Alvear: se acabó el show. Camilo Feres.
Que Soledad Alvear haya renunciando a la presidencia de la DC y a sus aspiraciones presidenciales no es más que la formalización de una tendencia que ya se había manifestado mucho antes. El declive de Alvear es parte de la larga agonía de la política de la transición.
Si bien es cierto que Soledad Alvear es hoy víctima del retroceso electoral sufrido por la DC en las municipales, no es la coyuntura la que está definiendo su destino. De hecho, Frei, encuestas, impugnaciones, derrotas y abandonos podrían no haberle costado el cargo al interior de la falange. La maquinaria “gutista” que la sustenta podría haber ganado las elecciones internas de su partido y ella habría podido continuar –si así lo hubiera querido- encabezándolo como presidenciable. Pero la magnitud de la crisis que lleva consigo se demuestra en que ganar esas nominaciones no le habría servido de nada.
La generación que ha dominado la escena política desde 1990 es, en lo fundamental, la misma élite política que se formó en los 70’. El paréntesis dictatorial de los 80’ hizo las veces de criopreservante de ésta y permitió que retomara la conducción política y las riendas del proceso de retorno a la Democracia 17 años después de su estreno en política. Dicho proceso –exitoso por cierto- marcó la pauta de lo que sería la transición: los acuerdos.
Acuerdos que de forzosos pasaron a sistémicos, que se normalizaron a tal grado que se convirtieron en la forma y fondo de la política nacional. El primer presidente de la Transición chilena llegó a tal nominación gracias a la “astucia” de Gutenberg Martínez y su oscura intervención en las elecciones internas de la DC a fines de los 80’. Se dice que dicha “astucia” estaba fundamentada en un arreglo previo, entre representantes del polo laico de lo que hoy es la Concertación, con sus colegas más confesionales de la falange. Más bien, era un acuerdo entre facciones de ambos mundos, un arreglo que se dio luego en llamar el Mapu-Martínez.
El grupo sujetó los hilos del poder de forma clara y nítida en los tres primeros gobiernos de la Concertación. Su primera derrota importante (pero parcial y transitoria) la sufrió en manos de los desplazados de ese pacto fundacional (los grupos de la Nueva Izquierda del socialismo y la facción de la DC burlada por Martínez y sus maniobras: los colorines) que se unieron temporalmente bajo el alero de la candidatura de Michelle Bachelet.
Ceñidos a la lógica de esos años y de ese grupo, la coyuntura de hoy sería fácil de manejar “poniendo paños fríos”, pactando algunas renuncias y reorganizando las cuotas de poder. Desde ahí, el asunto sería cuestión de pericia y cálculo, un problema que podría solucionarse en una mesa y entre cuatro paredes. Pero la realidad es más porfiada y tiende a hacerse presente aún cuando no se la invita: los acuerdos y cálculos se tronaron en derrota y los iluminados de la transición pasaron a ser, uno a uno, los derrotados del Bicentenario.
Como aquellos artistas que se retiran más tarde, menos famosos y más desgastados de lo que debieron, los líderes de la transición chilena comienzan a hacer abandono de la escena por la fuerza, sorprendidos y perplejos; notificados, sin decoro, que aunque la música sonaba y las luces parpadeaban, el público se había retirado hace rato de su show.(E.Mostrador)
Si bien es cierto que Soledad Alvear es hoy víctima del retroceso electoral sufrido por la DC en las municipales, no es la coyuntura la que está definiendo su destino. De hecho, Frei, encuestas, impugnaciones, derrotas y abandonos podrían no haberle costado el cargo al interior de la falange. La maquinaria “gutista” que la sustenta podría haber ganado las elecciones internas de su partido y ella habría podido continuar –si así lo hubiera querido- encabezándolo como presidenciable. Pero la magnitud de la crisis que lleva consigo se demuestra en que ganar esas nominaciones no le habría servido de nada.
La generación que ha dominado la escena política desde 1990 es, en lo fundamental, la misma élite política que se formó en los 70’. El paréntesis dictatorial de los 80’ hizo las veces de criopreservante de ésta y permitió que retomara la conducción política y las riendas del proceso de retorno a la Democracia 17 años después de su estreno en política. Dicho proceso –exitoso por cierto- marcó la pauta de lo que sería la transición: los acuerdos.
Acuerdos que de forzosos pasaron a sistémicos, que se normalizaron a tal grado que se convirtieron en la forma y fondo de la política nacional. El primer presidente de la Transición chilena llegó a tal nominación gracias a la “astucia” de Gutenberg Martínez y su oscura intervención en las elecciones internas de la DC a fines de los 80’. Se dice que dicha “astucia” estaba fundamentada en un arreglo previo, entre representantes del polo laico de lo que hoy es la Concertación, con sus colegas más confesionales de la falange. Más bien, era un acuerdo entre facciones de ambos mundos, un arreglo que se dio luego en llamar el Mapu-Martínez.
El grupo sujetó los hilos del poder de forma clara y nítida en los tres primeros gobiernos de la Concertación. Su primera derrota importante (pero parcial y transitoria) la sufrió en manos de los desplazados de ese pacto fundacional (los grupos de la Nueva Izquierda del socialismo y la facción de la DC burlada por Martínez y sus maniobras: los colorines) que se unieron temporalmente bajo el alero de la candidatura de Michelle Bachelet.
Ceñidos a la lógica de esos años y de ese grupo, la coyuntura de hoy sería fácil de manejar “poniendo paños fríos”, pactando algunas renuncias y reorganizando las cuotas de poder. Desde ahí, el asunto sería cuestión de pericia y cálculo, un problema que podría solucionarse en una mesa y entre cuatro paredes. Pero la realidad es más porfiada y tiende a hacerse presente aún cuando no se la invita: los acuerdos y cálculos se tronaron en derrota y los iluminados de la transición pasaron a ser, uno a uno, los derrotados del Bicentenario.
Como aquellos artistas que se retiran más tarde, menos famosos y más desgastados de lo que debieron, los líderes de la transición chilena comienzan a hacer abandono de la escena por la fuerza, sorprendidos y perplejos; notificados, sin decoro, que aunque la música sonaba y las luces parpadeaban, el público se había retirado hace rato de su show.(E.Mostrador)
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