Benjamín Menares. Cristián Warnken
Tú no lo conociste, lector; era uno de los guardias nocturnos de nuestra plaza, una pequeña plaza como otras en el mundo. No apareció en ningún titular de ningún diario ni en el noticiario central el día de su muerte. Porque no mató a nadie, porque no se ganó el Loto, ni maltrató a su mujer. ¿Cómo iba a ser noticia, entonces?
Era un ilustre desconocido como tantos millones que deambulan hoy por la ciudad. Pero su sonrisa nos iluminaba más que los faroles del alumbrado público cuando llegábamos en la noche a nuestras casas.
Una sonrisa así no se olvida nunca, aunque sea la de un anónimo en la multitud, un don nadie.
¿Pero quién es "alguien", de verdad? ¿No somos todos unos "nadie", destinados a eclipsarnos en el anonimato de la muerte, más temprano o más tarde? Tras la paletada sobre un "alguien" o un "nadie", nos espera a todos el ineludible olvido. Para la mayoría de los que visitan nuestra plaza, él era un guardia más, un guardia sin rostro ni nombre. Un guardia del Delta 14: así se nombra en la jerga de las empresas de seguridad privada a los puntos de vigilancia de esta comuna. No puedo sacarme del alma su saludo cordial. Su sonrisa llena de dulzura me despierta en sueños. Lo veo venir a pedir agua caliente para hacerse el enésimo "cafecito" con los que capeaba las duras noches de invierno en esa estrecha casucha verde donde pernoctaba. Ahí tal vez sufrió de soledad y frío.
Supimos de su muerte tarde, un mes después. Ni nos percatamos de que no había vuelto, tan distraídos andamos por nuestras vidas satisfechas, ignorantes de las historias de tantos que cruzamos sin ver.
¿A cuántos no les haría falta una sonrisa así, a cuántos que, rodeados de rejas y alarmas y perros, no están protegidos del peligro peor de todos, el que hace más daño: el desamor y la falta de sentido? Don Benjamín regalaba su saludo y su sonrisa, sobre todo en las horas más difíciles, en mitad de la noche, que es cuando nos visitan nuestros peores monstruos y fantasmas.
Sándor Márai, el gran novelista húngaro, dijo que los personajes que más le emocionaban eran esos seres anónimos: el que clasifica las cartas en el correo, el mozo que te sirve un café, la señora que limpia los baños del hotel por donde pasaste, o sea todos los que hacen que funcione el mundo. La gran literatura rusa -Dostoyevski, Gogol, Chéjov- está llena de ellos. Es Akaky Akakievich, el infortunado personaje de "El capote". Es Benjamín Menares, el guardia nocturno de nuestra plaza, brillando como una estrella más entre millones de estrellas apagadas en la noche. El mundo cambiará cuando ellos sean titulares en los diarios, y no por un escándalo ni una epopeya o un chascarro: eso ocurrirá cuando nos interesemos de verdad en la luz propia que emana de ellos. El mundo no se cae a pedazos en este mismo instante porque hay muchos Benjamín Menares que lo cuidan -a lo mejor sin saberlo- en sus respectivos "deltas".
A todos nos fue dado cuidar un pedazo del mundo en el lugar que nos tocó nacer o estar. Pero no todos somos buenos guardias, no todos sonreímos como él en medio de la noche. Es fácil sonreír cuando se cuida el propio jardín, pero, ¿cuántos de nosotros llevamos una sonrisa al jardín y la plaza de los otros?
Una vez que termines de leer estas líneas, probablemente Benjamín Menares ya no existirá nunca más para ti. Será su minuto de gloria en una columna de un periódico, y luego lo borrarás del implacable disco duro que es nuestra frágil memoria. Así desaparece imperceptiblemente de nuestro precario campo de visión todo lo mínimo y crucial de lo que están tejidas nuestras vidas. Probablemente, al cabo de unos meses ya su sonrisa no me buscará en los intersticios de mi frágil recuerdo. Por eso, inscribo su nombre en esta página, como quien levanta una animita más en esta carretera que es la vida, y que cruzamos todas las noches a la velocidad del olvido.
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