Salvar a La Nación . Carlos Peña
El futuro del diario La Nación -que durante la dictadura y la era concertacionista fue un simple altavoz gubernamental- no puede ser resuelto sin discutir primero, con claridad, la situación de los medios en Chile.
La calidad de la vida democrática depende de cuán abierto, competitivo y plural sea el mercado de los medios escritos; éstos son los que, por su índole, más se acercan al ideal del diálogo racional. Por eso, si son pocos, demasiado homogéneos, proclives a dejarse influir en la trastienda o escrupulosos con los intereses de los avisadores, la que pierde es la democracia.Y es que la democracia no sólo requiere ciudadanos provistos de derechos a quienes se consulte, cada cierto tiempo, a quién prefieren para el manejo del Estado. También exige un mercado de medios capaz de formar una opinión pública racional, inquisitiva y exigente con quien tiene a su cargo el poder.
¿Existe hoy en Chile un mercado de medios con esas características?
En nuestro país hay dos medios escritos -y privados- que logran nadar con agilidad en la industria de la comunicación masiva. Todo el resto -por torpeza de sus dueños, incapacidad de conectarse con las audiencias o preferencias de los avisadores- naufragó o subsiste a salto de mata. ¿Son suficientes esos dos medios para formar esa opinión pública alerta e inquisitiva que debiera ser la espina dorsal de la democracia? ¿Basta un mercado con dos proveedores privados para producir el máximo de beneficio a los consumidores?
Si la respuesta es negativa -si la existencia de apenas dos medios masivos no logra formar la constelación a la que Burke llamó el cuarto poder-, entonces hay buenas razones para que el Estado corrija esa falla del mercado. Un creyente de la subsidiariedad o de la economía neoclásica debiera aceptar que si los particulares no logran, por sí solos, producir un óptimo espacio de diálogo y de puntos de vista, entonces el Estado debiera ocuparse de hacerlo.
Y ahí La Nación -convenientemente transformada- podría cumplir un papel.
Habría que poner a cargo de ese diario a un directorio plural, inamovible por períodos prefijados, con miembros no renovables e independientes de los partidos. Si ello ocurriera, dejaría de ser un medio partisano o amarillo, como fue en los últimos años, y pasaría, en cambio, a ser un medio público fiel a las demandas de las audiencias y a las reglas del oficio.
Y debería, por supuesto, estar sometido a los rigores del mercado.
No hay mejor antídoto contra los medios puramente partisanos que el mercado y la necesidad de atraerse audiencias masivas. Con todos sus defectos, el mercado ha hecho más por ampliar la agenda de los medios en Chile -la de la televisión y la de la prensa- que cualquier ofensiva ideológica o utópica. Mucho de la libertad que muestra hoy la prensa en materia de costumbres ha sido ganada a contrapelo de la agenda ideológica de sus dueños y promovida, en cambio, por la necesidad de ganarse el favor de los lectores.
Si La Nación estuvo, desde la dictadura, del lado del gobierno, fue porque, liberada de financiarse, podía darse el lujo de aburrir a los lectores con propaganda o prescindir de ellos. Un diario necesitado de vender no podría permitirse ese lujo asiático que le hace mal al oficio periodístico.
Un diario como ese -independiente, plural e interesado en seducir a un público masivo- agilizaría además al mercado de los medios escritos, que siempre corre el riesgo de amodorrarse. Sobre todo, le haría bien a la democracia. ¿No sería más intenso y mejor el debate público si existieran tres medios de calidad, uno público y dos privados, en vez de apenas dos?
Si algo así ocurriera, sería cosa de no creerlo: un gobierno de derecha subiendo impuestos y fundando medios públicos.
Como para restregarse los ojos.
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La calidad de la vida democrática depende de cuán abierto, competitivo y plural sea el mercado de los medios escritos; éstos son los que, por su índole, más se acercan al ideal del diálogo racional. Por eso, si son pocos, demasiado homogéneos, proclives a dejarse influir en la trastienda o escrupulosos con los intereses de los avisadores, la que pierde es la democracia.Y es que la democracia no sólo requiere ciudadanos provistos de derechos a quienes se consulte, cada cierto tiempo, a quién prefieren para el manejo del Estado. También exige un mercado de medios capaz de formar una opinión pública racional, inquisitiva y exigente con quien tiene a su cargo el poder.
¿Existe hoy en Chile un mercado de medios con esas características?
En nuestro país hay dos medios escritos -y privados- que logran nadar con agilidad en la industria de la comunicación masiva. Todo el resto -por torpeza de sus dueños, incapacidad de conectarse con las audiencias o preferencias de los avisadores- naufragó o subsiste a salto de mata. ¿Son suficientes esos dos medios para formar esa opinión pública alerta e inquisitiva que debiera ser la espina dorsal de la democracia? ¿Basta un mercado con dos proveedores privados para producir el máximo de beneficio a los consumidores?
Si la respuesta es negativa -si la existencia de apenas dos medios masivos no logra formar la constelación a la que Burke llamó el cuarto poder-, entonces hay buenas razones para que el Estado corrija esa falla del mercado. Un creyente de la subsidiariedad o de la economía neoclásica debiera aceptar que si los particulares no logran, por sí solos, producir un óptimo espacio de diálogo y de puntos de vista, entonces el Estado debiera ocuparse de hacerlo.
Y ahí La Nación -convenientemente transformada- podría cumplir un papel.
Habría que poner a cargo de ese diario a un directorio plural, inamovible por períodos prefijados, con miembros no renovables e independientes de los partidos. Si ello ocurriera, dejaría de ser un medio partisano o amarillo, como fue en los últimos años, y pasaría, en cambio, a ser un medio público fiel a las demandas de las audiencias y a las reglas del oficio.
Y debería, por supuesto, estar sometido a los rigores del mercado.
No hay mejor antídoto contra los medios puramente partisanos que el mercado y la necesidad de atraerse audiencias masivas. Con todos sus defectos, el mercado ha hecho más por ampliar la agenda de los medios en Chile -la de la televisión y la de la prensa- que cualquier ofensiva ideológica o utópica. Mucho de la libertad que muestra hoy la prensa en materia de costumbres ha sido ganada a contrapelo de la agenda ideológica de sus dueños y promovida, en cambio, por la necesidad de ganarse el favor de los lectores.
Si La Nación estuvo, desde la dictadura, del lado del gobierno, fue porque, liberada de financiarse, podía darse el lujo de aburrir a los lectores con propaganda o prescindir de ellos. Un diario necesitado de vender no podría permitirse ese lujo asiático que le hace mal al oficio periodístico.
Un diario como ese -independiente, plural e interesado en seducir a un público masivo- agilizaría además al mercado de los medios escritos, que siempre corre el riesgo de amodorrarse. Sobre todo, le haría bien a la democracia. ¿No sería más intenso y mejor el debate público si existieran tres medios de calidad, uno público y dos privados, en vez de apenas dos?
Si algo así ocurriera, sería cosa de no creerlo: un gobierno de derecha subiendo impuestos y fundando medios públicos.
Como para restregarse los ojos.
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