domingo, junio 05, 2011

Ladridos cardenalicios. Carlos Peña

Si la escena no estuviera en youtube, sería de no creerla. En ella se ve al cardenal Jorge Medina ladrando entusiasta. Hay ladridos tímidos, otros severos, algunos delicados, gruñidos de variada índole y al final solo bufidos. Toda la gama de ruidos que emiten los miembros de la especie perruna son ejecutados, con entusiasmo y esmero, por el cardenal Medina ante las cámaras, mientras una banda musical hace sonar Pluma Gay. Concentrado, el cardenal, para hacer mejor los ladridos (ladrar exige, al parecer, un diafragma bien puesto) pide una silla que el conductor del programa, solícito, y reprimiendo la risa, le alcanza.


Pluma Gay suena una, dos veces. Y el cardenal, siguiendo concentrado el ritmo, ladra.
¿Qué pudo ocurrir para que el cardenal Medina -siempre pronto a dar consejos y establecer restricciones- se pusiera a hacer payasadas ante las cámaras?
Jorge Medina solía ser un cardenal severo y polémico, dispuesto a dar opiniones terminantes en cuestiones de moral sin problema alguno. Tenía incluso un cierto aire de dignidad que obligaba al público a poner atención a lo que decía, así fuera sólo para discrepar de él. Esta semana no había sido, aparentemente, la excepción. El día martes, consultado acerca del proyecto de vida en común -que tiene a la UDI con los nervios de punta- había declarado:
"Si una persona tiene una tendencia homosexual debe evitar el contacto con personas homosexuales, porque sabemos dónde puede terminar esta cosa" .
¿Había entonces que rechazar el proyecto?
Por supuesto, había dicho el cardenal.
"La iniciativa -continuó- es lamentable, porque no se trata de reglamentar las uniones de hecho, sean heterosexuales u homosexuales, sino que se trata de favorecerlas. Favorecer estas uniones desde el punto de vista de la ley significa darle un golpe a la estabilidad del matrimonio e introducir un elemento más que va a debilitar esta institución".
La opinión del cardenal aparentaba ser sensata.
Si las uniones de hecho se reglamentan -si se las saca de la sombra de la informalidad- entonces, advertía él, se las legitima, se las recubre con un barniz de respetabilidad. Así entonces lo que hoy es irregular, pasa a ser regular; lo que es ilegal, legal; lo que es incorrecto pasa a ser, desde el punto de vista de las reglas, correcto. Las uniones homosexuales que hasta ahora eran invisibles para la ley, pasarán a plena luz ¿Acaso eso no significa actuar a favor de su existencia? Y una vez que se las favorece ¿no se desmedra y corroe a la familia heterosexual?
El cardenal Medina subrayaba apenas una media verdad.
Es cierto que la regularización de las uniones de hecho las legitima. Y ello incluye, por supuesto, a las uniones homosexuales. Pero ese no es un defecto, sino una virtud de la regulación ¿Por qué el Estado no habría de legitimar y considerar correcta desde el punto de vista civil la decisión de dos personas adultas solemnemente manifestada? Sí, es cierto. La regulación de las uniones de hecho, heterosexuales y homosexuales, las favorece; pero eso es lo mismo que decir que favorece la decisión libremente consentida de personas adultas ¿Y por qué no habría de ser así?
La segunda parte del argumento del cardenal Medina no es, por su parte, ni siquiera una media verdad. Del hecho que se regularicen las uniones de hecho no se sigue un debilitamiento del matrimonio ¿Acaso alguien cree que las personas adultas van a dejar de contraer matrimonio o romper el que tienen vigente ante la perspectiva de emprender una unión de hecho regulada por la ley? ¿Tan feble es la unión matrimonial que una simple regulación alternativa acabaría amohosándola?
Ninguno de esos argumentos del día martes parece muy firme.
Pero aunque no eran firmes tenían el empeño de ser argumentos y el cardenal Jorge Medina, arbitrario y todo, era capaz de formularlos. Y entonces la ciudadanía, ajizada por la arbitrariedad del cardenal, se sentía estimulada a responder y a dar argumentos que enriquecían la vida cívica.
Todo eso duró, sin embargo, hasta el jueves por la noche.
Entonces fue que el cardenal -casi como en una despedida de su vida pública- se puso a dar ladridos.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

peor hubiera sido verlo bailar twis o cumbia.Cienty

09 junio, 2011 18:14  

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