La Gioconda sin sonrisa.Víctor Maldonado
En momentos de incertidumbre es cuando más se requiere la activa presencia de liderazgos que despierten confianza y seguridad. Lo que más se ha necesitado todo este tiempo son resoluciones tranquilas y capacidad de afrontar lo que venga.
La Concertación se aproxima a su definición presidencial. Es una situación que se está imponiendo por sobre los procedimientos y los tiempos concordados. Haciendo una rápida recopilación de los acontecimientos que se han sucedido en los últimos meses, queda en evidencia una diferencia radical de comportamiento entre los aspirantes originales a candidatos presidenciales.
Antes que todo, destaca el hecho de que las diferencias no se deben en nada a las distinciones ideológicas o partidarias. Se relacionan mucho más con el tipo de reacción básica ante el momento político. La diferencia fundamental ha estado entre quienes han esperado el despeje de situaciones políticas para tomar decisiones relevantes, y quien ha tomado decisiones relevantes para despejar situaciones políticas.
En momentos de incertidumbre es cuando más se requiere la activa presencia de liderazgos que despierten confianza y seguridad. Lo que más se ha necesitado todo este tiempo son resoluciones tranquilas y capacidad de afrontar lo que venga. Tal vez en escenarios menos apremiantes, o cuando un conglomerado tiene una ventaja inicial a su favor, estas diferencias de conducta no hubieran tenido una importancia decisiva. Pero no estamos en una situación normal y eso implica que no puede actuarse de un modo rutinario o acogiéndose a los procedimientos propios de los ambientes diplomáticos.
Cada cual ha actuado con extrema corrección, pero no con la misma oportunidad y sentido de urgencia. Lo que ha sucedido no se relaciona mucho con lo que hicieran o dejaran de hacer los adherentes a las precandidaturas. Entusiastas y voluntarios desinteresados y animosos han existido en todos los casos. Pero el caso es que estos simpatizantes animosos no tuvieron ninguna oportunidad de ofrecer su participación activa. Antes de que llegara el momento en que pudieran intervenir, ya la candidatura que los expresaba había quedado fuera de concurso, de manera que lo que está terminando por dilucidarse en estos días no tiene que ver con lo que haya podido realizar un gran número de personas, sino con la responsabilidad de grupos extraordinariamente pequeños de involucrados. Esto puede dejar muchas lecciones que asimilar y motivará el cambio de comportamiento de más de alguien. Deja, sin embargo, un saldo positivo nada despreciable.
Ocurre que, en la práctica, la decisión presidencial se está tomando de una forma casi indolora. Casi nadie alcanzó a jugarse por completo por las diferentes alternativas de liderazgo, no hubo campañas desplegadas, y los roces no alcanzaron a germinar. En realidad, nadie alcanzó a emocionarse ni por asomo.
Salvo un grupo que puede caber en un bus de locomoción colectiva, en la Concertación la amplia mayoría ha estado conformada por espectadores y no por actores de un proceso que ha sido elitario, debatido a puertas cerradas y rodeado de decisiones postergadas. Éste ha sido un proceso que, si se lo mide por los resultados, está siendo óptimo. Y si se lo mide por los procedimientos, no puede ser menos estimulante y más aburrido.
Los que han sentido más fuertemente el impacto de lo sucedido son, por supuesto, los que se han quedado callados. En efecto, son los dirigentes de la derecha los que tienen más conciencia de lo que se les viene encima.
En realidad, ellos saben que tienen la obligación de reorientar por completo la estrategia que han seguido hasta ahora y que su candidato ha difundido por todos los medios a su alcance. ¿En qué ha consistido la estrategia seguida por Piñera? En evitar el desgaste anticipado que suele afectar a quienes están, por lejos, en mejor posición para la carrera presidencial y, por lo mismo, en no dejarse arrastrar a la polémica casera que lo iguala con sus contrincantes. En el fondo, lo que quiere mantener es la majestad de la distancia.
Mientras todos los demás luchan y se debaten en peleas callejeras, hay quien adopta el papel de Zeus, quien, desde el Olimpo, mira con condescendencia los febriles y estériles esfuerzos de los humanos por cambiar su miserable destino. Sin la menor intención de resultar divertido, alguien de mal gusto puso en labios de Piñera una frase que sintetiza su plan político básico, pero que va a contrapelo de los más profundos rasgos de su personalidad: "Es mi firme intención aportar a un nuevo clima y mejorar la política respondiendo a cada ataque con un argumento, a cada descalificación con una propuesta y a cada tontería con una sonrisa".
El póster emblemático de esta campaña podría ser el retrato de la Gioconda: elegante, distante, con un fino sentido del humor retratado en su semi sonrisa.
Entre los acontecimientos más improbables que ocurran este año, se encontrará el insólito caso de que Piñera haga caso de su propio consejo. Arrebatado, autoritario y acostumbrado a imponer su voluntad, nunca ha podido aceptar que se le contradiga. Durante dos décadas se ha adelantado a cualquier consejo, y ha reaccionado siempre a la primera. Con este procedimiento ha hecho su fortuna económica y puede que forje su infortunio político. En todo caso, no va a ser ahora cuando cambie.
Lo peor de todo es que Piñera sabe que en las encuestas sus posibilidades electorales se ven mucho mejor de lo que están en la práctica. Quienes están decididos a votar por él no sobrepasan el rango de lo que ha representado la derecha desde que recuperamos la democracia. Quienes creen que Piñera será el próximo Presidente son, todavía, una significativa mayoría.
Quienes se encuentran en la posición intermedia (es decir, quienes deciden la elección) son personas que se identifican con el centro político, con la centroizquierda e incluso con la izquierda, y que son independientes.
En el abandono del terreno por parte de la Concertación, y en medio de un derrotismo paralizador y absurdo, Piñera hubiera tenido tiempo de sobra para imponerse como una especie de fatalidad histórica. A menos, claro, que sobreviniera una reacción. A menos, por cierto, que líderes de la Concertación dejen de pedir a gritos que los arrojen a patadas del poder. A menos, en fin, que se escogiera justo el tipo de persona que le pudiera hablar de mejor manera al tipo de personas que definen la elección. Eso fue, precisamente, lo que está ocurriendo.
Frei es bien evaluado entre los votantes de derecha (algo bueno pero no determinante), y es bien evaluado entre quienes se definen como de centro y por los independientes. Y esto último es otro cantar, porque éste es el tipo de votantes que definen la elección.
Eventualmente, si la Concertación recupera posiciones dentro de su propia área de influencia y, luego de ello, va tras el convencimiento de los indecisos, resultará que hacia mitad de año las diferencias se habrán acortado al mínimo. Al menos serán lo suficientemente estrechas como para tener la seguridad de que se llegará a una segunda vuelta.
Para ese entonces, el estado de ánimo del oficialismo habrá variado por completo. En complemento, el comportamiento del Gobierno en materia de enfrentamiento de la crisis económica y de protección del empleo se habrá vuelto determinante. En realidad una megacrisis termina por hundir a un Gobierno o vuelve muy sólida su base de apoyo: una cosa u otra, pero en ningún caso queda en la misma posición.
Así que veremos si, en los próximos meses, el candidato de derecha podrá mantener la sonrisa en los labios. Yo lo dudo.
[+/-] Seguir Leyendo...
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home