jueves, enero 28, 2010

El Partido Socialista y el futuro . Jaime Gazmuri

El Pleno del Comité Central del Partido Socialista realizado después de la derrota del 17 de enero ha demostrado un alto nivel de madurez política para enfrentar una situación en extremo compleja. La renuncia indeclinable de la mesa directiva es una señal clara de que la mayoría que ha conducido al PS en los últimos años asume la responsabilidad política que le corresponde en el resultado electoral. En el debate fue prácticamente unánime la idea de que es indispensable una rectificación de fondo en las prácticas que han caracterizado la vida interna del partido y su relación con la sociedad. La elección de la nueva mesa, encabezada por el senador electo Fulvio Rossi e integrada por representantes de prácticamente todas sus tendencias -que tendrá la tarea de dirigir al partido en el período de instalación del nuevo gobierno y de preparar las elecciones internas del 25 de abril-, debería significar el inicio del proceso de superación de la extrema fragmentación que caracteriza a la colectividad y de la construcción de una casa común de todos los socialistas. No es poco, pero es sólo el inicio de un difícil camino......Enfrentamos el desafío histórico de reconstruir una mayoría política, social y cultural, popular, democrática y progresista, capaz de disputar la dirección del país a las fuerzas conservadoras que han conquistado el gobierno y que disponen de un inmenso poder económico y comunicacional.

Para ello es indispensable, en primer lugar, abrir un amplio debate sobre las causas de nuestra derrota. No se trata de iniciar una suerte de caza de brujas sobre los responsables individuales o colectivos -reales o imaginarios- de ella, ni de "demonizar" a nadie. La cuestión es que, si no hacemos esta reflexión inevitable, no seremos capaces de discernir el sentido de las rectificaciones profundas que la sociedad nos demanda, ni los contenidos esenciales del nuevo proyecto nacional. No fuimos derrotados por gobernar mal, como sucede normalmente en las democracias. Por el contrario, el gobierno de la Concertación termina con una altísima valoración ciudadana y la Presidenta Bachelet se irá de La Moneda rodeada del cariño y el reconocimiento del pueblo a sus dotes de estadista. Tampoco ocurrió un desplazamiento de la opinión pública hacia la derecha: en primera vuelta el 55% del electorado votó candidatos identificados con la izquierda, el progresismo y la Concertación. Incluso la derecha se vistió con ropa ajena: la nuestra. Hablaron de protección social, de más y mejor Estado, de respeto a la diversidad sexual, y así por delante. La crisis de la Concertación está en la política: en su incapacidad de recoger las nuevas aspiraciones, exigencias y lenguajes de la sociedad, de ampliar la participación ciudadana para resolver sus liderazgos en todos los niveles, de proponer horizontes y sentidos de futuro. Y estas funciones son las clásicas de los partidos políticos. La crisis de la Concertación es la crisis de los partidos. No es una crisis exclusivamente chilena, pero a ella debemos abocarnos. No nos queda alternativa: tendremos que aprender a debatir entre nosotros y con la sociedad.

No habrá en Chile mayoría para transformaciones sustantivas sin la alianza entre el centro y la izquierda. Es nuestro aprendizaje esencial después de la derrota -esa sí catastrófica- de 1973. Y en Chile el centro tiene domicilio conocido: la Democracia Cristiana. En la izquierda también se abre un debate, o varios. Habrá que profundizar el entendimiento con el Partido Comunista logrado con el pacto electoral Concertación-Juntos Podemos. Y queda pendiente el antiguo -y a veces sepultado- propósito de agrupar a las fuerzas que se reconocen en los principios del socialismo democrático. El PS deberá ser un protagonista de ese empeño.

Finalmente, el eje articulador de nuestro proyecto nacional debe ser saldar la deuda que tenemos con nuestra historia: Chile sigue siendo una sociedad extremadamente desigual, a pesar de lo mucho que hemos avanzado en estos veinte años. Este no es un designio de la naturaleza: la tarea de luchar consistentemente contra las desigualdades puede comprometer a la mayoría de la nación.
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