viernes, noviembre 14, 2008

Luces respecto a la decadencia de la Democracia Cristiana.

Envio este articulo escrito por un amigo recien electo por 2ª ves concejal por la comuna de Paine con la 1ª mayoria de la concertación, 31 años, abogado y un buen y concecuente Democrata Cristiano.
Ante los últimos acontecimientos que desencadenaron la renuncia de la senadora Soledad Alvear a la presidencia del partido y a su pre candidatura presidencial, creo conveniente expresar algunas reflexiones políticas que contribuyan a hacer una buena evaluación de las causas que han generado la crisis electoral del partido, y a continuación, entregar propuestas que colaboren en la búsqueda de soluciones que permitan romper la inercia descendente en la que ha estado inserta la Democracia Cristiana en estos últimos años.

Luces respecto a la decadencia de la Democracia CristianaSi bien son muchos los análisis que han intentado buscar las causas por las cuales nuestro partido ha ido perdiendo protagonismo en el electorado, me permito exponer, someramente, las que a mi juicio constituyen las razones más importantes de nuestra baja electoral.

En el plano ideológico, el partido Demócrata Cristiano ha perdido la exclusividad de muchos de aquellos valores que fueron su patrimonio. Tras la caída del Muro de Berlín, el término de la guerra fría y el desplome de la orbita soviética, el marxismo fue diluyéndose como filosofía política, lo que se tradujo en que las distintas corrientes de izquierdas se trasladaron paulatinamente hacia el centro, relevando principios tales como la democracia y la libertad, que durante mucho tiempo fueron catalogados como burgueses y serviles a las oligarquías predominantes.

A consecuencia de esta mutación, las fuerzas conservadoras de derecha poco a poco intentan emerger, al menos discursivamente, con propuestas de índole popular y no copular, muchas veces cayendo derechamente en populismos, y con vocación democrática y tolerante, algo revolucionario si se le contrasta con aquellas posiciones que satanizaban todo cambio aunque fuera tan sólo de índole reformista.

Es definitiva, posiciones excluyentes que bogaban por programas fundacionales ceden ante tendencias más centristas, muchas de ellas provenientes de líderes de orígenes ortodoxos, que tienden a cautivar un electorado de centro, dejando en la periferia a grupos de escasa representatividad, los cuales no encuentran adhesión entre una sociedad compleja, conciente de sus derechos y demandante.

En buenas cuentas, nuestra cualidad de ser un partido que interpretaba a gran parte de la sociedad, que tenía la característica de identificarse con la meritocracia profesional, los valores republicanos, la espiritualidad, la libertad, la democracia, el progreso y asenso social, de fuertes raíces reformistas, pero al mismo tiempo renuente de la violencia y la inestabilidad, han sido raptados por otros grupos políticos que los han hecho suyos. Por tanto, la exclusividad dejo de ser tal, la calidad de partido eje entre una derecha reaccionaria y una izquierda totalizadora se perdió, y aquellos principios que nos justificaban ante la ciudadanía como poseedores de un patrimonio prácticamente exclusivo, les son reconocidos a otros grupos que, con mejor plataforma comunicaciónal y marketing político, los enarbolan, matices más matices menos, como suyos también.

Sumado al valor inherente de las ideas, nuestro capital durante muchos años se sostuvo en sus líderes, su coherencia y su credibilidad, algo que muchas veces marca la diferencia entre un partido político y otro. Fuimos destacados por ser un partido de gente de buena calidad en múltiples aspectos. Tuvimos a los mejores profesionales, a los mejores técnicos, a grandes dirigentes campesinos y sindicales, a líderes de estatura moral y a parlamentarios respetados y creíbles.


Pero como en todo en la vida, las obras humanas, y los partidos lo son, requieren de grandes personas para perdurar, y no cabe duda que aquellos liderazgos que marcaron a toda una generación no se replicaron en aquellos que debían, por múltiples razones, asumir los destinos de nuestro partido. Figuras de la talla de Frei, Tomic, Gumucio, Leigthon, Palma, y más recientemente Valdés y Aylwin, no son replicables en la actualidad, por lo menos entre quienes han tenido a su cargo la conducción del partido. Si bien existen grandes personas y líderes con muchas condiciones, una generación como esa no encuentra parangón entre los que han tenido la responsabilidad de administrar al partido durante los últimos gobiernos de la concertación.

La incapacidad de anteponer los proyectos colectivos por sobre las ambiciones de grupos y fracciones, fueron paulatinamente agotando la cuenta de ahorro que la Democracia Cristiana tuvo ante la ciudadanía.

