Sagrado corazón.Cristián Warnken
¿Dónde está el corazón que le falta a Felipe Cruzat? ¿En qué lugar de la ciudad o del país late ansioso de llegar al pecho del niño que espera? Porque ningún corazón que sea de verdad corazón quiere morir encapsulado en los estrechos límites de un "yo". Todo corazón quiere cruzar las fronteras de un cuerpo que agoniza para dar vida allí donde todavía palpita la esperanza.
La palabra "corazón" ha ido tomando connotaciones sentimentales melifluas, como si fuera lo contrario de la inteligencia. Para los hebreos, en cambio, el corazón, el lebh, era el centro del hombre, y designaba lo más esencial de su ser, su raíz. "Dios ha dado al hombre un corazón para pensar" -dice el salmista-. ¡Cuánto nos falta a nosotros para llegar a pensar con el corazón! Podemos perder la cabeza, podemos perder el cuerpo, pero si perdemos el corazón, estamos perdidos. ¿No lo estamos acaso? Desconectados del latido primigenio, de esa "campana que se encabrita" y anuncia desde adentro de nuestro propio templo lo esencial, vagamos perdidos en el misterio del mundo, atrincherados en el peor lugar para pensar: nuestra cabeza.
Ahora es un niño el que necesita un corazón. ¡Qué paradoja tan dolorosa! ¡Que el cuerpo de un niño, que es donde mejor late un corazón, vivo, sin doblez, no tenga hoy un corazón! Hay que buscar ese corazón por cielo, mar y tierra. Mientras lees estas líneas, detente un minuto y escucha el latido de tu propio corazón, deja de pensar, calcular, y sólo acompásate a su ritmo, y escucha lo que eres: sólo un latido en el ritmo del mundo, un corazón extraviado en los estrechos límites de tu "yo", un corazón perdido, que busca saltar más allá, un corazón enfermo que olvidó que "pensar" era "sentir", un corazón que dejó de sangrar por amor. "Hay que saltar del corazón al mundo, hay que construir un poco de infinito para el hombre" -dijo Huidobro.
¿Es ya tarde para que nuestros corazones salten? Hay un niño en un hospital de la ciudad que necesita que el corazón de otro salte de alma a alma. Cada vez que el corazón del hombre ha salido de sus estrechos límites para dar ese salto, para entregarse, la tierra ha dado un giro mayor sobre su propio eje. ¿No es la tierra, acaso, un gran corazón que flota en el espacio, un corazón que perdió contacto con la torre de control? Hemos usado demasiado tiempo la cabeza para ganar, para ir detrás de las falsas riquezas. Por eso, a veces, nuestro propio corazón se rebela, estalla, grita. Pero lo hemos escondido al fondo de nosotros mismos, en la última pieza, en el sótano. Porque no queremos dar la cara, ni el corazón.
¿Dónde se esconde el corazón de Felipe Cruzat? Yo sé que debe estar golpeando una puerta para salir, como un pájaro que lucha por salir de su jaula. Habrá que buscar una golondrina para que lo encuentre. A la golondrina del cuento "El príncipe feliz", de Oscar Wilde. Esa que repartió los ojos, la capa, la espada del príncipe dador a todos los que sufrían en la ciudad, y que dio su propia vida, acurrucada junto al corazón de plomo de la estatua. ¿Hay una sola golondrina en esta ciudad que pueda llevarle un corazón a Felipe? ¿O todas las golondrinas emigraron huyendo del otoño, salvando sus propias vidas? Cuando una golondrina se aparta del resto de su bandada y se pone al servicio de un príncipe dador, en ese momento el mundo cambia. El mundo no cambiará por una teoría económica, o política, o por una utopía social o ecológica. No. El mundo cambiará cuando una golondrina cobijada bajo la estatua de un príncipe descubra que no es una gota de lluvia caída del cielo la que la mojó, sino una lágrima. La lágrima de una estatua. Entonces, una golondrina cruzará esta ciudad de lado a lado, llevando el sagrado corazón que necesita Felipe, y ahí descubriremos que no es el corazón el que debe vivir dentro nuestro, sino nosotros los que debemos volver a vivir dentro de él.
[+/-] Seguir Leyendo...
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home