lunes, septiembre 08, 2008

LA VIEJA GUARDIA. Andres Rojo.

Murió Juan Hamilton, ex-senador y ex-ministro, además de amigo de mucha gente entre la que me incluyo, que supo de sus cualidades humanas y como político. Ahora muchos le rinden homenaje, a pesar de que en cierto momento hasta fieles amigos le dieron la espalda, y prefiero sumarme a quienes siempre creyeron que fue un hombre honesto, íntegro y verdaderamente comprometido con las causas que defendió, como la democracia y la justicia social.
En cierto momento, cuando debió decidir si competiría por la reelección como senador, Hamilton prefirió dar un paso al lado, sabiendo que la forma de hacer política que se estaba instalando en el país no era la que él conoció y que aprendió de figuras como Alberto Hurtado, Eduardo Frei o Bernardo Leighton.
Hamilton es, en cierta forma, uno de los últimos nombres de la vieja guardia, compuesta por hombres y mujeres que hacían política sin considerar la tecnocracia sino la voluntad popular; que no renunciaban a su propio pensamiento doctrinario y que, desde este, invitaban a la gente a soñar el mismo proyecto de país ideal.
Esos hombres y mujeres no tienen cabida en el Chile actual, en el que los tecnócratas tienen la última palabra, aunque esta vaya contra el sentido común, y en el que las ideologías deben ceder su protagonismo a los dictados del marketing y las estrategias electorales, que a su vez sólo buscan el triunfo sin entrar en consideraciones relativas al fin que se persigue con alcanzar el poder.
Hamilton, Máximo Pacheco, Francisco Bulnes, Carlos Altamirano o Clotario Blest, hubieran sobrado en estos días, lo que no es grave porque es parte de la naturaleza que en cualquier actividad las nuevas generaciones vayan desplazando las anteriores, pero lo que sí debe preocupar es que los nuevos liderazgos no tengan la calidad de los previos y que el reemplazo se produzca sólo por la renovación de las caras, sin que necesariamente existan méritos. No es un asunto de identidades partidarias lo que preocupa, sino que no ha habido una progresión en la calidad de los dirigentes políticos y, por ende, de la política.
Se podrá argumentar que fue esa vieja guardia precisamente la responsable del colapso institucional del '73, pero eso sería ignorar las condiciones sociales y políticas del momento. Si a la actual dirigencia del país se la pusiera en un contexto como el que se vivió en Latinoamérica a mediados del siglo pasado, no sería capaz de mantener en funcionamiento las instituciones como lo hizo esa vieja guardia. Pero, sobre todo, sería ignorar que, más allá de los indicadores económicos -que como las estadísticas pueden ser empleados para uno y otro propósito- la gente quiere sentirse interpretada por los políticos y creer en la posibilidad de un país mejor acorde a sus convicciones, y eso sí que marca una gran diferencia.