El semáforo, o la maldad llevada al extremo . Juan Claudio Reyes S.
"Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, a Mí me lo hacéis".
Mas allá de la adhesión o no a las enseñanzas del Evangelio de la Iglesia Católica, que en todo caso el Ministro Lavín dice seguir, la frase que encabeza estas líneas puede interpelar a todos los seres humanos de buena voluntad.
No es posible agredir a los mas pequeños sin que nadie jamás te diga que eres una persona mala.
Es demasiada la literatura que señala la importancia de las escuelas públicas, sobre todo las ubicadas en las poblaciones mas pobres, como mecanismo de contención social –y muchas veces moral- de los niños y jóvenes que asisten a ellas.
Así, para estas personas, los mas vulnerables de los vulnerables, todo lo que no encuentran en su hogar, en el barrio o la familia.
Con padres sin poderse preocupar de la educación, porque no saben o no pueden, el colegio pasa a ser, tantas veces, el único lugar donde pueden encontrar comida segura; algo de cariño, a veces; amistad, complicidad entre pares y, porqué no, también alguna posibilidad de salir de su situación, desgraciadamente en una ínfima proporción.
En la casa hay frío, hacinamiento, violencia, alcohol, tantas veces droga, abandono, estrechez, de espacio y de afectos. Promiscuidad, tantas veces incestos, dolor y frustración, a la que esos niños y jóvenes se tienen que acostumbrar.
Tal vez para tantos de ellos, despertarse con el sueño del mal dormir, sea el escape a una realidad mas placentera, la que le entrega “su” colegio.
Algunos de ellos incluso se acostumbran a estudiar, suponiendo que esa es su única alternativa para huir de su precaria condición. Y, gracias a Dios, algunos, muy muy poquitos, lo logran.
Así pues, la escuela o el liceo pobre es mucho, muchísimo mas que el lugar para ir a estudiar o para “cultivar la excelencia”, como supone el Ministro de Educación. Tantas veces es solo el refugio para las mejores ocho horas del día que pueden tener centenares de miles de niños en nuestro país.
Y a ellos, precisamente a ellos, ahora entonces hay que agredirlos con un semáforo, que les recuerde todos los días, que no basta con su miseria del hogar y del barrio; de la carencia de calor, abrigo, caricia filial o apoyo moral.
No, eso no basta, también hay que refregarle que aquello que es lo único cierto, “su” colegio, en el lenguaje de los pobres “vale callampa”. Su semáforo está en rojo.
Y si quiere ir a algún que valga la pena debe hacerlo a algún colegio que esté en verde, aunque en su comuna no haya ninguno.
Y mas de algún pobre ingenuo preguntará, con la inocencia del niño, si le es posible cambiarse. La mayor parte de las veces la respuesta será lapidaria, con la rudeza de la frustración, escuchará que para eso no hay plata. Claro, el colegio en verde es pagado, prohibitivo para los mas pobres.
Entonces, el “colegio refugio” estará degradado. Y esos pobres habrán sido notificados que ya nada les queda.
¿Cuál es la necesidad de tanta maldad?
Tal vez los que no tenemos tanto apego religioso, como el Ministro Lavín, no estemos en condiciones de entender que esto debe tener algún profundo sentido ético, tal vez propio de alguna Orden religiosa de la cual no somos miembros.
Mientras tanto, nuestra sociedad tiene que reaccionar. El gobierno de los asuntos públicos requiere un estándar ético adecuado a las necesidades que tiene que servir.
Y desde cualquier perspectiva religiosa o no: "Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, a Mí me lo hacéis".
A mí, en el lenguaje bíblico, a Dios; en el lenguaje mundano, a todos.
¿Será necesario tanto?
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