jueves, agosto 05, 2010

Chile, un país segmentado . Rafael Gumucio R.

A la mala noticia del aumento de la pobreza – de un 13% a un 15% - se suma la de la brecha, casi insalvable entre ricos y pobres. Todos los especialistas coinciden en que las cifras de pobres superarían, fácilmente, los cuatro millones y no los dos que muestra la encuesta CASEN. El dato concerniente entre el 10% más rico y el 10% más pobre es de 46,2 veces – a favor de los primeros- aumentando la cifra de 2006, que era de 31,3 veces.

El índice GINI, que mide la desigualdad, califica de cero – completa igualdad – y al uno, máxima desigualdad. Chile subió  del 054 al 055 – considérese que Haití tiene 06 -, por lo que se colige que Chile es uno de los países más injustas de la tierra, y que en vez de reducirse la brecha, aumenta.

Da vergüenza que nuestro pretenda celebrar el Bicentenario con un número tan grande de pobre pobres y una indignante desigualdad que no se diferencia mucho del Centenario oligárquico de 1910. Es cierto que las cifras son diferentes y no en vano ha pasado un siglo, sin embargo, en lo esencial, la diferencia entre ricos y pobres, que denunciara Luís Emilio Recabarren, en su famosa conferencia en la ciudad de Rengo, en septiembre del Centenario.


El 20% de los más ricos es 16 veces superior al mismo porcentaje de los pobres; en 2006 fue de trece veces; con todos estos datos podemos constatar que vamos retrocediendo y es perfectamente válido preguntar qué diablo han hecho los gobiernos democráticos de las dos últimas décadas para remediar o, al menos, acortar tan monstruosa podredumbre en la distribución del ingreso, que seguramente tendería a crecer, considerando la educación de pésima calidad e inequidad de que hace gala el sistema chileno, sumado a un tratamiento abyecto de los pobres en los hospitales públicos.



El ingreso del 10% más rico es de $2.955.815, (que subió de $2.704.924), de los años  2006 a 2010; en el mismo período, el 10% más pobre apenas subió de $113.000 a $114.000. Las  cifras son nítidas y presentan una fotografía bastante dramática del Chile que se acerca a los 200 años.


Nada ganamos con llorar, ni con avergonzarnos: está claro que es el resultado de una política neoliberal, llevada a cabo por los distintos ministros de Hacienda de la Concertación. Es completamente torpe creer que sólo el crecimiento - vía chorreo – va a acortar la enorme brecha entre ricos y pobres sin un cambio radical de modelo, basado en la revolución educacional, en un cambio profundo del sistema de salud pública y en una política vivienda digna para todos los ciudadanos.



El sistema impositivo chileno es asimétrico y odiosamente injusto; si no procedemos a modificarlo ahora, no podremos esperar ningún cambio respecto al desafío de la pobreza; es necesario renacionalizar nuestras riquezas básicas o, al menos, un sistema impositivo, similar a otros países de la OCDE, y un royalty de, al menos, un 50% de la riqueza que las empresas extranjeras expatrían del país – al cobre se agrega el litio y otras riquezas naturales. El sistema financiero reporte este año enormes riquezas, pagando muy pocos impuestos, los mismo ocurre con grandes empresas que pertenecen a unas pocas familias, la mayoría monopolios, bipolios o tripolios, que bien podrían pagar un 50% al impuesto de primera categoría.



Por el contrario, un nuevo sistema de cargas públicas debiera favorecer a las Pymes, sobretodo a aquellas que empleen a mayor número de personas; lo mismo puede ocurrir con el famoso Iva, que podría diferenciar entre artículos de lujo y suntuarios, de aquellos de primera necesidad, que integran la canasta básica, atacando directamente a vena uno de los sustentos de la pobreza e inequidad social.