadie serio puede rehuirlo.
La
forma más barata de aumentar capacidad eléctrica en el mundo es mediante más
eficiencia energética, o sea, la capacidad para seguir haciendo lo mismo pero
con menos electricidad, lo que incluye ampolletas y electrodomésticos más
eficientes, mejorar los sistemas de transmisión y distribución, así como un uso
mejor en el sector productivo. Pero ni aun con el nivel alcanzado por los
países más eficientes en esta materia, será suficiente para enfrentar el
problema.
Nos
vemos obligados, entonces, a recurrir a otras formas de generación que han
alcanzado su desarrollo en el último tiempo., como las energías renovables no
convencionales (ERNC), para las cuales el país tiene inmejorables condiciones
geográficas. El impulso de centrales hidroeléctricas de pasada, de la energía
eólica, del seguimiento de los avances en la generación mareomotriz para un
país de miles de kilómetros de costa, de la geotermia, pero muy especialmente,
de la energía solar que se ha expandido en diversas latitudes, para lo cual la
zona norte presenta condiciones excepcionales. Hoy la energía solar está
reduciendo sus costos.
Chile
debe ponerse a la punta de ese esfuerzo no solo como generador sino como centro
tecnológico de punta.
Pero
no vendamos ilusiones: por si solas, las ERNC no resuelven el problema actual,
y por ende, no es evitable hacer opciones en otras formas de generación
energética, algunas limpias, como la hidráulica, y otras por ahora
insustituibles, pero contaminantes, como la termoeléctrica, que sin embargo
puede mejorar su estándar de pureza con nuevas tecnologías. La opción ambiental
que se expresa en la movilización contra energías limpias, es una de las
paradojas del país.
El
desafío de un nuevo trato con los pueblos originarios. El país tiene una deuda
con los pueblos originarios. Luego de la Ley Indígena en 1993 y de la
aprobación del Convenio 169 de la OIT en 2009, es indispensable establecer un
reconocimiento constitucional de los pueblos originarios y sus derechos.
Chile
debe asumir la multiculturalidad en todas sus dimensiones y dotarse de un
aparato institucional capaz de diseñar e implementar políticas indígenas al más
alto nivel. Para ello, debe crearse un Consejo Nacional de los Pueblos
Indígenas que los represente y que siendo autónomo, sea capaz de interactuar
con los diversos órganos del Estado y la sociedad.
Debe
diseñarse un plan especial de restitución de tierras para quienes cuenten con
títulos ancestrales reconocidos y favorecer el desarrollo indígena combinando
los avances propios de la economía moderna con sus tradiciones, tanto en las
regiones del sur como en el norte. Hay que implementar, también, el estatuto
especial de la isla Rapa Nui y de la ley sobre borde costero, llamado
lafquenche.
Las
políticas públicas deben implementarse con pertinencia indígena en aquellas
localidades donde haya una presencia significativa de pueblos originarios. Debe
dictarse una ley sobre consulta y participación de los pueblos originarios para
alcanzar una adecuada implementación del Convenio 169 de la OIT, tanto a nivel
de los órganos centrales del Estado como de los Gobiernos Regionales y los
Municipios.
Debe
favorecerse el desarrollo cultural de los pueblos originarios fomentando el uso
de sus lenguas y haciendo un catastro nacional de sus costumbres para que
tengan adecuado valor jurídico.
El
desafío de la revolución en el pensamiento social. El desarrollo científico
tecnológico, la expansión de las redes sociales, la conciencia de la globalidad
y de la insuficiencia de las recetas clásicas para enfrentar los nuevos
desafíos, han generado una revolución del pensamiento social en el mundo,
incluido nuestro país. Entre los pilares de este cambio está la alta
revalorización de lo colectivo. Ello se expresa en el valor de las redes, de la
pertenencia a espacios compartidos que deben ser más abiertos y equitativos, de
la necesidad de la acción común para lograr anhelos que individualmente son
imposibles de alcanzar, la defensa de intereses colectivos o difusos, especialmente
de los consumidores y en el medio ambiente. Esta no es solo una referencia a
los movimientos sociales de los últimos tiempos. Abarca toda la sociedad,
incluidas las empresas, donde se hace central el rol que juegan las personas y
el trabajo en equipo en la creación de valor y donde se extiende la conciencia
que la empresa es un espacio de colaboración entre muchos (trabajadores,
proveedores, entorno) para competir exitosamente. Todo esto reafirma el rol de
lo colectivo en el conjunto de la sociedad, cambiando una mirada excesivamente
individualista de tiempos anteriores.
