Chile huele a quemado. JOSÉ AYLWIN. Codirector del Observatorio Ciudadano.
Los
incendios que han afectado el centro y el extremo austral del país en los
últimos días han impactado a la opinión pública. La destrucción de un centenar de viviendas,
dejando más de quinientos damnificados, así como de monocultivos forestales a
consecuencia del fuego en las comunas de Quillón y Florida en la Región del Bío Bío, y la devastación por las
llamas de más de 12 mil hectáreas, muchas de ellas de bosque nativo, en el
Parque Nacional Torres del Paine, patrimonio ambiental de Chile y de la
humanidad, son sin duda los hechos más dramáticos.
Al
igual que en otras latitudes, los incendios son comunes en épocas de
verano. Ellos se han vuelto cada vez más
recurrentes y de mayor magnitud con el cambio climático acelerado que hoy vive
el planeta. Sin embargo, son muchos los
antecedentes que nos hacen pensar que en Chile no estamos haciendo bien las
cosas. Que incendios como los ocurridos
en los últimos días, si bien constituyen un fenómeno cada vez más habitual en
las estaciones cálidas, podrían
prevenirse de muchas formas, y así el daño ambiental, material y el sufrimiento
que éstos provocan, podría evitarse. Entre
estos antecedentes, me parece relevante destacar los siguientes:
Mientras
los lonkos mapuche Pascual Pichún y Aniceto Norin fueron condenados el 2004 por
el supuesto delito de amenaza de incendio terrorista de una propiedad forestal
de menos de 10 hectáreas, a una pena de 5 años y un día de cárcel, el culpable
del incendio del Parque Torres del Paine, de ser sancionado, lo será con una
multa de a lo más 4 UTM, o con un máximo de 61 días de presidio.
1.-
El incendio ocurrido en las comunas de Quillón y Florida se produce en una de
las regiones del país (Bío Bío) de mayor concentración de plantaciones de
monocultivos exóticos (pino radiata y eucaliptus), monocultivos que procesa,
entre otras, la planta de celulosa de Nueva Aldea, de propiedad de forestal
Arauco, allí emplazada, planta que también resultó afectada por el incendio. La expansión de las plantaciones exóticas en
Chile, iniciada ya hace décadas, ha sido financiada por cuantiosos subsidios
otorgados por el estado. No obstante
existir abundante información sobre los graves impactos ambientales que éstas provocan, entre ellos
el secamiento de las fuentes de agua y la pérdida de biodiversidad, sin hablar
de sus impactos sociales, como la emigración y el empobrecimiento de la
población. Paradójicamente, tales
plantaciones, que producen impactos adversos en los ecosistemas del país y los
dejan expuestos a siniestros como el incendio de los últimos días, han generado
utilidades millonarias, que en el caso de Arauco ascendieron el 2010 a más de
700 millones de dólares. Arauco se lleva
las utilidades, el estado debe apagar los incendios. Gran negocio para Chile.
2.-
Nadie puede desconocer que el patrimonio ambiental del país se encuentra
desprotegido de múltiples maneras. Ello
como consecuencia del modelo económico impulsado por el estado chileno, el que
como sabemos, se basa fundamentalmente en la extracción y procesamiento de
recursos naturales. También como
consecuencia de la debilidad del sistema nacional de áreas protegidas, sistema
que además de no proteger adecuadamente los diversos ecosistemas existentes en
el país, se encuentra en la actualidad no solo desfinanciado, sino también en
manos de una entidad privada (CONAF).
Así, por ejemplo, al año 2007 CONAF destinaba a las áreas protegidas de
todo el país tan solo 13 millones de dólares, en contraposición a los 46 millones
de dólares que destinaba a subsidiar las plantaciones de monocultivos, como las
de Arauco en la región del Bío Bío. No
es casual entonces que el personal de CONAF en Torres del Paine, no haya estado
preparado para combatir el incendio iniciado hace unos días atrás. Era algo que debía haber sido previsto. Cabe señalar que el proyecto de ley
presentado el año 2011 por la actual administración para la creación del
Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, si bien entrega la tuición del
servicio de biodiversidad al Ministerio del Medio Ambiente, cuestión por cierto
valorable, no prevé potenciar financieramente la administración de dichas
áreas, sino que por el contrario, propone su administración por privados a
través de un sistema de licitaciones. Cabe preguntarse entonces: ¿Cómo responderán
los privados, cuyo fin es el lucro, frente a siniestros como el ocurrido en
Torres del Paine en caso de asumir su administración? ¿Se harán responsables de
ellos o traspasarán la responsabilidad al estado? La respuesta es obvia.
3. De de acuerdo a la legislación vigente -la
Ley de Bosques-, que data de la década del treinta, la penalidad establecida
para los incendios de bosques es de una multa de hasta 4 UTM, o de sanciones
penales que no superan los 61 días de presidio.
Se trata de penas tan exiguas, que difícilmente podrán incidir en un
cambio en las conductas irresponsables de los usuarios de áreas protegidas del
estado, tanto nacionales como extranjeros, quienes no parecen tener mayor
preocupación por el cuidado de estos bienes comunes. Ello contrasta dramáticamente, por ejemplo,
con la severidad de las penas establecidas para el delito de “incendio
terrorista”, las que aún luego de la modificación de esta ley el 2010, pueden
alcanzar hasta 20 años de presidio. Solo
un caso para graficar esta realidad; mientras los lonkos mapuche Pascual Pichún
y Aniceto Norin fueron condenados el 2004 por el supuesto delito de amenaza de
incendio terrorista de una propiedad forestal de menos de 10 hectáreas, a una
pena de 5 años y un día de cárcel, el culpable del incendio del Parque Torres
del Paine, de ser sancionado, lo será con una multa de a lo más 4 UTM, o con un
máximo de 61 días de presidio. Esta
evidente injusticia es consecuencia tanto de la negligencia de los legisladores
para reformar una legislación anacrónica, así como de los tribunales de
justicia para interpretar y aplicar las leyes vigentes de manera adecuada. Con razón el parlamento y el poder judicial
cuentan con la confianza de tan solo el 13 % de la población, según la última
encuesta del CEP de diciembre de 2011, entidad que nadie puede acusar de
extremista o menos de ambientalista.
Chile
huele a quemado. Si no nos hacemos cargo
de las realidades aquí descritas que están detrás de estos incendios, y que
intentan dar pistas de los temas críticos que deben ser abordados para
enfrentarlos, no lloremos después por las desgracias que éstos provocan.
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