Los cristianos y la política. José Aldunate, s.j.
Ante las tensiones y divisiones que causa la política en el mundo cristiano conviene aclarar ciertos conceptos básicos a la luz de la historia y la reflexión. Los cristianos debemos ocuparnos de la política. No me refiero a "la política de partidos", sino a la "gran política", que busca construir el bien común. Jesucristo nos señaló el "Reino de Dios" como tarea. Este reinado, sin identificarse con metas de la política terrenal, las inspira y urge por un compromiso cristiano con ellas. Todos hemos de contribuir a la gestación de una humanidad libre, equitativa y fraternal, como reza la Proclamación de los Derechos Humanos de 1948.
En la historia la Iglesia siempre se ha ocupado, bien o mal, de la política. Durante siglos estuvo vinculada -demasiado, sin duda- a los poderes de la época. Con todo, no faltaron testimonios de independencia. La conjunción entre Iglesia y poder estructuraba "la cristiandad". Pero el poder político se democratizó y se secularizó a partir de la Revolución Francesa. La cristiandad entró en crisis y la Iglesia sólo pudo resituarse en la modernidad elaborando desde 1891 su doctrina social, y de manera más plena en el Concilio Vaticano II (1962-65). El filósofo Jacques Maritain, en las décadas de 1920 a 1940, ayudó a la Iglesia a abrirse a la democracia y a los derechos humanos.
En Chile existió una evolución semejante.
La Iglesia estuvo involucrada con el Partido Conservador. En 1925 se separó del Estado y acabó por desvincularse de ese partido, sin por eso renunciar a su tarea de servir al bien de Chile. Surgió un partido nuevo con ideas modernas, inspirado en Maritain: la Democracia Cristiana. Esta se llevó la adhesión de parte importante de los cristianos, sobre todo de los más jóvenes. La Iglesia chilena, al separarse del Partido Conservador, obedecía a una instrucción romana de neutralidad política, en cuanto a no abanderarse con ninguna colectividad. Pero, por encima de los partidos, no podía dejar de colaborar con la "gran política" del bien común. Al final de la década del 60, se abrió una nueva perspectiva para los cristianos: con la venida del socialismo de la UP, se constituyeron varios partidos, como el MAPU y la Izquierda Cristiana, y un movimiento, Cristianos por el Socialismo. La Teología de la Liberación (1967), las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979) con sus opciones por los pobres contribuyeron a dar a muchos cristianos, y a otros menos abanderados políticamente, una inspiración trascendente, una espiritualidad propia.
En la actualidad hay cristianos en los partidos de derecha, en la DC, en el socialismo y el comunismo. Pero, trascendiendo los partidos, podemos distinguir cristianos de tradición, cristianos del Concilio y cristianos de la liberación. Otros los llamarán cristianos de derecha, centro e izquierda. Cada grupo con sus características. El primero valora la tradición; el segundo, la modernidad conciliar; el tercero, la igualdad y la liberación de los pobres. Es bueno que los cristianos en Chile situemos nuestras convergencias y divergencias. Comprendamos que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Nos une, o nos debe unir, un fin común, la "gran política", la de construir el bien común, una fraternidad humana que refleje el Reino de Dios.
Nos diferencian los medios, concretizados en la política de partidos e influenciados por diversas lealtades. Es bueno pensar que teniendo el mismo fin es posible e imperativo dialogar sobre los medios y llegar a acuerdos. Y esto es en cierto modo lo que han debido hacer en la Concertación democratacristianos y socialistas. No hagamos de nuestro partido un fin, sino un simple medio al servicio de la "gran política". Así reivindicaremos el valor trascendente de la actividad política.
En la historia la Iglesia siempre se ha ocupado, bien o mal, de la política. Durante siglos estuvo vinculada -demasiado, sin duda- a los poderes de la época. Con todo, no faltaron testimonios de independencia. La conjunción entre Iglesia y poder estructuraba "la cristiandad". Pero el poder político se democratizó y se secularizó a partir de la Revolución Francesa. La cristiandad entró en crisis y la Iglesia sólo pudo resituarse en la modernidad elaborando desde 1891 su doctrina social, y de manera más plena en el Concilio Vaticano II (1962-65). El filósofo Jacques Maritain, en las décadas de 1920 a 1940, ayudó a la Iglesia a abrirse a la democracia y a los derechos humanos.
En Chile existió una evolución semejante.
La Iglesia estuvo involucrada con el Partido Conservador. En 1925 se separó del Estado y acabó por desvincularse de ese partido, sin por eso renunciar a su tarea de servir al bien de Chile. Surgió un partido nuevo con ideas modernas, inspirado en Maritain: la Democracia Cristiana. Esta se llevó la adhesión de parte importante de los cristianos, sobre todo de los más jóvenes. La Iglesia chilena, al separarse del Partido Conservador, obedecía a una instrucción romana de neutralidad política, en cuanto a no abanderarse con ninguna colectividad. Pero, por encima de los partidos, no podía dejar de colaborar con la "gran política" del bien común. Al final de la década del 60, se abrió una nueva perspectiva para los cristianos: con la venida del socialismo de la UP, se constituyeron varios partidos, como el MAPU y la Izquierda Cristiana, y un movimiento, Cristianos por el Socialismo. La Teología de la Liberación (1967), las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979) con sus opciones por los pobres contribuyeron a dar a muchos cristianos, y a otros menos abanderados políticamente, una inspiración trascendente, una espiritualidad propia.
En la actualidad hay cristianos en los partidos de derecha, en la DC, en el socialismo y el comunismo. Pero, trascendiendo los partidos, podemos distinguir cristianos de tradición, cristianos del Concilio y cristianos de la liberación. Otros los llamarán cristianos de derecha, centro e izquierda. Cada grupo con sus características. El primero valora la tradición; el segundo, la modernidad conciliar; el tercero, la igualdad y la liberación de los pobres. Es bueno que los cristianos en Chile situemos nuestras convergencias y divergencias. Comprendamos que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Nos une, o nos debe unir, un fin común, la "gran política", la de construir el bien común, una fraternidad humana que refleje el Reino de Dios.
Nos diferencian los medios, concretizados en la política de partidos e influenciados por diversas lealtades. Es bueno pensar que teniendo el mismo fin es posible e imperativo dialogar sobre los medios y llegar a acuerdos. Y esto es en cierto modo lo que han debido hacer en la Concertación democratacristianos y socialistas. No hagamos de nuestro partido un fin, sino un simple medio al servicio de la "gran política". Así reivindicaremos el valor trascendente de la actividad política.
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