miércoles, octubre 15, 2008

De la solidaridad, el medio ambiente y nosotros.

El proceso de modernizaciones autoritario vivido desde mediados de los 70, en clave de ideologismo neoliberal, implicó una fuerte inversión del significado de solidaridad: no es el colectivo el que debe hacerse cargo de sus acciones.
Septiembre ha pasado. El mes en que se nos recuerda -año a año- nuestra chilenidad ligada con distintas expresiones ancladas -se supone- en diversas tradiciones. La verdad, entre quienes más se ufanan por recordarnos algunos elementos de una identidad nacional que renace cada septiembre, están la propaganda y el mercado. Obviamente, de manera interesada. Pero da la impresión que aquello identificable como chileno es algo cada vez mas difícil de asir, salvo -nuevamente- lo que los publicistas quieren vendernos como tal. Siempre ha sido un mes de paradojas: por un lado, se destaca la entrega que forja un país, una nación; por el otro, la manifestación de la violencia y el dolor gratuito infligido a cientos de miles de compatriotas en función de un proyecto refundacional orientado a mantener las riendas del poder en las manos de siempre.
Al mismo tiempo, está cerca del mes de la solidaridad, en homenaje a ese gran chileno que fue Alberto Hurtado. Y vaya que el concepto y la experiencia de la solidaridad nos cuestiona, tanto en lo personal como en las relaciones con los demás, el medio ambiente o el modelo económico de la plaza. Y nos cuestiona porque, en apariencia, es un rasgo muy asumido como propio de lo chileno.
Sin embargo, algunos estudios y declaraciones han venido a interrogar ese supuesto como algo operante de hecho en el ethos nacional o en el diseño institucional que nos rige. Tanto en el elaborado trabajo sobre la solidaridad realizado por los sicólogos de la Universidad Alberto Hurtado, como en encuestas de la Fundación Trascender, aparece que la solidaridad es más una característica deseada por los chilenos -en lo personal y lo social- que una realidad propiamente tal. No sólo eso. Buena parte de los allí consultados considera que la donación eventual de algún dinero (supermercados; Teletón) es un fiel reflejo de lo que significa ser solidario.
La mayor parte entre ellos, a su vez, afirma que lo solidario no es un rasgo con el cual podamos caracterizar el modelo de sociedad y economía que tenemos hoy. Sea en educación, en salud, en lo que respecta a pensiones -es decir, derechos sociales- o trato con el medio ambiente, no es lo solidario o el bien común el eje que orienta las políticas imperantes.
De hecho, cuando en la encuesta de los sicólogos de la Alberto Hurtado se pregunta por quién o quiénes deberían hacerse cargo de los asuntos ligados con la idea de una equidad solidaria, de co-responsabilización societaria por las consecuencias del modelo de sociedad y economía que tenemos, aparece un fuerte llamado al Estado como vehiculizador de ese desaparecido bien común; de un interés general que supedita particularismos y corporativismos. No resulta extraño que así sea. No es por estatalismo, como una lectura simplista podría pensarlo.
El proceso de modernizaciones autoritario que hemos vivido desde mediados de los 70, en clave de ideologismo neoliberal, implicó una fuerte inversión del significado y uso del término solidaridad: no es el colectivo o el conjunto -la sociedad- el que debe hacerse cargo de sus acciones y decisiones -sus consecuencias- hacia cada uno de sus miembros, sino que a la inversa.
La prédica neoliberal nos dice que tenemos que hacernos cargo de nosotros mismos, y, a la vez, que el conjunto o el modelo pueda seguir funcionando. Así entonces, la noción clásica de solidaridad entendida como expresión de que el conjunto -el colectivo- es responsable hacia los individuos se invierte, dando lugar a una suerte de "nuevo" solidarismo responsabilista: es asunto de cada cual el "molestar" y/o cargar lo menos posible la vida a los otros individuos. En cambio, le tocaría a las instituciones dar a cada individuo los medios para reducir al máximo la carga que representa para los otros ¡La ideología neoliberal promueve un ethos basado en la ganancia, el poder y el éxito, por lo que no se interesa por el humanismo ni por la corresponsabilidad por las consecuencias -directas e indirectas- de la acción. Refleja -como algunos intelectuales han señalado- un modelo social de tipo agnóstico, donde lo central es la competencia de todos contra todos; es decir, no precisame nte una cultura de colaboración solidaria entre sus agentes.
Cada cual -en este modelo- intenta salvarse a sí mismo a como dé lugar. Cada cual siente sobre sus hombros la carga total de su existencia. Pues bien, la carta del obispo de Aysén, monseñor Luis Infanti, Danos hoy el agua de cada día pone de relieve de manera valiente este mismo punto, referido, en este caso, a la cuestión del medio ambiente y al uso de los recursos energéticos esenciales en el país. Una carta que, por lo demás, ha recibido escasa atención en nuestros medios de prensa. Cómo no pues, si cuestiona las bases mismas del modelo de economía y sociedad que ha pasado por obra cuasi-divina durante todos estos años.
¿Y qué mensaje nos deja monseñor Infanti? Que los problemas con el agua u otros recursos esenciales, así como aquellos derivados del impacto en el medio ambiente -contaminación de ríos, mares, aire, alimentos, calentamiento global, cambio climático, erosión de la biodiversidad- se relacionan con el actual modelo de desarrollo y la desigualdad mundial que se acrecienta. Es decir, con una idea del desarrollo que pasaría por el libre mercado, el laissez faire, las privatizaciones, el competitivismo y, centralmente, la lucha permanente por el aumento del crecimiento a toda costa, sin medir ni asumir sus consecuencias para las personas o el medio ambiente.
Dicho en otros términos, la ética del mercado y del capitalismo es muy limitada, porque promueve el adueñamiento privatista de bienes sociales esenciales para el conjunto y de las mismas personas, como una condición de buena salud societal. Lo que le interesa es el capital, la ganancia, el poder. De nuevo, expresa lo contrario de una cultura de la colaboración solidaria.
Por ello, como dice monseñor Infanti, "compra la vida, la manipula, la usa y la desecha, sobre todo la naturaleza, gran víctima de este sistema". Y las consecuencias están a la vista para los incrédulos de siempre: la crisis del capitalismo de burbuja en los EEUU; los informes de un grupo de científicos -reportado por el diario inglés The Independent- acerca del derretimiento del Ártico y sus efectos en el calentamiento global. Bien vio la cuestión Alberto Hurtado cuando manifestaba que "la moral individual es insuficiente y nuestra misericordia no basta, porque este mundo está basado en la injusticia". Para avanzar en el camino de una sociedad más justa y sostenible requerimos asumir entre todos el desafío de una solidaridad reflexiva y sus consecuencias para la economía, la política y la sociedad que tenemos. Aún estamos a tiempo.
Pablo Salvat es Director del Magíster de Ética Social y Desarrollo Humano.
Departamento de Ciencia Politica y RRII de la U. Alberto Hurtado