jueves, enero 28, 2010

Cuchillo ceremonial. Rodolfo Fortunatti

La democracia de los acuerdos esgrimida por la derecha no es un falso dilema, sino el cuchillo ceremonial que intenta clavar en el corazón de la Concertación para desangrar a la Democracia Cristiana. La democracia de los acuerdos no es un asunto ideológico, no es un producto de la razón ni del debate racional, sino una escaramuza bélica dirigida a destruir al adversario. La democracia de los acuerdos es un ritual para el que siempre se hallarán disponibles profetas y sacerdotes del apocalíptico final de los partidos.
Porque, nada puede ser igual a los años de la democracia de los acuerdos. Nada puede retornarnos a los orígenes de la transición. Nada nos regresará a los poderes fácticos, ni al grueso y oscuro velo que ocultó los horrores de la dictadura. Nada nos llevará ante la figura omnipresente, y ya corrupta, del general.
Nada volverá a descubrirnos la tragedia de tres mil chilenos detenidos, ejecutados o torturadas por agentes del Estado, ni los mil trescientos cadáveres desaparecidos que nos reveló perpleja y estremecida la Comisión Rettig.Nada nos volverá al miedo, aunque sobrevendrán otros miedos, quizá el miedo a la desenfrenada concupiscencia del poder y la riqueza, pero no el miedo que nos condujo a la desmovilización y a la parálisis social. Porque, si a principios de los noventa fue necesario contener las demandas acumuladas; las urgencias de esta hora nos imponen defender los caros derechos y protecciones sociales que vinieron a paliar aquella deuda social. Si ayer debimos dar pruebas de gobernabilidad y eficiencia, veinte años en el gobierno parecen confirmar, más que deshonrar, nuestra capacidad para administrar los asuntos públicos. Sólo que ahora dejamos de ser gobierno y pasamos a la oposición, y ahora no es lo nuestro dar muestras de buena gestión e idoneidad al frente del Estado, sino velar para que ello ocurra.
No volverá la democracia de los acuerdos, el pacto obligado por los senadores designados, y por esa insoportable paridad entre mayorías y minorías que nos legó el binominal, cuando aún no había municipios democráticos ni gobiernos regionales. Ni habrá más ejercicios de enlace, piruetas militares que, como la afilada espada de Damocles, buscaban intimidar pueril y desembozadamente al primer gobierno de la transición. Hoy los soldados están en sus cuarteles, y no parecen dispuestos a perder la adhesión y el reconocimiento de su pueblo.
Podemos ignorar a los nuevos exégetas de la democracia de los acuerdos. La verdad es que nada nos obliga a mirar la crisis de 1973 a través del prisma de las planificaciones globales, del multipartidismo polarizado, del régimen presidencialista, de la acción de los grupos revolucionarios, y del Estado intervencionista. Se ha escrito otra historia y otra ciencia desde entonces, como para tomar distancia de aquellos viejos relatos.
Luego, si nos mantenemos despiertos, no tendríamos porqué caer rendidos ante la persuasiva equivalencia moral y política entre el gobierno de Aylwin y el de Piñera; esta que se nos ofrece bajo el disfraz de gobierno de unidad nacional, oposición constructiva y democracia de los acuerdos. Esta que se postula como vía legítima para transitar de un país subdesarrollado, con muchas desigualdades, a un país desarrollado y sin pobreza, cuando los mayores riesgos para la democracia ya no provienen de la dictadura, ni de la explosión de demandas, ni de los grupos revolucionarios que desafían la legitimidad del Estado, sino de la escandalosa concentración del poder político, económico y de la información, de quienes tomarán el gobierno.V Congreso.
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