La muerte de un hombre digno. Santiago Escobar Sepúlveda * (EM)
La dictadura y, durante muchos años, la política y la prensa uniformadas, se empeñaron en presentarlo como un extremista, como un eco lejano del hecho que su nombre apareciera en el Primer Bando de la Dictadura Militar conminado a entregarse. Felizmente no cayó en la tentación de creer que lo tratarían como un ciudadano decente.
Es duro y difícil escribir el epitafio de un amigo entrañable. Decir o explicar por qué uno lo quiso y respetó tanto. Porqué lo extrañará en su ausencia. Y no se me ocurre otra palabra que dignidad. Porque si dignidad es lo que nos hace sentir valiosos más allá de nuestra condición material o social, si significa respeto recíproco, o el abogar porque una persona no quede entregada al arbitrio de otra bajo ninguna circunstancia, si implica excelencia, decoro o autoridad, la palabra dignidad es la que mejor describe a Juan Bustos Ramírez. Quienes lo conocimos sabemos que se trataba de un hombre enteramente carnal. Lleno de certidumbres y dudas como cualquier otro ser humano. Con las mismas pasiones, miedos o emociones que cualquiera de nosotros. Pero era en eso donde demostraba su grandeza. Pues llevaba adelante sus convicciones, sin aspavientos ni desgarros, de una manera suave y sutil, como si los peligros fueran figuraciones menores del poder. De una manera tan natural que costaba pensar que tras ese ser sencillo había toda la grandeza que hoy el país descubre. Tal vez el rasgo que más le distinguió es su austeridad frente al uso del poder político. Pese a que estuvo desde muy temprano en su vida investido de múltiples atributos del poder, siempre tuvo un rechazo natural a que algo o alguien de su entorno fueran beneficiados por éste. Le costaba mucho pedir favores para sí, no en cambio para otros. Tenía el don de la representación. Si el socialismo es efectivamente la lucha contra los privilegios, cualesquiera ellos sean, Juan encarnó toda su vida ese principio. Era de una sencillez inaudita y jamás lo ví humillar a alguien, ni sacar a relucir su pedigree intelectual o político para conseguir algo. Con algunos amigos del Regional Santiago Centro del Partido Socialista donde era el Secretario Político durante la UP, le decíamos “el vietnamita”. No solo por su aspecto menudo y achinado, sino también por la profundidad de sus convicciones, y su paciencia y tenacidad para sostener sus argumentos. A veces sentíamos su mirada socarrona cuando finalmente decíamos que si, luego de horas de discusión. Pero también sabía contar y sumar, y aplicaba las mayorías de manera implacable. Esa fue la paciencia y tenacidad que exhibió Juan Bustos, el jurista, que imperturbable alegó, en nombre de la humanidad y los derechos humanos ante la Corte Suprema, contra el peor torturador de nuestra historia. Nadie podía imaginar que detrás de su voz firme y pausada había un sobreviviente de la Operación Cóndor en Argentina, a quien sólo el amplio reconocimiento internacional le salvó la vida. Yo lo conocí en la Escuela de Derecho de la U, y al ingresar al Partido Socialista, lo empecé a tratar personalmente. No tuve la suerte de que fuera mi profesor pero sí la de que me considerara su amigo. Desaprensivos e igualitarios como éramos los jóvenes de ese tiempo, tardé en darme cuenta de quien era, del prestigio y respeto internacional de que estaba rodeado. La dictadura y, durante muchos años, la política y la prensa uniformadas, se empeñaron en presentarlo como un extremista, como un eco lejano del hecho que su nombre apareciera en el Primer Bando de la Dictadura Militar conminado a entregarse. Felizmente no cayó en la tentación de creer que lo tratarían como un ciudadano decente. Lo que la Dictadura pretendía era borrar cada huella del asesinato de René Schneider, Comandante en Jefe del Ejército, en cuyo caso Juan Bustos había sido clave como abogado acusador. El Fiscal Militar del caso, a la sazón Jefe de la Segunda División del Ejército con asiento en Santiago, era Augusto Pinochet Ugarte, entonces un obsecuente general que se dedicaba a filtrar información del caso a periodistas del diario Puro Chile para congraciarse, y que luego amnistió a los asesinos. Su partido tiene ahora la compleja misión de designarle un reemplazante. Que pueda encarnar sus mismos valores, o al menos sea un homenaje fiel de ponderación para un hombre digno, cuya pérdida todos lamentamos. Ojalá lo haga. Por el momento, creo sinceramente que con el tiempo, poco a poco, nos iremos dando cuenta que su aporte al desarrollo de los valores cívicos, a la igualdad y la democracia tiene una dimensión incalculable. Santiago Escobar S./Cientista político y experto en defensa.
