miércoles, abril 22, 2009

Una Ética de Servicio Público. Eduardo Frei Ruiz Tagle


Partamos diciendo que el servicio público es en el mundo y el Chile de hoy un imperativo ético. Pero, si esto es así, ¿por qué entonces la gente se aleja de la política? ¿Por qué tanto desprestigio de los partidos, del parlamento o de los políticos?¿Qué le está pasando a Chile que se muestra hastiado [...]

Partamos diciendo que el servicio público es en el mundo y el Chile de hoy un imperativo ético. Pero, si esto es así, ¿por qué entonces la gente se aleja de la política? ¿Por qué tanto desprestigio de los partidos, del parlamento o de los políticos?¿Qué le está pasando a Chile que se muestra hastiado con sus dirigentes y con las opciones actuales? Justo ahora que pareciera que hemos encontrado una potencialidad económica insospechada hasta hace sólo unas décadas. Este debiera ser el tiempo de los proyectos más ambiciosos, de la unidad nacional, de los grandes consensos en los que cimentar una estrategia compartida para alcanzar el desarrollo.¿Por qué, entonces, esa sensación de incertidumbre?.

Puede que esté ocurriendo lo mismo que en pleno esplendor del salitre, en que la clase dirigente simplemente no estuvo a la altura de las circunstancias. Puede que la elite esté adormecida en el marasmo de la autocomplacencia, de la falta de ideales, de la impostura y del acostumbramiento a una visión del poder que supone que el desplome moral y a la corrupción es parte inevitable de la política.

Chile sigue teniendo una pobreza lacerante y desigualdades sociales indignantes e impresentables, y no se puede desmentir que estamos viviendo un estado de adormecimiento de la consciencia social.

Rasgamos vestiduras y tomamos posiciones en temas relativos a la moral sexual, pero cuesta entender que la pobreza, el abandono de nuestros ancianos, la certeza a priori de que cientos de miles de niños no tienen una real oportunidad de una educación de calidad, son, antes que nada, interpelaciones e imperativos éticos. Sabemos que esos niños no están en condiciones de integrarse ni menos de competir por su futuro. Y lo que es peor, sabemos que las cosas podrían ser diferentes y mucho mejores para ellos. Sin embargo, en la clase dirigente existe un enorme rechazo a los cambios. Con frecuencia se nos dice que:”El país ha aprendido con dolor que los cambios son graduales y que es irresponsable soñar con soluciones mágicas”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta sentencia? Es cierto que en el pasado la confrontación de proyectos ideológicos excluyentes llevó al país a la ingobernabilidad, a la pérdida de la democracia y al establecimiento de una larga y brutal dictadura. Pero, junto con aprender de la experiencia vivida, del valor de la democracia y del respeto a los derechos de todos, parece que la clase política también se olvidó de soñar, del idealismo y del sentido finalista de la política.

Casi no se observan discusiones sustantivas. Las propuestas alternativas son siempre procesales. Mesas de diálogo, comisiones, consejos, una o dos cámaras en el congreso, si la policía depende del Ministerio del Interior o de Defensa, si las farmacias pueden verse obligadas a vender la píldora del día después o no, si debemos incluir en el Código Penal el femicidio como una figura distinta del homicidio, si somos Bacheletistas Aliancistas o somos partidarios del desalojo, siendo ambas afirmaciones simples slogan con objetivos mediáticos.

Al final, casi siempre se proponen, con gran cobertura periodística, proyectos de ley que demoran años y años en su discusión en el Congreso, y, mientras tanto, todo sigue igual.
Ello nos ha llevado a olvidar los temas esenciales, como la calidad de la educación, el desarrollo de un modelo económico basado en las pequeñas y medianas empresas, la inversión en ciencia y tecnología, la superación de la brecha digital, la reforma del Estado, el fortalecimiento de las regiones, la política de inmigración, la ocupación del territorio, el incremento de la población, el uso sustentable de nuestros recursos naturales, el déficit energético y una política nacional de recursos hídricos, los sistemas de transporte, el tipo de ciudades que queremos, la desocupación estructural de los jóvenes entre 18 y 25 años, la construcción de “barrios” y no sólo viviendas, entre otros aspectos relevantes.

