martes, octubre 06, 2009

Cuestión de identidad (o el tango de Marco). Felipe Pozo.

Más allá de los alegatos familiares y de algunos de sus adherentes, los dichos del candidato independiente en Buenos Aires, hechos al calor de una conversación distendida o al frío del cálculo preciso, son categóricos: “Por ningún motivo votaré por Frei en segunda vuelta. Ni lo sueñen”.
Así, Marco, finalmente, estableció la premisa básica del sentido de su proyecto.
Las justificaciones y acomodos posteriores tienen muy poca importancia. Que se trata de la auto-reafirmación de su convencimiento de que él pasará al balotaje. Que el contexto era otra cosa. Que aún no se ha dicho la verdadera palabra y otros argumentos no ponen ni quitan contundencia al dato principal: Enríquez-Ominami quiere la derrota de la Concertación, ya sea por mano propia o ajena. Para ser más precisos, necesita que el actual oficialismo no continúe al mando del Ejecutivo. Y no se trata de un deseo mal concebido, sino de una implacable lógica política, que da cuenta de cómo las realidades se construyen en un complejo proceso dialéctico, que termina por imponer su propia consistencia
Si hacemos un poco de historia, la candidatura díscola surge en competencia con otras opciones que veían un “nicho” donde instalar las bases de una “compra de futuro”.

Marco quería competir al interior de su partido, el Socialista. Luego impulsó la idea de primarias abiertas al interior de la coalición de gobierno. Su apuesta era siempre dentro del gran baúl oficialista, con la expresa intención de remecerlo, para renovar sus liderazgos.

Si queremos hacer un símil con la sicología, se trataba de una postulación adolescente que, desafiando al poder establecido y torciendo la nariz a normas vistas como autoritarias, afirmara su propia identidad.

Bajo esa mirada, el afán marquista apuntaba a un horizonte largo, que incluía la maduración del proyecto propio y reconciliarse con el lazo umbilical.

En términos políticos, era un esfuerzo de posicionamiento que debía redundar en asumir desafíos altos en el tiempo mediato y con una correlación de fuerzas rebarajada al interior de la Concertación. Ahí estaban, con presencia natural y coherente, los diputados Valenzuela y Escobar y se esperaba que otros parlamentarios también se domiciliaran en ese piso del condominio.

Pero, la dinámica del poder dibujó otra ruta. Paso a paso, como en un guión algo caótico, se abrieron y cerraron puertas de la mano de los intereses profundos y las ventajas de ocasión. Entonces, aquello que se había fraguado como un reclamo poderoso y agresivo, pero en los márgenes del territorio común, rompió límites, se desbordó y, como dicen los intelectuales más sesudos, “a otra cosa mariposa”.

Entonces apareció Marambio en clave de conector universal de mundos dispersos, se sumó Fontaine con su energético y fantasmal socio Danús, se plegaron libremercadistas duros, ecologistas profundos, enojados de diversos pelajes.

Otro escalón más: la renuncia de Carlos Ominami al Partido Socialista y su batalla por mantener el cupo de senador allá, mientras estaba acá. Y, como aquello no resultó sustentable, la brecha se hizo todavía más honda.

Luego arribaron los humanistas, que abandonaron el Juntos Podemos y pusieron sus fuerzas a “disposición de este nuevo referente”. Por último, o penúltimo, también se sumó el MAS, con su variopinta pléyade de candidatos reclutados de todos los raspados de olla disponibles.

Como es evidente, el proyecto original pasó a ser un cadáver sin deudos. Ahora, convertido en una especie de “tercera fuerza”, el marquismo intenta encontrar su “sí mismo”. Es decir, la identidad que lo convierta en una individualidad reconocible, tanto para él como para el entorno.

Inevitablemente, la proyección de Marco está fuera de la Concertación. Resulta imprescindible, para la construcción del “sí mismo”, lavar el pecado original de su pertenencia oficialista. Claramente, Marco y los suyos no tienen sobrevivencia política conjunta si Frei gana los comicios presidenciales.

La apuesta en que devino el intento díscolo supone, necesariamente, un “big bang” concertacionista que permita recoger los fragmentos dispersos y proponer una nueva fuerza gravitacional que ordene el sistema.

Ya se ha dicho: Enríquez-Ominami, para ser y hacer lo que hoy pretende políticamente, debe completar el rito simbólico de matar a su progenitor. Y, a esta altura, no sería extraño que, en los más recónditos deseos del inconsciente del diputado, esa liturgia no sólo considere a la Concertación, sino que también a su padre adoptivo y evidente mentor, por cierto que siempre en el terreno simbólico.

En definitiva, Marco simplemente dejó evidente una cuestión que es parte de la naturaleza misma de su proyecto político. Ahora, otra cosa es qué harán los adherentes de su candidatura a la hora de enfrentar la papeleta de enero y ver los nombres que allí estén impresos. Porque, esas voluntades son individuales y no tienen por qué recorrer el mismo sendero de quien por ahora los convoca
La Nacion
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