Obama de visita. HÉCTOR CASANUEVA
La reciente columna de Cristián Fuentes sobre la visita de Obama motiva a intervenir en la reflexión en torno a esta gira y en general las relaciones con Estados Unidos. La visita a América Latina puede tener varias lecturas. La elección de los países a visitar también, especialmente con respecto a aquellos excluidos. ¿Por qué no Argentina, que pertenece al G-20 y es una de las tres economías más grandes de la región? Tema de análisis y elucubraciones.
Pero Brasil, sin dudas, es destino obligado, es la séptima economía del mundo, ha sido un poco díscolo en temas sensibles para Estados Unidos, pretende sentarse de manera permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, y está inaugurando un nuevo gobierno del PT con matices favorables a una relación futura más convergente. El Salvador, una señal para restañar heridas dejadas por una de las intervenciones más groseras de Estados Unidos en la región, ahora en un proceso democrático y de crecimiento con un liderazgo sensato que hay que reafirmar. Y Chile, la estrella del sur, asociado con un TLC pionero, con un modelo de desarrollo exitoso, un soft power reconocido internacionalmente que hay que reforzar desde el Norte, elegido como ejemplo a seguir, con un gobierno de derechas todavía marcado en ciertos círculos por el pinochetismo irredento, y por ello Obama equilibrará las cosas reuniéndose también con tres ex presidentes de la Concertación.
¿Significa esta visita un nuevo enfoque en la relación de Estados Unidos con América Latina, que históricamente ha sido, por decir lo menos, compleja, muy heterogénea e irritante? Algo de ello creímos ver en Jamaica en la Cumbre de las Américas, al inaugurarse la administración Obama. Después no ha habido mucha carne, más allá de los discursos. Los personeros norteamericanos que explican las razones y alcances de la visita de Obama a la región, no pueden mostrar avances concretos que permitan sustentarla, y por ello hay un cierto escepticismo en los círculos políticos sobre los resultados. Por cierto los gobiernos anfitriones -especialmente el chileno- tratarán de magnificarla, y no se puede negar que el hecho mismo tiene mucha significación, pero no necesariamente toda la que esperamos.
Algunos analistas, como Moisés Naím, le dan importancia solo a la visita a Brasil, y los otros dos serían solo para completar. O sea, Chile y El Salvador serían los teloneros. Puede ser, pero ya hemos dicho que estos dos países tienen un peso interesante en la geopolítica regional vista desde Washington. También se dice que la visita solo es como “por no dejar”, para que no se diga que ha descuidado la región ante tanto conflicto e intereses superiores en otras latitudes. También puede ser, pero una América Latina que crece más que nadie, que se ha ordenado, que es fuente de oportunidades a las inversiones, que se ha ajustado -hasta Chávez incluso- a ciertos parámetros homologables con el corpus del ideario occidental, y que está en la mira hace rato ya de China. Es una región a la que hay que atender y dar importancia.
Así como la sabiduría popular nos dice que no hay enemigo chico, hoy por hoy tampoco hay amigo chico, en esta hipercomunicada e interdependiente globalización.
Pero para que esta visita -durante la cual Obama envió un mensaje a la región desde la CEPAL en Santiago (¿mensaje “urbi et orbi?), ya veremos qué trae de nuevo o de concreto- tenga proyecciones e inaugure una nueva etapa para sus relaciones con la región, como algunos más optimistas esperamos, podemos mencionar dos condiciones políticas: una, que depende solamente de nuestros países, es conseguir un consenso básico muy pragmático y equilibrado sobre como relacionarnos con los Estados Unidos, más allá de ideologismos, peso del pasado y coyunturas. No parece fácil, pero se debe insistir, y en ello la convergencia entre Brasil, Chile, México, Perú, Colombia, El Salvador, Panamá, Uruguay y otras naciones puede ser determinante. La otra condición, que depende de Estados Unidos, es que con sus políticas de acercamiento favorezca efectivamente el consenso regional que se requiere, y se allane a entenderse con la región en su conjunto, lo que no ha hecho históricamente, pues ha privilegiado en los hechos más bien unas relaciones bilaterales generadoras de divisiones y hasta enfrentamientos. Ello no significa dejar de lado la relación bilateral específica, pero en un contexto de relaciones integradoras y de cooperación multilateralizada. Y menciono para ello el ejemplo de la relación Europa-América Latina, que desde 1987, primero, e institucionalizadamente desde la Cumbre de Río de 1999, funciona sobre unas bases consensuadas y evolutivas, de diálogo político, comercio y cooperación, en cuyo marco se han suscrito los acuerdos de asociación con Chile, México, Centroamérica, y se negocian con Perú, Colombia y el Mercosur, de manera que dichos tratados sean convergentes hacia una zona eurolatinoamericana de libre comercio, lo que sin dudas servirá de base a entendimientos mayores en cuanto al nuevo orden internacional y los desafíos globales. Para esa nueva forma de entendimiento, Chile puede y debe jugar un papel importante de articulador desde los organismos regionales de integración a los que pertenece.
Las situaciones históricas son diferentes, pero debemos situarnos en una perspectiva de futuro. Así, es posible pensar que con los Estados Unidos podemos tener una relación similar a la que tenemos con Europa, lo que además completaría la trilateral estratégica que muchos especialistas proponen.
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