"EL TRABAJO ES UN ESFUERZO PERSONAL, FRATERNAL Y SANTIFICADOR" Guillermo Sandoval.
San Alberto Hurtado:
Cuando el Padre Hurtado pensaba en el trabajo (intelectual o manual, realizado por el empleado o el empresario) lo entendía como “el esfuerzo que se pone al servicio de la humanidad, personal en su origen, fraternal en sus fines, santificador en sus efectos”. Resulta sorprendente la tremenda actualidad incluso técnica de sus apreciaciones.
Es clave para captar la mirada hurtadiana sobre las relaciones laborales, observar el significado que otorga a cada una de esas tres características.
El trabajo es personal en su origen, señala, porque a través de éste el hombre “da lo mejor que tiene: su propia actividad, que vale más que el dinero”. Por ello dice que resulta injusto hacer sentir al trabajador que tiene ocupación porque la sociedad bondadosamente se lo otorga. Más bien, indica, es la sociedad la que vive gracias al trabajo de sus ciudadanos. Este esfuerzo personal lo califica como bello, porque “desarrolla el cuerpo y el espíritu, aleja vicios que son el derivativo de la ociosidad”.
Es también el trabajo es fraternal, más aún, es “la mejor manera de probar el amor por los hermanos”, ya que responde a las exigencias de la justicia social y de la caridad. Sin duda que Alberto Hurtado mira al trabajo humano desde la perspectiva de quien presta servicios, tanto como desde aquella que los contrata.
Por supuesto, también es fraternal entre los trabajadores, tanto en el plano de las relaciones interpersonales, como en el de las relaciones sociales, particularmente en la defensa de los intereses laborales agregados. Por lo mismo es que reiteradamente señala tanto la necesidad de la sindicalización, para hacer efectiva esa defensa de esos intereses. Pero no descuida su mirada sobre el rol de cooperación del sindicato en la gestión de la empresa: en uno de sus escritos afirma que “cada uno forma parte de un gran todo; somos piedras de un mismo edificio, ramas de un mismo árbol, miembros de un mismo cuerpo, herederos de un mismo destino”.
Finalmente, el trabajo es santificador en sus resultados, pues “por el trabajo el hombre colabora con el plan de Dios, humaniza la tierra, la penetra de pensamiento, de amor, la espiritualiza y diviniza”.
Ahora bien, la santidad Alberto Hurtado no puede sino entenderla desde su propia identidad ignaciana. La santidad en el trabajo demanda excelencia, coherencia y solidaridad. Excelencia, entendida en términos de hacer el mejor esfuerzo conforme a las capacidades propias, no en una comprensión que apunte a la competitividad con otros, sino primero consigo mismo. Coherencia, que la expresa al decir “se engaña quien piensa con frecuencia en el cielo, pero se olvida de las miserias de la tierra en que vive”. Y solidaridad, porque el ideal cristiano no tiene que ver sólo con el cumplimiento de normas –estas las acoge porque son normalmente una buena pedagogía- sino y sobre todo con profundizar el criterio del amor y del servicio a Dios en el prójimo. Por esto es que constantemente repite que la caridad viene después de la justicia.
Por supuesto, esto lleva a comprender tanto que el trabajo debe ser fruto del mejor esfuerzo, porque se está colaborando con la creación divina, cuanto que éste debe ser realizado en condiciones de dignidad: en su ambiente y su remuneración. Más aún, cuidando la naturaleza que pertenece también a las generaciones futuras.
En este plano, un aspecto que no se puede dejar pasar, es aquel referido a la incorporación de la mujer al mercado laboral: Ya en su tiempo (hace más de 50 años) señalaba “el salario que se debe a una mujer por un trabajo debe ser igual al que se pagaría a un hombre por igual tarea”.
Si así se asume la enseñanza del Padre Hurtado sobre el trabajo, es posible pensar en la viabilidad de esa expresión de él mismo: “Entre el capital y el trabajo debe haber relaciones humanas. Tanto el patrón como cada uno de los trabajadores, son hombres con problemas personales y familiares, que han de ser resueltos con criterio de colaboración social”. Leído en clave de relaciones laborales actuales, estaremos hablando derechamente de una invitación a hacer efectivo el diálogo social en la empresa y, ciertamente, en la sociedad.
La propuesta hurtadiana tiene gran riqueza para iluminar las relaciones laborales en la empresa de hoy. Es algo que resulta sorprendente, que sus conceptos –dichos hace cincuenta años- en un escenario nacional y global radicalmente distinto, tengan tanta actualidad.
