martes, mayo 13, 2008

MADUREZ CÍVICA. Andres Rojo.


Si alguien se pregunta para qué sirve un perro o un gato, las mascotas abandonadas en Chaitén están dando la respuesta: Los animales de compañía sirven para actuar como espejo de los humanos, mostrando su sensibilidad por algo que no sean ellos mismos, por comprender el sufrimiento de quienes no hablan y por sacrificar su propia seguridad por algo que no le significa una recompensa.

La situación de las mascotas en Chaitén demuestra además que la sociedad chilena ha experimentado un progreso en los últimos años. Hace no hace mucho tiempo atrás, nadie se hubiera preocupado de ellos; hace un poco menos de tiempo, a quienes se hubieran preocupado por los animales los hubieran catalogado como desquiciados; pero hoy en día han producido un importante respaldo ciudadano.

Se deben aclarar un par de cosas inicialmente. No se trata sólo de rescatar las mascotas, sino de devolver a los animales a sus dueños, que en la mayoría son niños, arrancados de sus hogares por la fuerza de la naturaleza y se encuentran en condiciones de precariedad que pueden ser aliviadas con la presencia de su regalón.
Un segundo aspecto: Nadie ha pedido que sean los carabineros o los funcionarios públicos los que vayan a Chaitén a rescatar animales. Hay voluntarios para esa tarea que solo están pidiendo la autorización para ir a una zona de riesgo, con todo el conocimiento de lo que significa su ofrecimiento. Puede haber desgracias humanas, pero quienes se han ofrecido están conscientes de ello. No son suicidas a los que se puede proteger por ley porque se sanciona atentar contra la vida. No son más arriesgados que los bomberos o que los mismos policías.

Tercero, esto no es una disputa entre animales o plantas en contra de las personas, que son los casos en los que algunos ecologistas extreman posiciones, considerando a los humanos casi como usurpadores del planeta.

Legalmente se puede discutir la legalidad de la prohibición gubernamental para el desplazamiento de personas a la zona asolada por las erupciones, pero no es la ley la que está en discusión, sino el deber del ser humano de proteger a otros seres vivos.

La discusión se puede resolver con un gesto de apertura de la autoridad y el compromiso de los voluntarios de asumir la responsabilidad de sus propios actos. Si alguien quiere entrar a un edificio en llamas para rescatar a su gato, el deber de la autoridad es advertirle del riesgo, pero no puede prohibírselo porque los seres humanos son intrínsecamente libres y esa libertad sólo puede ser coartada en nombre de un valor superior, y si alguien considera que la solidaridad con los animales vale la pena el riesgo no se le puede censurar por ello. A los demás nos corresponde agradecerles la lección de humanidad y consciencia.