El
desafío de nuevos cambios políticos.
Es
urgente revalorizar la acción política haciendo primar el bien común por sobre
los intereses de grupo o personales; volver a despertar en los ciudadanos el
interés y la preocupación por el paísy su futuro. Ya lo dijimos: para lograr
nuestros desafíos, hay que dar un nuevo impulso al sistema político. Se
requiere un profundo cambio en la Constitución, para abrir paso a una
institucionalidad política más amplia, más libre y más participativa.
Necesitamos la mayor deliberación democrática. Debemos reemplazar el sistema
electoral binominal por uno proporcional corregido; terminar con el sistema de
leyes de quórum supramayoritario; impulsar una verdadera regionalización y
formas nuevas de participación directa de los ciudadanos en la decisión de los
asuntos públicos, como elplebiscito y la iniciativa popular de ley; promover la
participación de la mujer en la política a través de medidas legales que la
favorezcan; fortalecer a los partidos políticos; regular mejor y aplicar el
máximo grado de transparencia en la relación entre dinero y política; redefinir
las políticas públicas orientadas a integrar y a apoyar nuevas formas de
contribución al desarrollo y la equidad; mejorar la protección de los derechos
fundamentales a través de la creación del defensor de los ciudadanos y la
justicia contencioso administrativa.
4.-
Una amplia alianza social y política por los cambios
La
discusión sobre las alianzas políticas en la oposición quizás tenga
ingredientes instrumentales y electorales, pero subyacen en ella visiones
divergentes. La tesis de una Concertación que se abre a un pacto electoral con
otras fuerzas opositoras, como el PC, el MAS u otras colectividades, no es
conciliable con la tesis de un “frente de izquierda” excluyente que
posteriormente buscaría concordar con la DC. La fuerza matriz del cambio en
Chile, como lo ha demostrado la historia, es la alianza del centro y la
izquierda, con un solo programa y un accionar unido desde el inicio, bajo la
impronta de un proyecto político compartido de transformaciones viables. Que la
derrota en la última elección presidencial no nos haga olvidar lo que tan
duramente aprendimos.
La
Concertación expresó en estos últimos decenios la convicción de que sólo una
alianza sólida entre el centro y la izquierda democrática constituye un piso
para impulsar los cambios que se necesitan. Fue esa alianza la que derrotó a la
dictadura y más tarde hizo prosperar al país, favoreciendo especialmente a los
más vulnerables.
No
compartimos la decisión de terminar con el bloque mayoritario por los cambios
que congrega a la izquierda democrática y el centro, para ilusionarse con un
agrupación solo de izquierda que sería incapaz de
impulsar
transformaciones sólidas e irreversibles.
Mantenemos
la convicción, grabada a punta de desgarros por el quiebre de la democracia en
1973, luego por la victoria sobre la dictadura y más tarde por la obra de la
Concertación, que un bloque mayoritario por los cambios -–sea cuál sea el
nombre que éste finalmente adopte-- unido en propuestas y accionar, es
condición indispensable para promover transformaciones reales y profundas.
Cambios con la solidez que dan la gradualidad y la paz, a diferencia de esa
inmediatez y radicalidad que “en nombre del pueblo” pero sin parte suficiente
de él, lejos de ampliar nuestra base de apoyo social la reduce, marginando a
muchos y perpetuándonos en una minoría electoral que imposibilita materializar
los cambios que el nuevo Chile requiere.
Nos
sentimos parte de aquellos que en la Concertación han tenido el valor de hacer
oír su reclamo frente al intento de liquidar la alianza del centro con la
izquierda, soñando con inviables entendimientos posteriores, a partir de
propuestas en confrontación precisamente por entrar a disputar un mismo
electorado. Los que callan también son responsables.
Todo
nos habla de nuevos tiempos. El gobierno de derecha no ha logrado dibujar una
promesa de futuro para el país. Está en nosotros ganar la próxima elección
presidencial. Tal como en las vísperas del año 90 la Concertación bulló en
trabajo intelectual para enfrentar responsablemente los desafíos que
aproximaban, hoy es necesario ponerse a la tarea, con renovado entusiasmo, con responsabilidad
política y sentido de urgencia.
Todo
Chile mira hacia el futuro. Los llamamos a emprender juntos este desafío.
PD:
Consecuentes con este llamado final, nuestro documento está abierto a la
adhesión de todos los que suscriban los contenidos centrales que lo atraviesan.
Si desea adherir puede hacerlo al correo pjc@invquilimari.cl
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