“Desalojo” y autoritarismo. Antonio Cortés Terzi.Director Ejecutivo del Centro de Estudios Sociales Avance

Es natural que una eventual transformación como aquella genere interrogantes e incertidumbres. El país político y social entraría en una situación que no ha experimentado por un larguísimo tiempo y que resulta desconocida para las mayorías generacionales. Al momento que se inicie el próximo Gobierno se cumplirán cerca de cincuenta años que la derecha no gobierna en democracia. Por consiguiente, la información vivencial que tiene la inmensa mayoría de la sociedad acerca de cómo gobierna ese sector proviene del referente más reciente, del dictatorial. Por supuesto que eso plantea dudas. Tanto más cuando buena parte del actual personal político de elite de la derecha y en servicio activo no pasó por la experiencia de gobernar en democracia y un porcentaje importante del mismo sí pasó por la experiencia de hacerlo en dictadura.
Las dudas planteadas no se refieren a si la derecha gobernaría de modo dictatorial o democrático. Sería intelectual y éticamente repudiable poner las cosas de esa manera. La interrogante legítima y proba es: ¿gobernará la derecha autoritariamente o propenderá hacia estilos y prácticas expansivamente democráticas? Interrogante que surge de lo ya dicho: su clase política no tiene experiencia en gobiernos democráticos y sí dictatoriales. Y es una pregunta proba y legítima, pues dentro de la democracia cabe la opcionalidad entre gobiernos más autoritarios o más democráticos.
La derecha chilena tiene un alma autoritaria, aunque con algunos escrúpulos de origen democrático. Alma que se ha desarrollado históricamente y no se ha nutrido únicamente de su última experiencia dictatorial. Deriva de fuentes “ontológicas”, sociológicas e intelectuales (¿o teológicas?)
Siempre y en todas partes -cuestión demostrable empíricamente- las derechas son -y nacen como- nomenclaturas políticas de las elites socioeconómicas y propietarias. Ese “ser trascendente” les insufla un autoritarismo “ontológico” (condición de elite), pero también sociológicamente funcional: deriva de las prácticas como propietarias, como decisores autócratas y tecnocráticas que ostentan sus elites. En el plano intelectual, el autoritarismo derechista se alimenta de la articulación que establece entre orden social y conservadurismo católico. El pensamiento político derechista es, en esencia, instrumental e ideologizante. Ante todo, piensa en y para asegurar el orden social que reproduce la condición social de sus elites. Y en razón de lo mismo es que conjugan y amalgaman pensamiento político de raigambre autoritaria y catolicismo conservador, o sea, atemorizante, prohibitivo, sancionador e intolerante con el “desorden” moral.
Es enteramente “racional-real” que la obsesión intelectual, moral y política por el “orden” incline a la derecha hacia el ejercicio autoritario del poder en todo orden de cosas. En suma, hay en la derecha un sustrato histórico, cultural y sociológico que le da amparo objetivable a las sospechas que un Gobierno de su signo tendería a potenciar autoritarismos.
Debe insistirse que aquí ni siquiera se insinúa que un Gobierno de derecha amenace con romper o violar la institucionalidad democrática. Pero cualquier régimen democrático deja espacios para que a través de la facticidad del poder se gobierne con niveles relativamente elevados de autoritarismo. Y si de algo sabe mucho la derecha chilena es, precisamente, de la facticidad del poder. ¿O no, Andrés? ¿O no, Sebastián?
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