Exhortamos al diálogo y al respeto entre nosotros. Tremendo llamado, un gesto a copiar....cespinoza.
Hoy, al evocar los trágicos sucesos del 11 de septiembre de 1973, y celebrar con esperanza un nuevo aniversario de nuestra Independencia Nacional, queremos hacer un llamado a la reflexión y, sobre todo, a asumir con responsabilidad las consecuencias de nuestros actos.Especialmente hacemos este llamado a nuestros camaradas, a los democratacristianos, que con su acción fundada en valores y proyectada a ideales, contribuyen a fortalecer la gobernabilidad que exigen la democracia y el desarrollo.
Perentoriamente hacemos este llamado a los democratacristianos que por su posición de poder, prestigio y autoridad, se encuentran mejor facultados para elevar la calidad del debate político, y despertar en los demás la convicción de que la política realmente es un acto de servicio.Hacía mucho tiempo que no veíamos un ambiente de desasosiego e irascibilidad como el que sacude a la dirigencia política nacional.
La principal responsable de este clima ha sido una venenosa cizaña que, como la de «el desalojo», echa a perder toda disposición al diálogo y a la cooperación, dos virtudes cívicas necesarias para resolver los problemas que apremian a nuestro pueblo.
Se trata de la estrategia de la expulsión a toda costa que, mezclada con legítimas prerrogativas institucionales, se convierte en acusación constitucional sin base política, en descrédito de la función pública, o en acción obstructiva, sistemática, divisionista y desestabilizadora de las organizaciones, instituciones y comunidades.No menor ha sido la férrea beligerancia opuesta por quienes han abandonado sus colectividades de origen, y a sus electores.
Estos elementos tránsfugas se han constituido en los factores más perturbadores de la unidad, la disciplina y la acción común de los partidos políticos y de las coaliciones. Y seguirán insistiendo en su comportamiento mientras las urnas no zanjen los conflictos abiertos en el seno de los partidos. Pero también han contribuido a la atmósfera de relajamiento y confrontación aquellos que en sus propias tiendas políticas se niegan a contribuir al interés general, prefiriendo en subsidio la licencia, la impunidad o el amparo que les brinda el pequeño grupo, la fracción o el gueto, desde el cual disparan contra todo asomo de cooperación organizada.Nos precupan estos signos de descomposición.
Nos preocupan cuando los intereses de millones de chilenos quedan subordinados a los propósitos de caudillos, así como a las tácticas y escaramuzas de cortes de operadores que no siempre saben distinguir cuándo se juega un bien superior. Nos preocupa que estas formas de actuar penetren en la cultura democratacristiana hasta desplazarla del lugar que ocupó como fuerza del centro político y social, eje de la concertación y maestra del acuerdo político.
Sin duda que mucha de esta antigua legitimidad se ha perdido por efecto de las luchas de poder, del lenguaje y de las amenazas que se hacen a través de la prensa de derechas, que la Oposición recoge y apunta como armas contra el Gobierno, la Concertación y, a la larga, contra la institucionalidad política del país. Basta mirar allende Los Andes para advertir cuán vulnerables somos a este tipo de prácticas. La Democracia Cristiana tiene un compromiso con Chile y con los más desposeídos.
Este compromiso le impone el deber de liderar la renovación de la política, que consiste en afianzar el respeto, la tolerancia, el diálogo racional y objetivo en nuestra convivencia política.
Y hacerlo a partir de su propia vivencia e identidad. Este compromiso le impone al partido conquistar una reflexividad superior, para imaginar y ofrecer más democracia y más seguridad a nuestro pueblo. Sólo ello justifica su misión humanizadora en un mundo cada vez más deshumanizado por el relativismo, el fanatismo, la violencia, la conscupiscencia del poder y, en suma, por aquel abismo de inseguridad e incertidumbre al que amenaza precipitarnos la sociedad del peligro que signa nuestra época.
Mariano Ruiz-Esquide/Andrés Aylwin Azócar/Renán Fuentealba Moena/Jorge Donoso/Juan Guillermo Espinosa/ Ignacio Balbontín/ Rodolfo Fortunatti
Santiago, 16 de septiembre de 2008.
Perentoriamente hacemos este llamado a los democratacristianos que por su posición de poder, prestigio y autoridad, se encuentran mejor facultados para elevar la calidad del debate político, y despertar en los demás la convicción de que la política realmente es un acto de servicio.Hacía mucho tiempo que no veíamos un ambiente de desasosiego e irascibilidad como el que sacude a la dirigencia política nacional.
La principal responsable de este clima ha sido una venenosa cizaña que, como la de «el desalojo», echa a perder toda disposición al diálogo y a la cooperación, dos virtudes cívicas necesarias para resolver los problemas que apremian a nuestro pueblo.
Se trata de la estrategia de la expulsión a toda costa que, mezclada con legítimas prerrogativas institucionales, se convierte en acusación constitucional sin base política, en descrédito de la función pública, o en acción obstructiva, sistemática, divisionista y desestabilizadora de las organizaciones, instituciones y comunidades.No menor ha sido la férrea beligerancia opuesta por quienes han abandonado sus colectividades de origen, y a sus electores.
Estos elementos tránsfugas se han constituido en los factores más perturbadores de la unidad, la disciplina y la acción común de los partidos políticos y de las coaliciones. Y seguirán insistiendo en su comportamiento mientras las urnas no zanjen los conflictos abiertos en el seno de los partidos. Pero también han contribuido a la atmósfera de relajamiento y confrontación aquellos que en sus propias tiendas políticas se niegan a contribuir al interés general, prefiriendo en subsidio la licencia, la impunidad o el amparo que les brinda el pequeño grupo, la fracción o el gueto, desde el cual disparan contra todo asomo de cooperación organizada.Nos precupan estos signos de descomposición.
Nos preocupan cuando los intereses de millones de chilenos quedan subordinados a los propósitos de caudillos, así como a las tácticas y escaramuzas de cortes de operadores que no siempre saben distinguir cuándo se juega un bien superior. Nos preocupa que estas formas de actuar penetren en la cultura democratacristiana hasta desplazarla del lugar que ocupó como fuerza del centro político y social, eje de la concertación y maestra del acuerdo político.
Sin duda que mucha de esta antigua legitimidad se ha perdido por efecto de las luchas de poder, del lenguaje y de las amenazas que se hacen a través de la prensa de derechas, que la Oposición recoge y apunta como armas contra el Gobierno, la Concertación y, a la larga, contra la institucionalidad política del país. Basta mirar allende Los Andes para advertir cuán vulnerables somos a este tipo de prácticas. La Democracia Cristiana tiene un compromiso con Chile y con los más desposeídos.
Este compromiso le impone el deber de liderar la renovación de la política, que consiste en afianzar el respeto, la tolerancia, el diálogo racional y objetivo en nuestra convivencia política.
Y hacerlo a partir de su propia vivencia e identidad. Este compromiso le impone al partido conquistar una reflexividad superior, para imaginar y ofrecer más democracia y más seguridad a nuestro pueblo. Sólo ello justifica su misión humanizadora en un mundo cada vez más deshumanizado por el relativismo, el fanatismo, la violencia, la conscupiscencia del poder y, en suma, por aquel abismo de inseguridad e incertidumbre al que amenaza precipitarnos la sociedad del peligro que signa nuestra época.
Mariano Ruiz-Esquide/Andrés Aylwin Azócar/Renán Fuentealba Moena/Jorge Donoso/Juan Guillermo Espinosa/ Ignacio Balbontín/ Rodolfo Fortunatti
Santiago, 16 de septiembre de 2008.
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