jueves, agosto 26, 2010

Maritain, Mounier, Castillo y las elecciones de la DC. Hector Casanueva.

Cuando las palabras en boga son “cambio” y “renovación”, tanto en la política nacional como en la interna de los partidos, recurrir a Maritain, Mounier y al maestro Jaime Castillo para comentar y opinar sobre las próximas elecciones de directiva del Partido Demócrata Cristiano podría parecer un despropósito, por decir lo menos. Más bien por el contrario, hay que volver a los fundamentos, a las raíces, cuando se enfrenta una crisis general de la política, y una particular de mi partido en el que milito desde los catorce años. Dicho sea de paso, afortunadamente sin las dudas existenciales que llevaron a algunos a abandonarlo durante la Revolución en Libertad, por encontrarla lenta o poco profunda, y a otros durante la dictadura, por encontrar esta más acorde con la línea de los tiempos. Menos aún durante la última campaña presidencial, en la que muchos de los que hoy rompen lanzas y rasgan vestiduras por haber perdido el gobierno, y que no le hacen mucho el quite a contemporizar con la derecha, fueron los agoreros de la derrota, se restaban de los actos, de la exposición pública, del compromiso visible, y usaban la prensa para emitir opiniones personales relativizando nuestra opción.
 Las próximas elecciones de directiva del PDC –y lo mismo vale para los demás partidos- no tienen relevancia solamente para sus militantes, sino para la política en general, y en especial para la marcha futura del país, en una nueva coyuntura, con un gobierno de derechas que también enfrenta un proceso de adaptación luego de estar veinte años fuera del poder y de la gestión del Estado. Así como no da lo mismo quien gobierna el país, no da lo mismo quien gobierna en los partidos.
 
El maltrato a la persona que se va imponiendo en las relaciones internas, queda ausente la relación directa entre política y ética, entre pensamiento y acción, y entonces podemos entender el descrédito de la política.
Aquí entramos en la cuestión valórica  -la vieja cuestión de la ética y la política, tan bien expuesta por Maritain en Humanismo Integral y El hombre y el Estado- y que el filósofo pone como cuestión central cuando señala: “La racionalización moral de la vida política implica el reconocimiento de los fines esencialmente humanos de la existencia política y de sus raíces más profundas: justicia, ley y mutua amistad….para basar la actividad política no solamente en avaricias, celos, egoísmos, orgullos y supercherías infantiles.” Es una advertencia: si las personas a lo largo de la evolución de la humanidad hemos internalizado históricamente ciertos valores, como la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero éstos se mantienen sólo en cuanto protegen la esfera de lo individual, sin trasladarse a la vida social, hay ahí una claudicación, y se tornan tolerables las desigualdades, se valida la indiferencia por el destino del prójimo, y legitiman las conductas que a pretexto de lo “práctico”, de lo “oportuno”, o de lo inmediatamente rentable, sacrifican una línea de conducta solidaria, fraterna y de respeto por el prójimo. ¿Cuánto de esto ocurre efectivamente en nuestro partido? Es una pregunta que nos interpela a todos, para revisar como nos relacionamos entre camaradas y hasta donde solemos llegar en descalificaciones y menosprecio para ganar una elección o levantar una candidatura.
Las implicaciones de una dualidad valórica personal-social son graves en la acción política, y se manifiestan en las decisiones cotidianas que se deben tomar. No es lo mismo decidir, por ejemplo, materias presupuestarias, o de seguridad ciudadana, según se haga desde un contexto valórico liberal-individualista, que desde uno personal-comunitario. Como tampoco es lo mismo el manejo de las comunicaciones, de las relaciones exteriores o de las políticas de vivienda. Si miramos algunas conductas políticas cotidianas, como candidatos del partido que en su propaganda ocultan su militancia, o se desmarcan de las posiciones comunes, o que ofrecen imposibles, o el maltrato a la persona que se va imponiendo en las relaciones internas, queda ausente la relación directa entre política y ética, entre pensamiento y acción, y entonces podemos entender el descrédito de la política. Dice Maritain que hay que tener “convicción de que el trabajo político por excelencia es el de convertir la vida diaria en una vida mejor y más fraterna, y el de esforzarse en hacer de la estructura de las leyes, instituciones y costumbres de esa vida diaria, un hogar para ser habitado por los hermanos”.

Pero además, pensando en las elecciones partidarias del 29-A, no hay que perder de vista que el objetivo de un partido político es llegar al poder para realizar su programa, basado en una doctrina y de acuerdo a la realidad del momento. El éxito de un partido se mide por aproximaciones a ese máximo que es llegar al gobierno. Desde la oposición a nivel nacional, o en la gestión a nivel local, debe ser eficiente, organizado, sistemático, y ello requiere de unas estructuras adecuadas y una conducción firme y constante. Ya decía Mounier: “una revolución puede fracasar tanto por un error sobre el hombre como por un error sobre la táctica”. Un partido debe actuar en muchos frentes a la vez: el local a través de concejales y alcaldes; el legislativo y fiscalizador a través de los parlamentarios; el de gobierno a través de ministros y cargos públicos; y en la base de la sociedad civil, potenciando las organizaciones comunitarias. En cada uno de esos planos, debe rendir el máximo y los militantes comprometidos en cada una de esas tareas, dedicarse al cien por ciento a ellas. De ahí que la conducción partidaria requiera de militantes comprometidos en exclusiva a esa tarea, y cada uno cumpliendo con lo suyo. Esa sinergia es la que permite que un partido sea exitoso en la propuesta, el testimonio y el compromiso que exige la vida política.
Situada la DC en la oposición por voluntad popular, tiene tres tareas por delante:una, de vigilancia estricta al gobierno, para evitar el desmantelamiento de lo avanzado no sólo en estos veinte años, sino las conquistas históricas que la DC ha legado al país en derechos humanos, sociales y políticos, y proteger a los ciudadanos frente a los abusos públicos o privados. Dos, de propuesta activa para seguir profundizando vía legislativa y gestión local las transformaciones que permitan a Chile ser un país integralmente desarrollado. Tres, levantar nuevamente la opción de la DC como alternativa de gobierno en una Concertación renovada, acorde con la era actual y con los nuevos desafíos para la construcción de una sociedad más justa. El maestro Jaime Castillo lo decía, poco antes de morir: “la exigencia por un humanismo integral no ha cesado”. Y podemos citar nuevamente a Maritain: “esta es tarea ardua, paradójica y heroica: porque no hay humanismo de la tibieza”.