Cuando el Padre Hurtado pensaba en el trabajo (intelectual o manual, realizado por el empleado o el empresario) lo entendía como “el esfuerzo que se pone al servicio de la humanidad, personal en su origen, fraternal en sus fines, santificador en sus efectos”. Resulta sorprendente la tremenda actualidad incluso técnica de sus apreciaciones.
Es clave para captar la mirada hurtadiana sobre las relaciones laborales, observar el significado que otorga a cada una de esas tres características.
El trabajo es personal en su origen, señala, porque a través de éste el hombre “da lo mejor que tiene: su propia actividad, que vale más que el dinero”. Por ello dice que resulta injusto hacer sentir al trabajador que tiene ocupación porque la sociedad bondadosamente se lo otorga. Más bien, indica, es la sociedad la que vive gracias al trabajo de sus ciudadanos. Este esfuerzo personal lo califica como bello, porque “desarrolla el cuerpo y el espíritu, aleja vicios que son el derivativo de la ociosidad”.
Es también el trabajo es fraternal, más aún, es “la mejor manera de probar el amor por los hermanos”, ya que responde a las exigencias de la justicia social y de la caridad. Sin duda que Alberto Hurtado mira al trabajo humano desde la perspectiva de quien presta servicios, tanto como desde aquella que los contrata.
Por supuesto, también es fraternal entre los trabajadores, tanto en el plano de las relaciones interpersonales, como en el de las relaciones sociales, particularmente en la defensa de los intereses laborales agregados. Por lo mismo es que reiteradamente señala tanto la necesidad de la sindicalización, para hacer efectiva esa defensa de esos intereses. Pero no descuida su mirada sobre el rol de cooperación del sindicato en la gestión de la empresa: en uno de sus escritos afirma que “cada uno forma parte de un gran todo; somos piedras de un mismo edificio, ramas de un mismo árbol, miembros de un mismo cuerpo, herederos de un mismo destino”.
Finalmente, el trabajo es santificador en sus resultados, pues “por el trabajo el hombre colabora con el plan de Dios, humaniza la tierra, la penetra de pensamiento, de amor, la espiritualiza y diviniza”.
Ahora bien, la santidad Alberto Hurtado no puede sino entenderla desde su propia identidad ignaciana. La santidad en el trabajo demanda excelencia, coherencia y solidaridad. Excelencia, entendida en términos de hacer el mejor esfuerzo conforme a las capacidades propias, no en una comprensión que apunte a la competitividad con otros, sino primero consigo mismo. Coherencia, que la expresa al decir “se engaña quien piensa con frecuencia en el cielo, pero se olvida de las miserias de la tierra en que vive”. Y solidaridad, porque el ideal cristiano no tiene que ver sólo con el cumplimiento de normas –estas las acoge porque son normalmente una buena pedagogía- sino y sobre todo con profundizar el criterio del amor y del servicio a Dios en el prójimo. Por esto es que constantemente repite que la caridad viene después de la justicia.
Por supuesto, esto lleva a comprender tanto que el trabajo debe ser fruto del mejor esfuerzo, porque se está colaborando con la creación divina, cuanto que éste debe ser realizado en condiciones de dignidad: en su ambiente y su remuneración. Más aún, cuidando la naturaleza que pertenece también a las generaciones futuras.
En este plano, un aspecto que no se puede dejar pasar, es aquel referido a la incorporación de la mujer al mercado laboral: Ya en su tiempo (hace más de 50 años) señalaba “el salario que se debe a una mujer por un trabajo debe ser igual al que se pagaría a un hombre por igual tarea”.
Si así se asume la enseñanza del Padre Hurtado sobre el trabajo, es posible pensar en la viabilidad de esa expresión de él mismo: “Entre el capital y el trabajo debe haber relaciones humanas. Tanto el patrón como cada uno de los trabajadores, son hombres con problemas personales y familiares, que han de ser resueltos con criterio de colaboración social”. Leído en clave de relaciones laborales actuales, estaremos hablando derechamente de una invitación a hacer efectivo el diálogo social en la empresa y, ciertamente, en la sociedad.
La propuesta hurtadiana tiene gran riqueza para iluminar las relaciones laborales en la empresa de hoy. Es algo que resulta sorprendente, que sus conceptos –dichos hace cincuenta años- en un escenario nacional y global radicalmente distinto, tengan tanta actualidad.
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