Congreso DC: aún queda pega. Antonio Cortés Terzi
Una reflexión de un observador amateur en socialcristianismo: ciertas definiciones programáticas parecieran haberse tomado sublimando factores de carácter coyuntural. Tal vez por eso sobre ese tipo de definiciones pareciera haber un aura de atavismo ideológico, más que de actualización doctrinaria.
Que el último Congreso de la Democracia Cristiana tuviera la calificación de "ideológico" puede prestarse para equívocos. Equívocos que no sólo pueden encontrarse en las evaluaciones públicas inmediatas, sino en las valoraciones e interpretaciones que de él se hagan en el futuro al seno del propio partido. En tal sentido, para una mejor lectura de los significados y los resultados del acontecimiento sería conveniente prestar atención a algunas "advertencias" formuladas al respecto. Aquí se han seleccionado dos.
Una proviene de Carlos Huneeus y fue expresada en artículo de La Tercera del 18 de octubre, con el título "Las decisiones del Congreso DC". Dice don Carlos: "Un congreso no es un seminario académico en que se imponen las opiniones técnicas y científicas , sino que un evento político: pensar el país y definir líneas de acción futuras para influir en la política".
La segunda "advertencia" se encuentra en un artículo de Víctor Maldonado, con el título "La DC y su opción presidencial" y publicado en La Nación el 19 de octubre. Ahí se plantea: "El Congreso del PDC fue mucho más un acontecimiento programático que político. El tema que subyacía a todo el debate era cómo fortalecer la búsqueda de la Presidencia del país, encabezando a la Concertación".
Ambos escritos coinciden en un punto que, a la postre, puede ser de mucha importancia: el rango de "ideológico" otorgado al Congreso no quiere decir que sus dinámicas y propósitos esenciales se centraran en el ámbito estrictamente doctrinario o teórico y que, por tanto, sus frutos debían ser, principalmente, de orden conceptual. Fue, en lo sustantivo, un encuentro político-programático, donde lo ideológico radicó, en verdad, en el desarrollo de cierta discursividad que amparara y le diera más consistencia a la construcción programática.
¿En dónde estriba lo trascendente de estas "advertencias"? En primer lugar, en el hecho de que el Congreso no debería ser considerado como un momento culminante y final de los debates que cruzan interna y mundialmente al socialcristianismo actual. Dicho de una manera más categórica: no debería pensarse como un evento que superó en plenitud las interrogantes doctrinarias y conceptuales que los tiempos modernos y la modernidad plantean a esa cultura-política (como a todas las demás) y cuyas respuestas suponen más tiempos político-históricos de reflexión. Sería un error de proporciones asumir que, luego del Congreso, el socialcristianismo criollo pasó el umbral de la "crisis ideológica" que aqueja -bemoles más, bemoles menos- de modo universal al socialcristianismo y que, por ende, devino en el primer partido de esa orden que reconstruye por entero sus cuerpos teóricos para dar cuenta cabal de los fenómenos y procesos de la modernidad.
Tener presente lo anterior lleva a la segunda trascendencia de las "advertencias" citadas. La aceptación que el Congreso, en lo fundamental, dio cuenta satisfactoria -y temporal- de un contexto de relativas confusiones temáticas y delineó un marco político-programático ordenador y proyectivo, pero que no cerró el ciclo sintomático de "crisis ideológica" evita que él o los documentos que lo sinteticen se erijan en una suerte de "Biblia doctrinaria" y cuya letra y contenido quede bajo la custodia de sacerdotes protectores de las correctas lecturas. En cualquier partido que ocurre eso, se abren caminos para el dogmatismo, la sectarización, las escisiones y el anquilosamiento.
Por último, una reflexión desde un observador amateur en materias doctrinarias del socialcristianismo: algunas definiciones programáticas adoptadas por este Congreso y cuyos argumentos corresponden a pronunciamientos ideológicos, parecieran haberse tomado sublimando factores de carácter dominantemente coyuntural. Tal vez por esa razón es que sobre este tipo de definiciones pareciera haber un aura de atavismo ideológico, más que de actualización doctrinaria.
Por otra parte, sectores y personalidades de la Democracia Cristiana han insistido en que el Congreso tuvo el mérito de reinstalar los debates y resoluciones dentro de los principios del humanismo cristiano. La pregunta es si, aun en su inmanencia, ¿los principios no deben ser actualizados históricamente para tornarse realizables en la realidad contemporánea?
