jueves, marzo 26, 2009

El fin de la asimetría . Roberto Ampuero


Que este año sea decisivo para la política se debe tanto a la próxima elección presidencial como al hecho de que ingresamos en una nueva fase de nuestra democracia. Desde el regreso a ésta hemos vivido en un marco dominado por una asimetría primordial: la superioridad moral de la izquierda frente a la derecha por sus respectivos roles bajo el régimen militar. Desde 1990, una sensibilidad mayoritaria encomia a quienes respaldaron la recuperación de la democracia y censura a quienes justificaron la represión. Por años esto llevó a numerosos electores a entregar un cheque en blanco a la centroizquierda y tarjeta roja a la centroderecha, tendencia que a su vez acostumbró a la primera a reciclar argumentos para legitimarse en el poder y obligó a la segunda a renovarse para aspirar a él.
En la última década esa percepción ha ido cambiando. Por eso transitamos hoy de la asimetría a la simetría moral entre ambos sectores. En las elecciones cada vez cuenta menos la historia de hace 25 o 39 años, y más el aporte político reciente. En este sentido, la simetría plantea un desafío mayor para la centroizquierda, ducha en responder a la oposición no tanto en relación con sus propuestas del momento como con respecto a su nexo pretérito con Pinochet.

Mientras la oposición ha intentado relativizar la memoria y enfatizar temas de futuro, la coalición gubernamental tiende a insistir en el eje pinochetismo/antipinochetismo, postergando la agenda de futuro que vuelva a "encantar a la gente". La otrora efectiva "respuesta extemporánea" (tú me criticas hoy, te respondo que bajo Pinochet todo fue peor) pierde raigambre, pues elude el presente ante un electorado, cada vez más numeroso, que no participó en el antagonismo entre democracia y dictadura, ni entre allendistas y antiallendistas, y que observa hoy con agobio los desafíos del país y los déficits de la clase política.

Refuerza esta simetría el hecho de que la centroderecha, unida, presenta por primera vez un candidato que se opuso al régimen militar y que cosechó éxitos como empresario en la misma época en que lo hizo su principal contrincante. La nueva simetría se nutre también de la percepción de que alrededor del Gobierno aumentaron en la última década la corrupción, el tráfico de influencias, el apego al poder y la intolerancia. Alimentan este cambio, asimismo, dos asuntos algo paradójicos. Uno: el probable candidato de la centroizquierda donó recursos al gobierno militar en el álgido noviembre de 1973, aunque lo combatió a posteriori en forma decidida. Dos: mientras la centroderecha se identifica hoy con Sarkozy, Cameron o Merkel, líderes de innegable pedigrí democrático, en la izquierda simpatizan con Castro, Chávez y Ortega, caudillos sin esa reputación. El apoyo temporal de Frei Ruiz-Tagle a la Junta Militar no constituye un estigma, sino un mensaje que refuerza la simetría y la reconciliación, pues sugiere que, mientras se tenga las manos limpias, en política existe el derecho a equivocarse y cambiar de postura, un verdadero bálsamo para personas de la derecha e izquierda renovadas.

La simetría no desconoce que la recuperación democrática fue mérito de un sector político, pero subraya que la estabilidad democrática es obra del conjunto de ellos. En esta nueva fase aumentan los electores que esperan que los políticos, sin ignorar el pasado ni la violación de derechos humanos, se concentren en temas acuciantes -crisis, desempleo, delincuencia, pobreza, educación- y en la construcción de ese Chile moderno, próspero y equitativo, siempre tan distante. La simetría nos permite evaluar a los políticos no sólo por su pasado y legado, sino también por su capacidad, honestidad y aporte actuales. Como todo cambio estructural, éste traerá consigo consecuencias insospechadas.
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