Modesto homenaje a un amigo inolvidable.
"El Mercurio".
Cartas al director.
Miércoles 24 de Septiembre de 2008
Obispo Carlos González
Señor Director:
En los ochenta, mis responsabilidades en la Vicaría de la Solidaridad me permitieron conocer a todos los obispos que impulsaron la pastoral de derechos humanos. Fui testigo de que su indiscutido "líder" era don Carlos González. Cada vez que las puertas parecían cerrarse, la reunión se iluminaba con su sonriente intuición. Su liderazgo no se manifestaba en peroratas, sino en su carácter. Cada palabra o gesto de don Carlos correspondía a sus principios y valores profundos. Desde la primera vez que visité su casa talquina me llamó la atención su digna pobreza, su frugal comedor.
El saludo era parco -"¿cómo estái con el Señor?"-, pero al amanecer, en su pequeña capilla, asistía a misas plenas de espiritualidad, de cuyo silencio emergía una luz que hacía sentir la presencia de un santo.En medio de graves responsabilidades de una época tan difícil, don Carlos nunca dejó de ser el "cura de mi pueblo".
Si sabía de una pareja santiaguina amiga en dificultades matrimoniales, viajaba calladamente para ofrecer su ayuda. Y en su sobria oficina se daba tiempo para recibir a dueñas de casa, estudiantes, campesinos.Sus grandes amores fueron Jesús y los pobres.
Sin abandonar su compromiso con los derechos individuales, percibía que sus graves violaciones eran fenómeno transitorio y lo que más le preocupaba, a futuro, era la suerte de quienes padecían la extrema pobreza, que siempre atribuyó a un pecado estructural que alimenta la indiferencia. Por todo ello, es justo que Chile recuerde siempre a don Carlos González Cruchaga.
Jaime Esponda Fernández
Abogado
Cartas al director.
Miércoles 24 de Septiembre de 2008
Obispo Carlos González
Señor Director:
En los ochenta, mis responsabilidades en la Vicaría de la Solidaridad me permitieron conocer a todos los obispos que impulsaron la pastoral de derechos humanos. Fui testigo de que su indiscutido "líder" era don Carlos González. Cada vez que las puertas parecían cerrarse, la reunión se iluminaba con su sonriente intuición. Su liderazgo no se manifestaba en peroratas, sino en su carácter. Cada palabra o gesto de don Carlos correspondía a sus principios y valores profundos. Desde la primera vez que visité su casa talquina me llamó la atención su digna pobreza, su frugal comedor.
El saludo era parco -"¿cómo estái con el Señor?"-, pero al amanecer, en su pequeña capilla, asistía a misas plenas de espiritualidad, de cuyo silencio emergía una luz que hacía sentir la presencia de un santo.En medio de graves responsabilidades de una época tan difícil, don Carlos nunca dejó de ser el "cura de mi pueblo".
Si sabía de una pareja santiaguina amiga en dificultades matrimoniales, viajaba calladamente para ofrecer su ayuda. Y en su sobria oficina se daba tiempo para recibir a dueñas de casa, estudiantes, campesinos.Sus grandes amores fueron Jesús y los pobres.
Sin abandonar su compromiso con los derechos individuales, percibía que sus graves violaciones eran fenómeno transitorio y lo que más le preocupaba, a futuro, era la suerte de quienes padecían la extrema pobreza, que siempre atribuyó a un pecado estructural que alimenta la indiferencia. Por todo ello, es justo que Chile recuerde siempre a don Carlos González Cruchaga.
Jaime Esponda Fernández
Abogado
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