Coalición, programa y candidato… en este orden. Rodolfo Fortunatti
Una
estrategia política consiste en mantener coherentemente integrados a través del
tiempo cinco aspectos cruciales de la decisión de formar y hacer gobierno.
Primero, un diagnóstico de la realidad que se busca cambiar. Segundo, una idea
del proyecto común con el que se espera cambiar esta realidad. Tercero, una
configuración de las fuerzas políticas y sociales que concurren a la formación
de la mayoría necesaria para ganar y sustentar el proceso. Cuarto, una noción
acerca de las condiciones nacionales que favorecen la realización de dicho
proyecto. Y quinto, una visión del escenario internacional que asegura su
viabilidad. Desde sus orígenes la Democracia Cristiana ha cautelado este conjunto
de factores y prioridades de su estrategia política.
Hoy
parece estar buscando un diseño totalmente distinto y reñido con su tradición.
Sobre el fondo del reciente pacto DC PS, cuya motivación fundamental, se ha
dicho, consistiría en alinear a la Concertación detrás de la figura de la ex
Presidenta Michelle Bachelet, los diputados Roberto León y Gabriel Silber, han
sugerido no dilatar más las cosas y proclamarla de una vez en la próxima Junta
Nacional. Con ello, la definición del candidato presidencial pasa a
constituirse en la primera prioridad de la estrategia política. Y, lo que
resulta en un paso aún más temerario, esta decisión pasa a ser lo más
importante cuando todavía la tienda carece de un diagnóstico sobre las causas
de la derrota, no tiene un programa que ofrecer al país, ni ha perfilado su
política de alianzas futura.
Durante
meses, e incansablemente, sectores internos han instado a la actual mesa a
realizar el VI Congreso de la colectividad —que, por estatuto, corresponde
efectuar cada cuatro años— y, de este modo, zanjar las alternativas estratégicas.
Durante meses, también, han exhortado a la reactivación del Frente de
Profesionales encargado del diseño programático. Y no han sido pocas las
ocasiones en que los militantes han demandado la celebración de una junta nacional
para sancionar los pactos electorales que pretende construir para enfrentar los
próximos desafíos. Todo ello en medio de una de las mayores crisis sociales,
pérdida de representatividad de las instituciones y vacío de poder. Hoy, cuando
se fija la realización de la Junta Nacional para dentro de un par de meses,
ocurre que su principal preocupación quisiera ser una proclamación que ni su
privilegiado socio y dueño de la candidatura, ve con buenos ojos.
No
está de más decir que éste es un camino equivocado. Es poner la carreta delante
de los bueyes; es el candidato hecho estrategia. La presencia y vitalidad de la
Democracia Cristiana nunca ha dependido de sus figuras. Por eso, Tomic decía con
sabiduría que nadie era más grande que el partido y, que no eran las flores las
que daban vida a las plantas, sino sus raíces. Y las raíces de la falange están
en sus valores, en sus ideas, en la convicción y voluntad de sus militantes. En
todo aquello por lo cual el país ha depositado su confianza en ella.
Porque,
si todo se reduce a un liderazgo, ¿qué sentido tendría pertenecer a un partido
político?
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