lunes, marzo 09, 2009

Tomic, más actual que nunca.Álvaro Ramis


Ésta no es la hora para escuchar las veleidades principescas de quienes prefieren mantener el statu quo que apostar a la audaz esperanza de encontrar caminos para salir del atolladero político.
Hace cuarenta años, Radomiro Tomic sostuvo una tesis que a pesar del paso del tiempo no ha perdido vigencia. Lo que intuyó es que en Chile no es posible alcanzar los grandes objetivos democratizadores y de justicia social que la gran mayoría de la nación anhela sin consolidar antes "la unidad política y social del pueblo".
Esta unidad no la concebía sólo como un pacto entre partidos, sino como la construcción de un bloque histórico por los cambios, que permita al centro y a la izquierda, junto a la sociedad civil organizada, alcanzar metas de progreso económico, de superación de las desigualdades y de construcción de un Estado capaz de garantizar, en forma cada vez más extensiva y exigible, los derechos de la ciudadanía.

Desde 1969 mucho ha cambiado en nuestra sociedad, pero la tesis de Tomic permanece como un sine qua non que determina las posibilidades de avanzar en una agenda democrática y de desarrollo inclusivo. Tal vez por eso la propuesta de un acuerdo parlamentario entre la Concertación y el PC ha despertado esperanzas muy bien fundadas. Si sólo se tratara de un acuerdo entre partidos tal vez no concitaría más que comentarios de pasillo entre quienes se detienen a pensar en los estrechos marcos de la coyuntura electoral. Pero lo que se intuye es que este acuerdo instrumental es un gesto en la línea de lo que Tomic adelantó hace décadas y que el sectarismo de sectores de izquierda y de la Democracia Cristiana hizo imposible alcanzar. Como bien sabemos, las consecuencias de ese desencuentro las pagamos con 17 años de dictadura que se han prolongado en una institucionalidad amoldada a los intereses de los conspiradores de 1973.

Es necesario recordar que para Tomic "la unidad política y social del pueblo" consistía en algo más que en un pacto entre cuatro orgánicas. No se trataba meramente de una unidad política que subordinara a los actores sociales, sino de una activa articulación entre partidos, movimientos sociales y ONGs que permita ampliar los límites de la institucionalidad heredada, tal como se hizo en los años negros de la dictadura. Recordemos el protagonismo sindical de Manuel Bustos y la contribución de la Asamblea de la Civilidad, de Mujeres por la Vida, de las organizaciones de derechos humanos, espacios que convocaban sin distinción partidista a todos los que anhelaban el cambio democrático.

Quienes se oponen a este proyecto democratizador deberían, antes que dar razones de propia conveniencia o de seudo-principismo de ocasión, plantear respuestas a las interrogantes que en la ciudadanía organizada nos hacemos desde hace años: ¿hasta cuándo vamos a esperar para resolver el problema de la jaula constitucional que aprisiona las demandas sociales? ¿Por cuántos años más vamos a tener que aguantar la sobrerrepresentación de la derecha en nuestro sistema de representación institucional? ¿Qué alternativa ofrecen, si no están dispuestos a llegar a acuerdos mínimos, para resolver este impasse permanente?

Ésta no es la hora para escuchar las veleidades principescas de quienes prefieren mantener el statu quo que apostar a la audaz esperanza de encontrar caminos para salir del atolladero político que enfrentamos. Es la hora de tener el coraje y la madurez para hacerse responsables de construir acuerdos que abran los apretados nudos que impiden que en Chile el principio de mayoría, la base de la gobernabilidad democrática, pueda expresarse en forma diáfana y contundente.

Radomiro Tomic, el gran defensor de nuestro cobre, el audaz constructor de alianzas anticipadas a su propio tiempo, esperaría valor, coraje y audacia de quienes hoy tienen la posibilidad de abrir, para todos y todas, una ventana de oportunidad a la democracia y a la igualdad.

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