lunes, octubre 04, 2010

POLÍTICA Y PERIODISMO. Andres Rojo

Durante este año ha quedado demostrado más que nunca que la política moderna en Chile también se realiza a través de los medios de comunicación, tanto con ejemplos que han dado resultados positivos como negativos: El solo hallazgo de 33 mineros con vida elevó la popularidad de un ministro cuyo nombre, antes del accidente, era desconocido e impronunciable; las críticas ciudadanas a un proyecto de planta termoeléctrica obligó al Gobierno a saltarse la institucionalidad para evitar una crisis; y el movimiento de un grupo de comuneros mapuches en huelga de hambre se prolongó hasta que obtuvo gran parte de los objetivos que reclamaba, justo antes de entrar en una fase de aflojamiento de su fuerza ante los ojos de la opinión pública.


            Para comprender mejor cómo se interrelacionan la política con la comunicación es necesario tener en cuenta algunas reglas, que el Presidente Piñera conoce perfectamente, aunque las cumpla con cierta tendencia a un protagonismo excesivo y una superficialidad que, a veces, hace añorar los tiempos en que la política se caracterizaba por la oratoria y la lógica aristotélica.

            Lo básico en la comunicación es que lo que llama la atención es lo que compromete el interés de las personas, y en ello es útil recordar que la noticia es aquello que llama la atención, básicamente por su impacto emocional.   La lógica no apela a la curiosidad del público, como tampoco lo hacen los hechos que le producen sentimientos de incomodidad o franco rechazo.  El drama es el elemento ideal de la noticia, pero la atención no puede ser retenida de manera indefinida, sin acciones que ayuden a conservar esa atención.   Del mismo modo que el sentimiento colectivo no sintoniza con los argumentos, se requiere un cambio permanente porque la velocidad y la intensidad del bombardeo de informaciones y desinformaciones producen un agotamiento respecto a los rostros y las situaciones.

            El lenguaje de la política ha dejado de ser racional y ha pasado a ser predominantemente emocional o, si se quiere, simbólico, y es en ese terreno en donde se debe luchar por captar la adhesión ciudadana.  La mayor parte de la gente no vota por partidos ni programas de gobierno, sino por la empatía que los dirigentes logran captar sobre la persona común, y es desde esa perspectiva que prefiere rehuir los debates sesudos.

            Es lógico que a algunos ese panorama les pueda resultar soso e incluso decadente y alienante, pero la única alternativa es realizar un vastísimo esfuerzo pedagógico dirigido a una ciudadanía que tiene estímulos mucho más poderosos que la recuperación de una consciencia crítica y a través del mismo conjunto de herramientas que se critican.  Es el costo de no haber previsto esta situación a tiempo o de haber renunciado conscientemente a la formación cívica de la gente.