Europa y las migraciones: una paradoja. Hector Casanueva.
La Unión Europea vive en una constante paradoja frente a la inmigración. Es difícil comprender la expulsión de los gitanos en Francia o las leyes represivas de Italia, por citar un par de casos, cuando Europa necesita cada vez más inmigrantes para mantener y llevar el crecimiento económico a los niveles que le permitan competir globalmente y financiar la seguridad social.
Actualmente hay una persona mayor de 65 años por cada cuatro económicamente activas, pero en 2050 cuatro trabajadores contribuyentes deberán sostener a tres jubilados. Por eso, sólo en el caso de Alemania los cálculos indican que necesita incorporar 500 mil inmigrantes anuales, y en toda Europa, de mantenerse constantes los indicadores -o sea, si no se hace nada- el número de trabajadores se reducirá en 68 millones en cuarenta años más. La Comisión Europea acaba de poner en discusión el documento “Hacia un sistema europeo de pensiones adecuado, sustentable y seguro”, con escenarios al 2060 que combinan la postergación de la edad de jubilación, el aumento de las cotizaciones y sistemas híbridos entre acumulación y capitalización -todas ellas son medidas muy resistidas- los que en cualquier caso llevan a concluir que se necesita recibir en los próximos años a millones de inmigrantes. De hecho, el informe oficial del denominado “Grupo de Reflexión sobre el futuro de la UE 2030” menciona la cifra de 100 millones, y es enfático en afirmar que para enfrentar “el reto demográfico” es imprescindible incrementar la fuerza de trabajo y adoptar una política migratoria equilibrada, justa y “anticipatoria”.
En una Europa que envejece, con una expectativa de vida que aumentó en siete años en las últimas décadas, pero que hacia mitad de siglo aumentará en diez o quince años más, los inmigrantes aportan juventud y fuerza laboral, ya que actualmente su promedio de edad es de 34 años, frente a los 41,2 años de los autóctonos. Según el Banco de España, los inmigrantes contribuyen con la mitad de la tasa de crecimiento del PIB, o sea, si crece al 2%, 1% es aportado por el trabajo, el consumo y los impuestos que pagan los inmigrantes. Es de suponer que esto también ocurre en los demás países. Asimismo, como el informe antes citado señala, las migraciones aportan la diversidad necesaria para estimular la creatividad y la innovación.
La UE está frente a un dilema mayor, de cara a la nueva correlación geopolítica y geoeconómica mundial: si se imponen las visiones restrictivas y proteccionistas, las posibilidades de ser un actor relevante en el contexto global irán disminuyendo progresivamente, porque sin inmigración no podrá sostener el crecimiento, atender a sus adultos mayores ni competir con Estados Unidos o el Asia. Esto no será bueno para Europa y tampoco para los equilibrios globales en el nuevo orden internacional.
La controversia actual sobre este tema entre algunos gobiernos, los órganos supranacionales de la UE y la sociedad civil organizada, tensiona las bases de la integración y su institucionalidad. Hay que ver de qué manera lo comunitario logra imponerse, tarea que pone a prueba, una vez más, la visión estratégica y la capacidad política de sus líderes. Por nuestra parte, debemos mirar atentamente ese proceso, tanto por las similitudes en cuanto al reto demográfico –de hecho en Chile y otros países latinoamericanos ya se vive un fenómeno de estancamiento demográfico y aumento de la expectativa de vida que ponen en riesgo la sostenibilidad de los sistemas de seguridad social- como porque la UE es un socio estratégico cuya fortaleza o debilidad también nos concierne.
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