Caída Y Recuperación DC. Rodolfo Fortunatti.
Superando incluso los pronósticos más pesimistas, la Democracia Cristiana obtuvo el 13,8 por ciento de las preferencias para concejales en la elección del domingo. Se trata de la adhesión más baja que recibe el Partido en sus últimos 48 años de vida. Sólo es comparable a la votación conseguida por la tienda en las municipales de 1960, cuando logró capturar el 12,77 por ciento de los sufragios.
Pero no es la primera vez que el partido sufre una merma tan significativa. Precisamente la votación de 1960 representó un descenso de siete puntos respecto de la adhesión captada por el ex Presidente Frei Montalva en 1958 cuando, compitiendo con Alessandri, Allende y Bossay, logró el 20,8 por ciento de los votos. En la elección municipal de 1971, y tras la escisión del Mapu, el partido cayó más de diez puntos. Si en 1967 llegó a empinarse al 36,87 por ciento, en el primer año del gobierno de la Unidad Popular, bajó al 26,15 por ciento.
Mucho más pronunciada fue la pendiente que medió entre la elección parlamentaria de 1965 —cuando consiguió el 43 por ciento de los votos— y la parlamentaria de 1969 —cuando descendió al 31 por ciento—. En 1973 la Democracia Cristiana subió dos puntos respecto a la votación obtenida en la elección de regidores de 1971. En la elección parlamentaria de aquel año conquistó el 28 por ciento de los sufragios, no obstante la ruptura del Mapu y de la Izquierda Cristiana que, juntos, no captaron más del 3 por ciento.
¿Cuál fue la clave del fortalecimiento democratacristiano? ¿Cómo se recuperó el partido a principios de los sesenta y a inicios de los setenta? En los sesenta, bajo el último gobierno de derechas elegido en las urnas, la incipiente colectividad política buscó alianzas estratégicas y se volcó a la base social, al campo, a las poblaciones, a las fábricas, a las universidades y a las escuelas. Su consigna del año 1963 fue: El gobierno del pueblo comienza en el municipio. Y con esta convocatoria obtuvo el 22,88 por ciento del respaldo ciudadano y, al año siguiente, el gobierno.
En los setenta, esta vez bajo el primer gobierno de inspiración marxista elegido por sufragio popular, la fórmula fue la organización social. La presencia de la colectividad se hizo sentir en todos los frentes sociales, especialmente, en los sectores juveniles y estudiantiles.
Es cierto que en ambos momentos históricos la Democracia Cristiana actuó desde la oposición. Quizá por eso haya quienes piensen que la renovación partidaria sólo será posible con el alejamiento de la colectividad de los centros de poder. Sin embargo, la experiencia de muchos líderes locales demuestra que la permanencia en el poder puede convertirse en un activo potencial para la modernización de las prácticas y estilos políticos. Acaso ésta sea la vía inédita de la recuperación democratacristiana.
Pero no es la primera vez que el partido sufre una merma tan significativa. Precisamente la votación de 1960 representó un descenso de siete puntos respecto de la adhesión captada por el ex Presidente Frei Montalva en 1958 cuando, compitiendo con Alessandri, Allende y Bossay, logró el 20,8 por ciento de los votos. En la elección municipal de 1971, y tras la escisión del Mapu, el partido cayó más de diez puntos. Si en 1967 llegó a empinarse al 36,87 por ciento, en el primer año del gobierno de la Unidad Popular, bajó al 26,15 por ciento.
Mucho más pronunciada fue la pendiente que medió entre la elección parlamentaria de 1965 —cuando consiguió el 43 por ciento de los votos— y la parlamentaria de 1969 —cuando descendió al 31 por ciento—. En 1973 la Democracia Cristiana subió dos puntos respecto a la votación obtenida en la elección de regidores de 1971. En la elección parlamentaria de aquel año conquistó el 28 por ciento de los sufragios, no obstante la ruptura del Mapu y de la Izquierda Cristiana que, juntos, no captaron más del 3 por ciento.
¿Cuál fue la clave del fortalecimiento democratacristiano? ¿Cómo se recuperó el partido a principios de los sesenta y a inicios de los setenta? En los sesenta, bajo el último gobierno de derechas elegido en las urnas, la incipiente colectividad política buscó alianzas estratégicas y se volcó a la base social, al campo, a las poblaciones, a las fábricas, a las universidades y a las escuelas. Su consigna del año 1963 fue: El gobierno del pueblo comienza en el municipio. Y con esta convocatoria obtuvo el 22,88 por ciento del respaldo ciudadano y, al año siguiente, el gobierno.
En los setenta, esta vez bajo el primer gobierno de inspiración marxista elegido por sufragio popular, la fórmula fue la organización social. La presencia de la colectividad se hizo sentir en todos los frentes sociales, especialmente, en los sectores juveniles y estudiantiles.
Es cierto que en ambos momentos históricos la Democracia Cristiana actuó desde la oposición. Quizá por eso haya quienes piensen que la renovación partidaria sólo será posible con el alejamiento de la colectividad de los centros de poder. Sin embargo, la experiencia de muchos líderes locales demuestra que la permanencia en el poder puede convertirse en un activo potencial para la modernización de las prácticas y estilos políticos. Acaso ésta sea la vía inédita de la recuperación democratacristiana.
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