El progresismo en power point .Alfredo Joignant
Entendible y comprensible, la avidez por entender la “causa” de la derrota de la Concertación en enero último se torna cada vez más estéril cuando a la “explicación” —vociferada a los cuatro vientos por Vidal— se le asocia un culpable: Velasco, Expansiva, la tecnocracia, Bachelet, el clima o la mala suerte. Demasiado fácil como para ser creíble.
Es cierto que la segunda vuelta de la elección presidencial se definió por una reorientación del voto de alrededor de 200 mil electores respecto de 2006, y que tal vez bastaría con algún diagnóstico sobre la derrota en torno a pocas ideas y una que otra astucia para recuperarlos, y así, sin mucho esfuerzo, volver a ganar. ¿Sería ello suficiente para dar a luz a una Concertación coherente?
? La respuesta es no, y todo indica que la exuberancia verbal de Vidal apunta en la dirección de explicar de modo reduccionista la reciente alternancia en el poder, para fines de restauración del viejo orden mental concertacionista. En tal sentido, este tipo de explicación se ajusta a la racionalidad del power point, el que ha sido desde hace algún tiempo objeto de abundante crítica por cientistas sociales y policy makers, como consecuencia de los graves efectos de simplificación de la realidad que este instrumento puede producir.
Pues bien, el diagnóstico de la derrota ensayado por el ex ministro de Defensa se inscribe en una de dos concepciones rivales de la causalidad. La primera, banal y simplista, es la que busca una causa fácilmente discernible por todos, cuya eficacia dependerá de los recursos simbólicos y dramáticos empleados en clave de denuncia (algo así como un “yo acuso” lo suficientemente tecnologizado por el espíritu del power point como para hacer olvidar a Zola). La segunda, es aquella que se toma en serio la complejidad, y que denuncia la racionalidad del power point bajo el cargo de flojera intelectual irremediable, la que es tan propia del pensamiento mecánico que delimita una causa y circunscribe un efecto para explicar un acontecimiento (en este caso, una derrota electoral) que, en realidad, es condensación de una historia larga.
Lo preocupante de esta controversia es que, tras ella, lo que se arriesga son formas muy distintas de construcción de un nuevo programa de centro-izquierda. Si este programa, así como el proyecto histórico que debiese servirle de trasfondo, se contenta con la satisfacción política e intelectual inmediata que es producida por lo que Goody llama la “razón gráfica”, esto es, esa extraña obsesión por los efectos visuales contenidos en una curva (pongamos por caso el declive de la pobreza), en un porcentaje (el aumento del crecimiento económico) o en un gráfico (la variación histórica del Gini orientada al cero), y todo ello lo apodamos “progresismo”, entonces lo que estará primando es una concepción más inspirada en la racionalidad del power point que en la política. Con el fin de que sea la política la que se imponga, y no un progresismo de tipo power point, las fuerzas que hoy forman parte de la Concertación debiesen darse el tiempo para debatir abiertamente acerca de las preferencias y concepciones de la buena vida de cada cual. No se trata de alentar un ejercicio lúdico de intercambio de preferencias (que, dicho sea de paso, jamás ha tenido lugar desde 1988), sino más bien de refundar una coalición que no fue pensada para gobernar por dos décadas. Pues bien, la derrota, del mismo modo que la verdad, nos hace libres para pensar políticamente, deliberando sobre lo que importa: acerca de preferencias que, al acceder a la publicidad, permiten a todas las partes reconocerse legítimamente como diferentes, para así consensuar un nuevo cemento común, algo más ilustrado que la ira de mi amigo Pancho.
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