Es duro y difícil escribir el epitafio de un amigo entrañable. Decir o explicar por qué uno lo quiso y respetó tanto. Porqué lo extrañará en su ausencia. Y no se me ocurre otra palabra que dignidad. Porque si dignidad es lo que nos hace sentir valiosos más allá de nuestra condición material o social, si significa respeto recíproco, o el abogar porque una persona no quede entregada al arbitrio de otra bajo ninguna circunstancia, si implica excelencia, decoro o autoridad, la palabra dignidad es la que mejor describe a Juan Bustos Ramírez. Quienes lo conocimos sabemos que se trataba de un hombre enteramente carnal. Lleno de certidumbres y dudas como cualquier otro ser humano. Con las mismas pasiones, miedos o emociones que cualquiera de nosotros. Pero era en eso donde demostraba su grandeza. Pues llevaba adelante sus convicciones, sin aspavientos ni desgarros, de una manera suave y sutil, como si los peligros fueran figuraciones menores del poder. De una manera tan natural que costaba pensar que tras ese ser sencillo había toda la grandeza que hoy el país descubre. Tal vez el rasgo que más le distinguió es su austeridad frente al uso del poder político. Pese a que estuvo desde muy temprano en su vida investido de múltiples atributos del poder, siempre tuvo un rechazo natural a que algo o alguien de su entorno fueran beneficiados por éste. Le costaba mucho pedir favores para sí, no en cambio para otros. Tenía el don de la representación. Si el socialismo es efectivamente la lucha contra los privilegios, cualesquiera ellos sean, Juan encarnó toda su vida ese principio. Era de una sencillez inaudita y jamás lo ví humillar a alguien, ni sacar a relucir su pedigree intelectual o político para conseguir algo. Con algunos amigos del Regional Santiago Centro del Partido Socialista donde era el Secretario Político durante la UP, le decíamos “el vietnamita”. No solo por su aspecto menudo y achinado, sino también por la profundidad de sus convicciones, y su paciencia y tenacidad para sostener sus argumentos. A veces sentíamos su mirada socarrona cuando finalmente decíamos que si, luego de horas de discusión. Pero también sabía contar y sumar, y aplicaba las mayorías de manera implacable. Esa fue la paciencia y tenacidad que exhibió Juan Bustos, el jurista, que imperturbable alegó, en nombre de la humanidad y los derechos humanos ante la Corte Suprema, contra el peor torturador de nuestra historia. Nadie podía imaginar que detrás de su voz firme y pausada había un sobreviviente de la Operación Cóndor en Argentina, a quien sólo el amplio reconocimiento internacional le salvó la vida. Yo lo conocí en la Escuela de Derecho de la U, y al ingresar al Partido Socialista, lo empecé a tratar personalmente. No tuve la suerte de que fuera mi profesor pero sí la de que me considerara su amigo. Desaprensivos e igualitarios como éramos los jóvenes de ese tiempo, tardé en darme cuenta de quien era, del prestigio y respeto internacional de que estaba rodeado. La dictadura y, durante muchos años, la política y la prensa uniformadas, se empeñaron en presentarlo como un extremista, como un eco lejano del hecho que su nombre apareciera en el Primer Bando de la Dictadura Militar conminado a entregarse. Felizmente no cayó en la tentación de creer que lo tratarían como un ciudadano decente. Lo que la Dictadura pretendía era borrar cada huella del asesinato de René Schneider, Comandante en Jefe del Ejército, en cuyo caso Juan Bustos había sido clave como abogado acusador. El Fiscal Militar del caso, a la sazón Jefe de la Segunda División del Ejército con asiento en Santiago, era Augusto Pinochet Ugarte, entonces un obsecuente general que se dedicaba a filtrar información del caso a periodistas del diario Puro Chile para congraciarse, y que luego amnistió a los asesinos. Su partido tiene ahora la compleja misión de designarle un reemplazante. Que pueda encarnar sus mismos valores, o al menos sea un homenaje fiel de ponderación para un hombre digno, cuya pérdida todos lamentamos. Ojalá lo haga. Por el momento, creo sinceramente que con el tiempo, poco a poco, nos iremos dando cuenta que su aporte al desarrollo de los valores cívicos, a la igualdad y la democracia tiene una dimensión incalculable. Santiago Escobar S./Cientista político y experto en defensa.
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