martes, septiembre 13, 2011

Carta a un joven estudiante . Eugenio Tironi


Han salido a las calles. Han puesto en riesgo su año escolar. Han colocado sobre la mesa cuestiones que los adultos ya habíamos encasillado en el sagrario de lo indisputable. No han tenido reparos en tachar muchos aspectos del pasado como "un fracaso colosal". Tampoco para proclamar "que debe existir un sistema mejor y que deben encontrarlo". Ni impugnar el paradigma del "cambio ordenado, evolutivo". O rebelarse ante la perspectiva de ser una "generación repetitiva".


Margaret Mead, una de las mayores antropólogas de todos los tiempos, escribió en 1969 un libro en el que intentaba comprender qué estaba detrás de todo eso, presente en los movimientos estudiantiles que sacudían a los países desarrollados. Empleó para ello lo que había aprendido de las sociedades primitivas. En la base de todo, concluyó, estaba la ruptura generacional. Ese quiebre cultural que se produce cuando se vuelve transparente que las nuevas generaciones "nunca experimentarán lo que hemos experimentado nosotros, y nosotros nunca podremos experimentar" lo que ellas están viviendo.
Esto es lo que está pasando en Chile. Ustedes nunca vivieron ni vivirán lo que nos tocó a nosotros. El desplome de un mundo. La culpa. El miedo. Las crisis salvajes. La adaptación. Y todas las postergaciones y humillaciones a las que obliga la construcción de un orden colectivo capaz de actuar como dique ante la violencia y la miseria.
Las generaciones que vinieron después de la mía lo vivieron de otro modo. Alejandro Zambra (1975), en sus "Formas de volver a casa", comenta que al observar a los adultos escuchando en la radio las noticias de allanamientos y de muertos, "los niños entendíamos, súbitamente, que no éramos tan importantes". Ustedes no han sido todo lo que hubiesen deseado, pero han sido más importantes; mucho más.
Nosotros, a nuestra vez, nunca experimentamos lo que están experimentando ustedes. No vivimos en un país con este nivel de vida y de oportunidades. No dispusimos del horizonte cultural que abre la escolaridad que ustedes poseen, y para qué decir internet. No tuvimos a nuestro alcance una adolescencia tan prolongada, y las consiguientes posibilidades para la rebeldía. En otras palabras, nosotros nunca fuimos tan jóvenes como lo son ustedes.
Están en su derecho a ser críticos ante este sistema. Él es nuestro, no de ustedes. No serían jóvenes si no lo cuestionaran. Dicho esto, deben saber lo que sentimos.
Por un lado nos da orgullo verlos, pues confirma que nuestros sacrificios no fueron en balde. Por el otro, estamos desconcertados y algo asustados. No comprendemos lo qué está pasando, ni a qué conduce. Nuestro mapa cognitivo se quedó obsoleto. Guardamos la ilusión de que las cosas volverán a la "normalidad", que "retomarán su rumbo". Pero, ¿si lo que se está abriendo es una nueva época, en la que ya no somos más los protagonistas?
Les ofrecemos ensanchar las puertas para acceder al sistema, y nos expresan que quieren revisar sus fundamentos. Les proponemos aumentar la cantidad, y nos retrucan que desean hablar sobre el sentido. Les argumentamos desde la racionalidad, y nos responden desde la moralidad. Son totalmente inmunes a nuestro relato.
Sentimos haber perdido autoridad. Rechazan nuestra memoria, nuestros tabúes, nuestros modelos. Como dice Mead, se rebelan a mirar "el futuro como una prolongación del pasado". Nuestra experiencia, por ende, no es un referente a seguir.
Podemos comprenderlos y apoyarlos, pero no nos pidan que nos pleguemos a vuestros planteamientos. Somos adultos, no jóvenes, y como tales estamos condenados a actuar hasta el fin de nuestros días. Por el bien de todos, incluyendo el vuestro.