viernes, mayo 28, 2010

El Presidente detrás de la DC . Ricardo Solari

El Presidente prometió el desarrollo en 8 años, pero en su discurso del 21 de mayo no expuso nada parecido a una estrategia para alcanzarlo.
La intervención fue atractiva. Cantidad de anuncios y de promesas. Como dijo un analista, fue un discurso astuto. No confrontó a la oposición ni a los Presidentes de la Concertación. En materia de énfasis, la única ruptura real con las administraciones anteriores fue en seguridad ciudadana, donde su enfoque difiere de lo que se venía realizando.
Piñera demostró que es posible hacer un discurso que promete el desarrollo a la vuelta de la esquina sin quedar mal con nadie.........Es evidente que, si se reconocen avances en muchas áreas, es más fácil. Y si no se mencionan palabras complicadas, es más simple aún. Muchos temas, pocas prioridades, muchos subsidios. Los impuestos suben, luego bajan. Todos contentos.
Pero el foco está en otro lado. Piñera pretende cambiar la correlación de fuerzas entre las actuales coaliciones. Que el país transite de la centroizquierda a la centroderecha. Que se cree un nuevo centro, “piñerista”.
El principal asunto del Presidente Piñera es lograr que la Democracia Cristiana se aproxime al gobierno. Al principio fueron sólo designaciones ministeriales aisladas e inconsultas. Hoy es un diseño completo. Concretar este objetivo cumple muchas funciones: debilita a la oposición, reduce el protagonismo parlamentario de la UDI, aporta respaldo sociocultural a un Presidente cuyo principal problema, según las encuestas, es la credibilidad.
Piñera tiene muchos incentivos para avanzar en esta senda. Es lo más parecido al camino propio que ha practicado toda su vida política. Como señaló anteayer el ministro Secretario General de la Presidencia, “si éste es el quinto gobierno de la Concertación, que me digan eso no me parece mal”.
De otro lado, una cantidad de entusiastas, en nombre del “progresismo”, tratan de facilitar el plan presidencial, promoviendo cotidianamente el fin de la Concertación y desacreditando sus logros, presumiendo, sin evidencia empírica alguna, que la izquierda tiene alguna opción de concretar sus proyectos lejos de la DC. Pero es evidente: sin la Democracia Cristiana, esta izquierda no construye una mayoría.
Es cierto que el sistema binominal opera como un muro de contención de la transformación de las actuales coaliciones. Pero la disminución del afecto mutuo puede derivar, sin dudas, en una oposición incompetente e inexistente.
El actual proceso de renovación de las directivas partidarias de la Concertación es clave. Si los partidos eligen dirigentes que valoran este pacto, existe un nuevo punto de partida. Esto ya ocurrió en el PPD, donde Carolina Tohá, figura emblemática de la coalición, asumirá la presidencia del partido. Con toda seguridad ocurrirá también en el Partido Socialista, donde los dirigentes que encabezan las dos listas principales respaldan este pacto. Es de esperar que la elección de la Democracia Cristiana camine también en esta dirección.
La Concertación requiere ratificación como alianza vigente, pero también una renovación radical de prácticas y una severa actualización de contenidos.
La oposición ha hecho un buen trabajo en el Parlamento, activo y constructivo. El proceso de renovación de las directivas partidarias es una etapa clave en la definición de su fisonomía.
Si la conformación del futuro del país depende de las coaliciones que gobiernen, la identidad programática de sus fundamentos es clave. Porque no es cuestión de gobernar por gobernar. Así sólo se configura una situación donde hay muchas promesas, pero no prioridades, y donde la obsesión por la popularidad y la aversión al conflicto terminan dominando la agenda del Ejecutivo. Y aquello nos condena el estancamiento. Ahora y también el 2018.
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