Reflexión e interrogación que abogan para que el Congreso del PDC -encomiable en muchos aspectos- no desestimule el largo trabajo intelectual que resta para dotar al progresismo del instrumental teórico y político-práctico que todavía le falta para poder desenvolverse de manera eficaz en el binomio deconstructivo/reconstructivo que entraña la modernidad.
Que el último Congreso de la Democracia Cristiana tuviera la calificación de "ideológico" puede prestarse para equívocos. Equívocos que no sólo pueden encontrarse en las evaluaciones públicas inmediatas, sino en las valoraciones e interpretaciones que de él se hagan en el futuro al seno del propio partido. En tal sentido, para una mejor lectura de los significados y los resultados del acontecimiento sería conveniente prestar atención a algunas "advertencias" formuladas al respecto. Aquí se han seleccionado dos.
Una proviene de Carlos Huneeus y fue expresada en artículo de La Tercera del 18 de octubre, con el título "Las decisiones del Congreso DC". Dice don Carlos: "Un congreso no es un seminario académico en que se imponen las opiniones técnicas y científicas , sino que un evento político: pensar el país y definir líneas de acción futuras para influir en la política".
La segunda "advertencia" se encuentra en un artículo de Víctor Maldonado, con el título "La DC y su opción presidencial" y publicado en La Nación el 19 de octubre. Ahí se plantea: "El Congreso del PDC fue mucho más un acontecimiento programático que político. El tema que subyacía a todo el debate era cómo fortalecer la búsqueda de la Presidencia del país, encabezando a la Concertación".
Ambos escritos coinciden en un punto que, a la postre, puede ser de mucha importancia: el rango de "ideológico" otorgado al Congreso no quiere decir que sus dinámicas y propósitos esenciales se centraran en el ámbito estrictamente doctrinario o teórico y que, por tanto, sus frutos debían ser, principalmente, de orden conceptual. Fue, en lo sustantivo, un encuentro político-programático, donde lo ideológico radicó, en verdad, en el desarrollo de cierta discursividad que amparara y le diera más consistencia a la construcción programática.
¿En dónde estriba lo trascendente de estas "advertencias"? En primer lugar, en el hecho de que el Congreso no debería ser considerado como un momento culminante y final de los debates que cruzan interna y mundialmente al socialcristianismo actual. Dicho de una manera más categórica: no debería pensarse como un evento que superó en plenitud las interrogantes doctrinarias y conceptuales que los tiempos modernos y la modernidad plantean a esa cultura-política (como a todas las demás) y cuyas respuestas suponen más tiempos político-históricos de reflexión. Sería un error de proporciones asumir que, luego del Congreso, el socialcristianismo criollo pasó el umbral de la "crisis ideológica" que aqueja -bemoles más, bemoles menos- de modo universal al socialcristianismo y que, por ende, devino en el primer partido de esa orden que reconstruye por entero sus cuerpos teóricos para dar cuenta cabal de los fenómenos y procesos de la modernidad.
Tener presente lo anterior lleva a la segunda trascendencia de las "advertencias" citadas. La aceptación que el Congreso, en lo fundamental, dio cuenta satisfactoria -y temporal- de un contexto de relativas confusiones temáticas y delineó un marco político-programático ordenador y proyectivo, pero que no cerró el ciclo sintomático de "crisis ideológica" evita que él o los documentos que lo sinteticen se erijan en una suerte de "Biblia doctrinaria" y cuya letra y contenido quede bajo la custodia de sacerdotes protectores de las correctas lecturas. En cualquier partido que ocurre eso, se abren caminos para el dogmatismo, la sectarización, las escisiones y el anquilosamiento.
Por último, una reflexión desde un observador amateur en materias doctrinarias del socialcristianismo: algunas definiciones programáticas adoptadas por este Congreso y cuyos argumentos corresponden a pronunciamientos ideológicos, parecieran haberse tomado sublimando factores de carácter dominantemente coyuntural. Tal vez por esa razón es que sobre este tipo de definiciones pareciera haber un aura de atavismo ideológico, más que de actualización doctrinaria.
Por otra parte, sectores y personalidades de la Democracia Cristiana han insistido en que el Congreso tuvo el mérito de reinstalar los debates y resoluciones dentro de los principios del humanismo cristiano. La pregunta es si, aun en su inmanencia, ¿los principios no deben ser actualizados históricamente para tornarse realizables en la realidad contemporánea?
Reflexión e interrogación que abogan para que el Congreso del PDC -encomiable en muchos aspectos- no desestimule el largo trabajo intelectual que resta para dotar al progresismo del instrumental teórico y político-práctico que todavía le falta para poder desenvolverse de manera eficaz en el binomio deconstructivo/reconstructivo que entraña la modernidad.
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