Seguridad alimentaria y política internacional. Héctor Casanueva
Alimentar a los nueve mil millones de personas que poblarán la tierra de aquí al 2050 constituye probablemente el mayor desafío que debe enfrentar desde ahora la comunidad internacional. Algunos dirán, como en el Burlador de Sevilla: "¡cuán largo me lo fíáis!!". Pero veamos: actualmente somos seis mil quinientos millones, y ya vivimos una crisis alimentaria de proporciones, al punto que algunos señalan que la principal especie en peligro de extinción, por lo menos en gran parte de África, es la especie humana. Pero no se trata solamente de la cantidad de alimentos que es necesario producir, sino de qué tipo, como, con qué y para quienes se producen. Es una cuestión de desarrollo productivo y de comercio internacional, finanzas, ciencia y tecnología. Pero sobre todo es un tema global que afecta a la política exterior de los países y la arquitectura del sistema internacional. Porque todo ello remite finalmente al medio ambiente y el cambio climático, lo que en definitiva tiene que ver con la sustentabilidad del desarrollo.Y este es hoy el tema central de la agenda internacional y de la gestión de la política exterior, superada en sus límites decimonónicos con la emergencia de los desafíos globales que exigen un nuevo diseño de las relaciones internacionales. Este año se realizarán dos cumbres mundiales que dan cuenta de la magnitud del desafío y la necesidad de avanzar desde ya en políticas, estrategias e instrumentos de alcance global: la de Seguridad Alimentaria, en Roma en noviembre próximo, y la de Cambio Climático, en Copenhage, en diciembre. Todas estas situaciones que afectan globalmente no sólo tienen que ver con soluciones técnicas y especializadas de alcance sectorial. Para ser enfrentadas requieren fundamentalmente de un ambiente internacional cooperativo y solidario, de relaciones fluidas y dinámicas entre los nuevos y múltiples actores emergentes a la vida internacional en un mundo global, que los Estados con su política exterior deben contribuir a construir y canalizar.
Hasta ahora, por lo menos en la percepción de la opinión pública y en muchos de los actores políticos, la política exterior y los temas del medio ambiente y sectores como la agricultura son vistos de manera separada, como en diferentes compartimientos que sólo se tocan tangencialmente. Volviendo a lo dicho inicialmente, la mirada prospectiva indica que si la comunidad internacional no logra enfrentar desde ahora, coordinadamente y de forma solidaria, el desafío de la alimentación en el mundo, con sustentabilidad, haciéndose cargo del medio ambiente, las consecuencias pueden ser desastrosas. Desde luego la escasez de agua y de tierras cultivables ya está presente en las hipótesis de conflictos bélicos. Las migraciones masivas desde zonas desertificadas y degradadas, las nuevas patologías agropecuarias internacionales y las enfermedades producidas por la malnutrición, son cuestiones ya presentes que se van a intensificar en la medida que aumenta la población especialmente en las zonas más deprimidas del planeta, y van a vulnerar la estabilidad y la paz social en el mundo. Este es, ante todo, un desafío político. Mucho se ha dicho sobre la superación en el siglo XXI del Estado-nación como único actor internacional, debido a la irrupción de la sociedad civil organizada, como las ONGs, las universidades, los poderes locales o las empresas. No cabe duda que ya no es el único actor, pero su rol es insustituible como representante del bien común, sólo que ante las nuevas realidades globales debe adaptar el diseño y la gestión de la política exterior, entendiendo que ahora son otros los temas centrales de la agenda, que exigen también una nueva diplomacia.
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Hasta ahora, por lo menos en la percepción de la opinión pública y en muchos de los actores políticos, la política exterior y los temas del medio ambiente y sectores como la agricultura son vistos de manera separada, como en diferentes compartimientos que sólo se tocan tangencialmente. Volviendo a lo dicho inicialmente, la mirada prospectiva indica que si la comunidad internacional no logra enfrentar desde ahora, coordinadamente y de forma solidaria, el desafío de la alimentación en el mundo, con sustentabilidad, haciéndose cargo del medio ambiente, las consecuencias pueden ser desastrosas. Desde luego la escasez de agua y de tierras cultivables ya está presente en las hipótesis de conflictos bélicos. Las migraciones masivas desde zonas desertificadas y degradadas, las nuevas patologías agropecuarias internacionales y las enfermedades producidas por la malnutrición, son cuestiones ya presentes que se van a intensificar en la medida que aumenta la población especialmente en las zonas más deprimidas del planeta, y van a vulnerar la estabilidad y la paz social en el mundo. Este es, ante todo, un desafío político. Mucho se ha dicho sobre la superación en el siglo XXI del Estado-nación como único actor internacional, debido a la irrupción de la sociedad civil organizada, como las ONGs, las universidades, los poderes locales o las empresas. No cabe duda que ya no es el único actor, pero su rol es insustituible como representante del bien común, sólo que ante las nuevas realidades globales debe adaptar el diseño y la gestión de la política exterior, entendiendo que ahora son otros los temas centrales de la agenda, que exigen también una nueva diplomacia.
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