Mucho ruido y ¿cuántas nueces? . Jorge Navarrte P.
Que duda cabe, el recambio generacional está de moda. Más tarde que temprano, finalmente se instaló en el debate público la urgente necesidad de renovar a una clase dirigente que, tanto en el gobierno como en la oposición, ha sido protagonista de las últimas tres décadas de nuestra historia.
Alentado por los aspirantes y resistido por los incumbentes, se trata de un anhelo transversal, cuya propagación parece no reconocer fronteras políticas. En efecto, en forma adicional al vistoso esfuerzo emprendido por Marco Enríquez Ominami, también es posible registrar esta tensión al interior del oficialismo –a través de liderazgo que ejerce Claudio Orrego o Carolina Tohá, por ejemplo—, al igual como sucede con José Antonio Kast, en el caso de la oposición.
El recambio generacional es algo mucho más profundo que la sola idea de renovar los rostros. Entre otras cosas, porque nada asegura que los más jóvenes puedan hacerlo significativamente mejor que los que actualmente detentan el poder. Lo que hay detrás, sospecho, es la convicción de que estamos culminando un ciclo político, no necesariamente electoral, que pondrá fin al protagonismo de una generación que tuvo su pasado, que todavía posee algún presente, pero que definitivamente no tiene ningún futuro.
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Alentado por los aspirantes y resistido por los incumbentes, se trata de un anhelo transversal, cuya propagación parece no reconocer fronteras políticas. En efecto, en forma adicional al vistoso esfuerzo emprendido por Marco Enríquez Ominami, también es posible registrar esta tensión al interior del oficialismo –a través de liderazgo que ejerce Claudio Orrego o Carolina Tohá, por ejemplo—, al igual como sucede con José Antonio Kast, en el caso de la oposición.
El recambio generacional es algo mucho más profundo que la sola idea de renovar los rostros. Entre otras cosas, porque nada asegura que los más jóvenes puedan hacerlo significativamente mejor que los que actualmente detentan el poder. Lo que hay detrás, sospecho, es la convicción de que estamos culminando un ciclo político, no necesariamente electoral, que pondrá fin al protagonismo de una generación que tuvo su pasado, que todavía posee algún presente, pero que definitivamente no tiene ningún futuro.
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