lunes, mayo 12, 2008

POLITICA CONTRA EL ODIO. G.Wielandt

Los conflictos de poder deficitariamente regulados, el privilegio corporativo clientelar, la no transparencia de las instituciones y de los procedimientos, las injurias y calumnias, levantar falso testimonio, los intereses egoístas para alcanzar el poder, la lucha política abusiva de los medios, la falta de voluntad para dialogar, para consensuar lineamientos, para cumplir acuerdos y respetar conclusiones; deriva en el desprecio total y recíproco entre las partes en conflicto, es cuna de la más profunda odiosidad entre los antagonistas.
Las torpes propuestas de soluciones al conflicto, como acordar la división de la entidad, que al fin y al cabo es acordar el término del ente; la carencia estratégica de luchar democráticamente al interior de la entidad desmereciendo a tantos, negociar corporativa y no partidariamente, rotarse en los cargos públicos como si el ente no existiera o fuera propiedad privada; siembra el odio irreconciliable entre las partes.
El insulto fácil, el insulto depravado, el insulto generalizado, la ceguera ante la corrupción, el confundir lo malo con lo bueno y tratar lo bueno como malo, el ignorar el bien común, el ningunear la alternativa, el confundir el partido con el Estado, el secuestrar el Estado, el no ser contraparte, el actuar como una extensión, el confundir roles y funciones, el amedrentar; suscitan igualmente odio difícilmente reversible.
¿Qué podemos hacer?
Guardar silencio cuesta la vida del ente, mantener el estado actual de las cosas alarga la agonía.
Entonces, ¿Qué podemos hacer?
Democracia. Debemos hacer democracia. El saneamiento democrático requiere adecuar las instituciones democráticas a los tiempos políticos y no supeditarlos a los tiempos administrativos. El hacer democracia hoy es convocar al pueblo demócrata cristiano para elegir una dirección nacional comunitariamente representativa. A la mayoría lo que es de la mayoría y a la minoría lo que es de la minoría. Una vez más convoquémonos para reconocer en nuestra unidad, nuestra verdadera diversidad.
Gonzalo Wielandt