A ello contribuyó también, el que encabezar un partido en tiempos de bonanza, cuales han sido todos estos años en que se ha gobernado a nuestro país, genera la dificultad adicional para todo partido político, y más aún para el nuestro que fue el partido principal de la coalición de gobierno, de no sucumbir ante la tentación que brindan los cargos de poder y la burocracia del Estado, que de nos ser bien entendida, termina transformándose en caja pagadora de favores políticos lo que deriva en malos elementos, en malos hábitos y en malas prácticas.

En resumen, la Democracia Cristiana ha sido incapaz, durante estos dieciocho años, de gobernar y al mismo tiempo fortalecerse internamente, por el contrario, pareciera que la gestión del Estado la agotó como partido político, ello, unido a los cambios que nuestra sociedad ha experimentado en múltiples ámbitos, cambios, y a riesgo de ser majadero, que nos sobrepasaron y fuimos incapaces de interpretar, y por ende representar.

La vigencia de la Democracia Cristiana:

La Democracia Cristiana, a sus cincuenta años de vida, aún permanece muy fresca en la memoria del colectivo social como una fuerza que ha legado una gran obra transformadora en su paso por la historia de Chile. La reforma agraria y todo lo que fueron los grandes cambios sociales de Frei padre, la lucha estoica contra la dictadura y el haber recobrado la democracia sin derramar una gota de sangre, unido a las tremendas obras modernizadoras de estos últimos dieciocho años, son reconocidas por la gente como de nuestra autoría, tal ves no exclusivamente, pero si en donde nuestra contribución ha sido un pilar fundamental.

Lo que se deduce de esto es, que a pesar de todo, aún es posible revertir nuestra situación, sin la necesidad de renunciar a nuestra identidad, a nuestro partido y a la opción de ser gobierno nuevamente.

Pero para ello se requieren cambios urgentes en la manera de entender un partido político de la complejidad de la Democracia Cristiana, que tiene el propósito de interpretar a una gran masa social, la cual como se ha dicho, es en extremo compleja, fruto de su diversidad, de la modernidad y de nuestras propias transformaciones.

Propuestas para un partido de futuro:


1. Por de pronto, la ciudadanía reconoce antes que doctrinas, lideres que hacen de su discurso verdaderos ejemplos de vida. Quien no encarna valores en su diario vivir, no es objeto de credibilidad y reconocimiento. Si un partido pregona la solidaridad y es incapaz de vivirla internamente, es mejor que no cometa el error de presentarse a una elección. La Democracia Cristiana requiere volver al clima de respeto y fraternidad que alguna vez tuvo. No se trata de creer que las generaciones anteriores vivieron en un partido exento de fricciones, sino que de reconocer que en la actualidad se ha perdido tanto el sentido de la ética como el de le estética partidaria, es decir, se han olvidado tanto las cuestiones de fondo como de forma en lo que a nuestra convivencia interna se refiere, y eso, a la larga, no resiste en el plano político electoral.

2. Como institución, se requiere ser implacables ante cualquier abuso e irregularidad que detectemos en la actuación política de nuestros camaradas. La gente no tolera, en una sociedad que si bien crece, lo hace de manera desigual, el que sus autoridades se aprovechen de los cargos que ostentan. Y esta implacabilidad debe ser cada vez más estricta, ya que el colectivo social, ayudado por los medios masivos de comunicación social, demanda estándares de actuación que hasta hace algunos años no habrían sido siquiera motivo de discusión.

No puede ser que sigamos operando con las lógicas de clientelismos políticos y no de excelencia, tampoco es tolerable las redes de influencia y toda la vasta gama de malas prácticas que se han hecho habituales en la política en general, y en el partido nuestro en particular.

3. Además, se requiere urgentemente el aprender a convivir con las diferencias, no avasallándolas, eliminando esa práctica nefasta que tanto nos ha caracterizado durante los últimos años, de que una vez obtenido el control del partido, se opere como si éste fuera un botín de guerra el cual tuviese que ser repartido entre los miembros de la tendencia de turno. Se debe reconocer la calidad política y profesional en aquellos que no necesariamente estuvieron con uno en la contienda política interna, y junto a ello, atraer a los más idóneos, independientemente de sus lealtades. En definitiva, debemos de una vez por todas entender que somos miembros de un solo partido y no de distintas tribus dentro de él.

4. La Democracia Cristiana no puede perderse en intentos elitistas de privilegiar personas por su origen o preparación tan sólo. Debemos ser capaces de continuar la senda de partido pluralista e inclusivo, tanto en el aspecto social, religioso, étnico, y sexual. Esa diversidad es la que nos ha hecho un partido que interpreta a sectores disímiles dentro de nuestra sociedad, esa diversidad nos ha hecho convertirnos en un genuino partido de masas.

