viernes, enero 28, 2011

“Repo Men”, una advertencia sobre la gobernabilidad del futuro. Héctor Casanueva. Vicerrrector de Investigación y Desarrollo, Universidad Pedro de Valdivia Representante en Chile de “The Millennium Project Future Studies and Research”

El thriller de ciencia ficción “Repo Men”, que alcanzó el cuarto lugar de la taquilla en Estados Unidos, estrenada en países latinos con el pésimo título de “Los recolectores”, se sitúa en un futuro no muy lejano y trata básicamente sobre un tipo de empleados de una empresa privada fabricante y proveedora de órganos para personas que requieren reemplazar el suyo para seguir viviendo, que se dedican de manera cruenta y sin escrúpulos, a recuperar el órgano implantado cuando el cliente que lo ha comprado a crédito no puede seguir pagando las
mensualidades. Ello, se entiende, dentro de la legalidad de un contrato previamente firmado
por el cliente, es decir, todo conforme a la ley.


El sistema tiene la misma lógica que rige actualmente cuando una persona compra a plazos un
auto, una casa, o un televisor, y no puede cumplir con el crédito: llega un momento en que le
quitan el auto, la casa o el televisor. En Estados Unidos los repo-men son quienes hacen esta
labor, solo que en el caso del film, el retiro del bien implica la muerte del moroso.

La película, basada en la novela de Eric García “The Repossession Mambo”, si bien se puede
clasificar dentro del género de ciencia ficción, no está lejos de la realidad actual en cuanto a la
generación de órganos, ya sea artificiales, clonados o mixtos, en la que hoy por hoy están
empeñadas empresas privadas que destinan ingentes recursos a la investigación y el
desarrollo de lo que se denomina “singularidad”, es decir, la bio-info-cogno-tecnología, que es
la convergencia de estas ciencias y técnicas para producir nuevos materiales, nuevas formas
de vida e inteligencia artificial, e innovar en su generación, procurando soluciones específicas
para la superación tanto de patologías y minusvalías, como para temas de carácter global
como la producción de energía, alimentos, la mitigación de los efectos del cambio climático, la
web 17.0, mundos virtuales, por citar algunos.

Ya existen impresoras 3D capaces de fabricar objetos, y no está lejano el momento en que
puedan “imprimir” células y órganos, según afirma con aprensión Salim Ismail, ex
vicepresidente de Yahoo! y actual rector de Singularity University de Silicon Valley. Craig
Verter, el descubridor del genoma humano, ha conseguido crear vida sintética, una bacteria
cuyo padre es, por lo tanto, un computador. Según Ismail, es el inicio de la vida sintética: “yo
crecí programando computadores. Los jóvenes ahora crecen programando la Internet. La
próxima generación de niños estará programando la vida. No tenemos ningún mecanismo en
nuestra sociedad para lidiar con estos adelantos”.

¿Qué significaría lidiar con estos adelantos? Como lo advierte el informe “State of the Future
2010”, del think tank global de estudios de futuro “The Millennium Project”, ni más ni menos que
hacerse cargo de las consecuencias éticas, jurídicas y prácticas de estos y cientos de otros
descubrimientos en CyT que están ocurriendo cotidianamente en el mundo, sin regulaciones
firmes más allá de la propia conciencia de los dueños de los laboratorios privados que los
patrocinan y de los científicos que trabajan en ellos.

Por una parte, cabe preguntarse hasta donde es lícito llegar, por ejemplo, en la creación de
vida. La corriente trans-humanista afirma que la especie humana no es el fin sino el comienzo
de la evolución, y que liberada del peso de la biología, tiene ahora en sus manos su propia

creación. Podemos aventurar que esta concepción puede conducir a la producción de seres
humanos “a la carta”.

Ya el 20% de la población norteamericana puede considerarse “cyborgs”, organismos híbridos
entre biológicos y cibernéticos, al tener implantado en su cuerpo elementos artificiales que
corrigen deficiencias o potencian capacidades.

La conexión del cerebro en tiempo real con bases de datos, por la implantación de un chip, es
una realidad que revolucionará el concepto mismo de inteligencia y las bases de la educación.
Y así hay cientos de nuevas situaciones que nos deberían preocupar, no para frenar la
investigación y los avances, sino para asegurar que estos no se nos van de las manos y sean
siempre en beneficio de la humanidad.

En cuanto a la película que originó este artículo, la pregunta que motiva y queda flotando es si
a la producción privada de órganos -y por ende a la salud misma- se puede aplicar la misma
lógica comercial y del derecho civil que a la compraventa de objetos y servicios, con futuros
“cobradores del frac” y receptores judiciales embargando el corazón, un riñón, los pulmones o
el hígado de pacientes morosos. ¿No será hora que nuestros políticos -porque se trata de eso,
de decisiones que corresponde al Estado tomar- se den cuenta de lo que viene ocurriendo en
el mundo de la ciencia y la tecnología, se genere un debate a fondo para definir
anticipadamente los bienes públicos que debe ser preservados, y poner a tiempo los límites
desde la ética y el derecho, a las consecuencias indeseadas de dejar solamente en manos de
empresas y laboratorios privados cosas tan relevantes para el destino de la especie humana?