miércoles, mayo 28, 2008

Las contradicciones de la elite. Por Cristina Moyano*

El discurso presidencial de este 21 de mayo ha generado una seguidilla de reacciones al interior de la clase política chilena y en algunas organizaciones sociales en particular. Si bien esto es parte del debate político democrático, razón por la cual no debería suscitar ni extrañeza ni preocupación, lo especialmente atractivo de esta nueva cuenta presidencial y sus reacciones han sido los esbozos cada vez más claros de una crisis al interior del conglomerado de gobierno, que ya no sólo puede leerse como el enfrentamiento entre las dos almas de la Concertación, sino que como una crisis interna de la propia elite política del oficialismo.Hay en el oficialismo una pérdida en las confianzas históricas que la habían fundamentado y que era el principal soporte subjetivo que sustentó la posibilidad histórica de re-fundar un nuevo pacto político de largo plazo. No hay que olvidar que la configuración histórica de la Concertación de Partidos por la Democracia obedeció a una coyuntura política que se extendió por 17 años y que permitió conjugar historias personales, trayectorias políticas y subjetividades experenciadas en el exilio, la clandestinidad o el sumergimiento público de la actividad política. Sobre la base de una experiencia de “desalojo”, de represión, de oscurecimiento y de deterioro hegemónico de la validación de la actividad política, los actores políticos que se hicieron al mundo durante estos años de hierro, fueron construyendo una percepción que fue la base para la constitución de una práctica, que releída a la luz de las culturas políticas partidarias, fortaleció el consenso y la negociación para recomponer el orden y recuperar la democracia. En esa experiencia marcadora se articuló la elite política que condujo la transición a la democracia. En exilio y clandestinidad, con numerosos conflictos internos debido a la variedad de experiencias derivadas de estos dos espacios-entornos, se sistematizó intelectualmente una lectura política que condujo, con muchos conflictos por cierto, a la idea de que la sociedad chilena necesitaba de un pacto refundacional que no podía provenir de las bases sociales, destruidas y re-fundadas por un capitalismo individualista y autoritario, que había conseguido devaluar profundamente el magnífico capital social de los sectores populares y medios, sino que debía provenir de las elites políticas. Estos elementos propios de la subjetividad política le dieron un fundamento que excedió a la propuesta programática y que sirvió de base para construir un camino de salida a la dictadura y durante tres gobiernos consecutivos mostró una coherencia ordenada, aunque cada vez menos profunda, de un proyecto político de transformación social, cultural y política de nuestro país. Estas elites políticas articularon un espacio de recreación en función de sus experiencias cotidianas vivenciadas en el pasado, y que se seguían fortaleciendo en un presente particular. Se combinaron de manera conflictiva con quienes habiendo permanecido en el interior del país habían conseguido, con un saldo escasamente positivo, mantener activas las máquinas partidarias, con costos humanos más que significativos. La pugna de estas dos experiencias prontamente reflotaría y, como consecuencia de ello, numerosos dirigentes sociales y políticos serían expulsados de los puestos de poder político gubernamental y parlamentario, evidenciando la conflictiva relación entre estas dos subjetividades. La crisis que se mantuvo un tanto subterránea y que obedecía a la necesidad de reproducción de la propia elite concertacionista, se evidenció abiertamente en la última elección presidencial. Numerosos analistas políticos, cientistas sociales y periodistas hablaron de un recambio en las elites políticas de la Concertación, sin detallar mayores fundamentos que la propia imagen que retrataba la figura de la entonces candidata y actual Presidenta de la República. Había allí una primera detección pública y verbalizada de un conflicto más que ideológico, de reproducción interna y recambio generacional que estaba viviendo el conglomerado oficialista.En países como España o México, un sinnúmero de estudios provenientes de la ciencia política, la antropología y la sociología han retratado estos recambios y reproducción de las elites políticas en conglomerados que han permanecido, por mucho tiempo, en el poder y que tienen manifestaciones muy similares al fenómeno que está viviendo nuestro país. Lo interesante del discurso del último 21 de mayo y sus reacciones, es que puede leerse como una expresión más de este proceso de recambio de las elites concertacionistas. En efecto, cuando el diputado Saffirio, la senadora Alvear y otros miembros de la DC e incluso dirigentes del propio Partido Socialista, reclaman la no mención a la eliminación del 7% de la cotización en salud para los pensionados, enfatizando que el problema central recae en el gran poder que detenta el ministro de Hacienda en la conducción de las políticas públicas, calificándolo como un “tecnócrata”, se está demostrando el no reconocimiento entre sus pares, el no pertenecer a esa elite política fundadora de este conglomerado político que se resiste, precisamente, a una renovación de sus propios miembros y que ha manifestado conflictos de permeabilidad en estos 18 años.El retorno de “viejos” exponentes de la elite como José Antonio Viera Gallo, Pérez Yoma o el mismo J. Gabriel Valdés (a cargo de la imagen país) demuestra esta necesidad de recurrir al viejo espíritu fundacional de la Concertación, basado más en una experiencia subjetiva que en un proyecto ideológico y programático que le diera extensión y proyección en el tiempo, para mantener una cohesión amenazada con el ingreso poco reconocido de nuevos cuadros dirigentes.La promesa de recambio falló porque un recambio debe ser validado por sus propios miembros y fortalecido a través de prácticas políticas reconocidas por los actores. Claro que el problema es más de fondo aún, ya que el espíritu de la Concertación, la construcción de su mística y proyecto fundacional está encarnado en la trayectoria de actores con nombre y apellido, quienes no han logrado reconstruir un nuevo discurso refundacional agobiados por la vertiginosa labor de administrar el Estado. En ese contexto, las disputas internas no sólo son espejo de una disputa aparentemente ideológica y que se expresaría en dos almas contrapuestas, sino que sus claves estarían también en el difícil proceso de reproducción y renovación de la elite política que la configura en su seno.En este escenario ¿qué cabe esperar? Un tiempo no muy lejano tendrá la palabra._________________________________________________________________________________*Cristina Moyano Barahona es Doctora en Historia y Académica de la Universidad de Santiago de Chile.