domingo, enero 16, 2011

La patrulla juvenil. Carlos Peña

Carlos Peña.jpgEl nombramiento de Allamand y Matthei como ministros tiene un valor más sentimental que político. Más que aplausos, debiera sacar lágrimas. Hace más o menos veinte años atrás, el hoy día ministro de Defensa y la recién nombrada ministra del Trabajo -ambos eran jóvenes y el futuro no tenía orillas- soñaban con hacerse del poder y con erigir una derecha liberal que fuera capaz, por fin, de hacerle la cruz al régimen de Pinochet.
Nada de eso ocurrió. De pronto todo -la amistad, los sueños y los planes- se vinieron abajo.


Los celos -el asunto era humano, demasiado humano- se interpusieron y todos saben lo que pasó: Piñera vivió uno de sus momentos más dolorosos, al extremo de encanecer de un día para otro, y el sólo recuerdo de esos días todavía debe causarle escozor. Su intervención en un programa periodístico mediante un amigo de fidelidad perruna -Pedro Pablo Díaz- fue denunciada, y entonces todo hizo augurar que Piñera estaba sepultado y con él Matthei y Allamand. Y el amigo de fidelidad perruna, se supuso entonces, se moriría para siempre de vergüenza.
Pero nada de eso ocurrió probando, por enésima vez, que en política los muertos cargan efectivamente adobes.
Pedro Pablo Díaz -el amigo de fidelidad perruna, que ejecutaba instrucciones indignas sin siquiera chistar- funge hoy de embajador en Australia. Allamand y Matthei -nunca se supo si eran víctimas o victimarios de ese incidente bochornoso- fueron elegidos senadores.
Y acaban de ser nombrados ministros.
¿Se recompuso acaso la patrulla juvenil?
Por supuesto que no.
De juvenil ya no tiene desgraciadamente nada. Hay menos pelos, más canas, más arrugas, más cicatrices, menos énfasis, y los sueños son más modestos. Y la realidad de hoy es apenas un pálido remedo del brillante futuro que entonces -en esos años felices, cuando el virus de la envidia y la competencia aún no lograba infectarlos- fueron capaces de soñar.
Allamand -¿habrá otro político en la derecha chilena con más capacidad para ser presidente y, a la vez, con menos posibilidades de serlo?- será a contar de esta tarde ministro de Defensa y sucesor de Ravinet, ese inefable. Revistará las tropas y hará otras cosas de esa índole. Es poco -para qué engañarse- para alguien que hace apenas veinte años soñaba con el premio mayor. Matthei -¿habrá otra mujer más inteligente que ella en la derecha chilena?- sucederá a Merino, una ministra que se empeñó, con porfía digna de mejor causa, en desmentir el cargo que ejercía.
Nada muy glamoroso como se ve. Si juzgamos esos cargos a la altura de los sueños que tuvo la patrulla juvenil, no son nada. Si los miramos desde el punto de vista de su importancia política, son menos todavía.
Pero, ¿son quizá importantes para los partidos que Allamand y Matthei integran, los que, así, adquieren influencia directa en el Gobierno? ¿Tal vez Allamand y Matthei son el "caballo de troya" de Renovación Nacional y de la UDI que, de esta manera, podrán poco a poco recuperar influencia?
En absoluto. Esa conjetura parece no conocer la independencia de Matthei (acababa de promover una ley de aborto desde la UDI) y de Allamand (su proyecto para legalizar la convivencia homosexual todavía irrita al conservadurismo que dirige al partido). Pensar que Allamand y Matthei representarán los intereses estratégicos de sus partidos al interior del gabinete, es desconocer que ambos han sobrevivido, y han tenido éxito en política, gracias al peso de su personalidad. La subjetividad de Allamand y Matthei gravita mucho más que su adscripción al partido.
Ese es el secreto de su resiliencia y de su pérdida. La clave de su sobrevivencia y de su fracaso.
Por eso quizá el lunes, cuando lleguen a sus despachos, miren las oficinas, el escritorio fiscal, y especialmente la foto de Piñera, sonriendo a sus espaldas, no puedan evitar recordar con nostalgia esos días felices de la patrulla juvenil cuando todo era azul, el futuro parecía un mar sin orillas y el poder estaba al alcance de la mano. Y se dirán para sí entonces que la historia es, sin duda, irónica, y que siempre, o casi siempre, acaba burlándose de la gente que, como ellos, creyó alguna vez que podría dirigirla casi con el dedo meñique y desde la insolencia de la juventud.