5. Es imperioso que modernicemos nuestras estructuras internas y territoriales. Que estas sean verdaderamente representativas de la militancia y que a su vez se adecuen tanto a la tecnología como a las nuevas técnicas de administración y gestión política. Se deben recuperar los centros de formación doctrinaria y fortalecerlos. Se debe apostar a la formación y a la renovación de cuadros militantes.

Se debe abrir el partido a nuevos actores sociales, a jóvenes de diversos ámbitos, muchos de ello renuentes de la política pero no así del mundo religioso y social.

6. El partido debe ser capaz de evaluar a sus autoridades parlamentarias y locales, especialmente edilicias. No se pueden mantener caciquismos y no apostar por el recambio generacional cuando la realidad así lo indique. Es fundamental que quienes nos representan popularmente estén constantemente sometidos a un control desde la perspectiva de su gestión.


7. En el plano ético, debemos promover un genuino respeto por la espiritualidad, de diferentes credos, y fortalecer la correspondencia de lo que hay de común entre las distintas éticas religiosas. Ante sociedades cada vez más diversas, la ética de mínimos de ser una respuesta ante el inevitable ecumenismo moderno. Para ello, es fundamental el desterrar los integrismos y las visiones excluyentes, promoviendo valores y no cosmovisiones limitantes.

8. La globalización hay que entenderla como una oportunidad y no como amenaza. Ésta es parte de nuestra geografía y el pretender luchar contra ella no hace más que otorgar ventajas a otras naciones, perdiendo tiempo en un mundo cada vez más competitivo que no perdona dubitaciones al respecto. El creer que se puede avanzar como sociedad renegando de la globalización, es no apreciar la verdadera magnitud del ser humano como motor de progreso, asemejándose a aquellas posiciones que durante el siglo XIX desafiaron la industrialización en pos de teorías tradicionalistas.

9. La empresa y el colectivo humano que se construye en torno a ella, debe ser entendido como un nuevo modelo organizacional, el cual ha sustituido al Estado tanto como fuente de trabajo como espacio vital. Se debe entender el modelo empresarial de una manera armónica al desarrollo de las personas en sus distintos ámbitos. Para ello, los modelos organizacionales deben introducir la responsabilidad social empresarial como elemento de valorización, que permita tener mejores condiciones en el trato y clima laboral, y una adecuada convivencia con el medio ambiente y la sociedad en la cual éstas se insertan.

10. Debemos reimpulsar el rol de la política como motor del buen gobierno. La técnica debe estar supeditada a las decisiones de índoles políticas y la orientación de los gobiernos debe ser siempre guiada por ideales y propósitos que obedezcan a un diseño y no a los avatares económicos. El mercado debe ser entendido como instrumento y no como fin en sí mismo.

11. Urge el generar las condiciones que permitan efectivamente impulsar cambios políticos que hagan más democrático y representativo nuestro sistema. Se requiere una reforma constitucional que interprete a los distintos actores sociales, un sistema de partidos más democrático, competitivo, profesional y atractivo, en donde exista financiamiento público directo permanente a los partidos, se regularicen los sistemas de primarias y se transparentes aún más los aportes de campaña.

12. En el plano electoral, se requiere mutar a un sistema de inscripción automática y voto voluntario, en donde se incorporen las masas de jóvenes votantes que no participan del sistema, lo que derivará en más y mejores políticas para éstos.

13. En cuanto a la división territorial político administrativa, se requiere una regionalización real, con un compromiso verdadero hacia la igualdad de oportunidades entre las distintas regiones y dentro de ellas mismas.

14. Se debe entender como valor fundamental de toda sociedad que aspira a ser democrática, equitativa y solidaria, la educación pública. Sin restar espacio a la libertad de enseñanza y sus diversas modalidades, tan sólo una educación pública con nivel de excelencia garantiza el asenso social.

En lo que respecta a la educación superior, se debe promover la educación técnica como principal motor de la economía, estando la educación universitaria enfocada a generar más y mejores niveles de investigación.

15. Finalmente, la desigualdad social requiere seguir avanzando en mejores condiciones de vivienda, salud, acceso a la justicia y condiciones de trabajo. La Democracia Cristiana debe revitalizar su rol progresista, de avanzada social y de vocación solidaria. Se debe renegar de cualquier tipo de paternalismo y contribuir a que la meritocracia sea el motor de la movilidad social.


Nicolás Mena Letelier
Consejero Nacional JDC .

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