En Chile tampoco hay una discusión sobre el rol que queremos cumplir en el ámbito internacional.

Los pragmáticos y los mediáticos de la política no tienen propuestas sobre los temas de fondo.

Algunos han aprendido a olvidarse de quienes eran, a abjurar de los ideales y a imponer una lógica política del poder por el poder. Otros descubrieron que era mejor camuflarse en la buena cuña televisiva, como supuestos defensores de los “intereses de la gente”, a ver si se olvidaba su pasado y protagonismo en la dictadura. Y también están los que han emergido desde la especulación, creyendo que pueden hacer política igual como hacen sus negocios, no entendiendo que el bien común es diferente de sus intereses individuales.

Se ha calificado de auto flagelantes a todos aquellos que dentro de la concertación han intentado rebelarse contra la versión oficial del deber ser. Y se ha formado una coalición transversal entre algunos, que siempre se han sentido predestinados a dirigir el país, y otros, que siempre ha tenido un especial olfato para el poder. Se han construido maquinarias y fracciones que son verdaderos nidos de operadores políticos, con un estilo desprovisto de moral, y que sin pudor gestionan prebendas y el cuoteo de los cargos de la administración pública.
Se han cerrado los espacios y se ha silenciado a una generación, que se formó en la dictadura y que luchó tenazmente por la recuperación de la democracia. Esta tiranía de estilos y uso del poder se ha impuesto en la derecha, en el centro y en la izquierda. En la Concertación y en la Alianza. Y también en la Democracia Cristiana. Por esto es que más de la mitad del país no ejerce su derecho a sufragio. Por eso es que todas las encuestas demuestran que casi un 60% de los chilenos no se identifica con ningún sector político. Es más declara un gran rechazo a las alternativas existentes.

¿Qué le está pasando a Chile?

Le está pasando que se agotó el tiempo de la política entendida como un trueque en que todo es comerciable.
Le está pasando que ha perdido la confianza en su dirigencia.

Le está pasando que no ve sueños ni ideales, y que ya no cree en las palabras vacías y en las frases rimbombantes.
Le está pasando que no está dispuesto a tolerar la falta de consistencia,, la mentira y el oportunismo.
Como decía Eduardo Frei Montalva, en su discurso de la Patria Joven: “Una alta moral esta pidiendo Chile”.

Sin embargo, los pueblos son más sabios que sus aduladores. Algo nuevo se está gestando. Afortunadamente los que se han enceguecido con el poder no pueden ver nada del hastío que ya los está reemplazando. Lo importante es transformar ese hastío en un cambio profundo. Un cambio desde los valores, desde lo mejor de nuestras tradiciones, desde una genuina ética de servicio público. Algo de lo que nos destruyó en el pasado ha sobrevivido. Debemos clausurar ese pasado, recordando lo que nunca se podrá olvidar, pero superando definitivamente esa sentencia sobre la imposibilidad de soñar. No tenemos porqué ser herederos de los miedos y los errores de otros.

Hay que soñar, hay que imaginar, hay que abrir las puertas y las ventanas para que entre el aire limpio que Chile quiere respirar desde hace tiempo.

La política no es lo que algunos quieren hacernos creer.

La política puede ser distinta.

La política puede ser un ejercicio ético.

La política puede vivirse y practicarse como personas normales.
Chile está exigiendo una incuestionable ética de servicio público a sus dirigentes, partidos y coaliciones.
Chile quiere ver idealismo y generosidad en los hechos y no en la retórica, quiere consecuencia, quiere desprendimiento, quiere eficacia, quiere que las autoridades sean competentes, quiere que se reconozca el mérito, quiere probidad y transparencia, quiere eficiencia y menos justificaciones, menos manejo mediático y más seriedad. Menos descalificaciones y conflictos absurdos y más acuerdos para trabajar en conjunto por el país. Chile no quiere más anuncios pirotécnicos que terminan en desastres como el Transantiago.

Chile quiere honestidad en la dirección. Exige grandeza y está harto de pequeñez.

Por eso es que una genuina ética de servicio público se nos exige a gritos en cada rincón del país.

Eduardo Frei Ruiz Tagle

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