lunes, septiembre 20, 2010

Unidos por la memoria. Carlos Peña.

Los chilenos no son nada en particular.  Todos los rasgos que pudiéramos adscribirles -la endogamia, el racismo, un cierto fatalismo, la solidaridad emocional y explosiva, la tendencia al orden a cualquier precio-  se encuentran en grupos o  individuos de casi todas las sociedades. ¿Significa eso que carecemos de identidad y que, cualquiera de nosotros se sentiría a gusto en cualquier otra parte? Por supuesto que no.

Lo chileno, no hay duda, existe. Sólo que no hay que confundirlo ni con un puñado de rasgos psicosociales, ni, tampoco, con un conjunto de objetos en los que la chilenidad estuviera contenida. La nacionalidad no lleva anexo un carácter, ni tampoco se deposita de una vez y para siempre en un puñado de cosas. Lo chileno no está ni en la estructura de personalidad de los chilenos, ni en nada que pudiéramos atesorar físicamente.
Y es que lo chileno sólo puede existir como una memoria compartida.
Es propio de los seres humanos definirse mediante una historia. Si le preguntaran quién es usted -qué es lo que a fin de cuentas lo caracteriza o distingue de otros individuos-, no respondería indicando sus características físicas o psicológicas.  Usted, si quiere responder de veras, se pondría a contar una historia. Relataría las cosas que le han pasado y las heridas o el rastro de contento que dejaron en usted. No hay duda: usted -la individualidad que lo caracteriza- es la suma de las inscripciones y las tachaduras que el tiempo dejó en su memoria.
Lo que les ocurre a los seres humanos a la hora de su individualidad, le ocurre también a los pueblos a la hora de su identidad colectiva.
Son entonces chilenos quienes comparten, si no una historia común, al menos la ilusión del mismo origen. Chile, por decirlo así, es un gigantesco archivo de acontecimientos, lugares y comidas, que desata un mismo recuerdo. Lo que hace a los chilenos es, entonces, el recuerdo que todos juntos son capaces de desatar cuando miran ese archivo lleno de tachas y de borraduras,  escrito y reescrito mil veces.
 Freud -para quien el recuerdo y el olvido lo son todo o casi todo- sugirió alguna vez que el psiquismo humano era como esas pizarras que, cuando se llenan de dibujos y de palabras, se desocupan levantando la página para así escribir de nuevo. El resultado es que cada página es nueva y es la última; pero lleva en sí todas las demás. Eso es lo que les ocurre también a los pueblos: cada generación levanta la página de la pizarra y se pone a escribir de nuevo; pero al hacerlo no puede evitar mirar el rastro o la huella de la escritura anterior.  La nueva página (la que escriben los chilenos de hoy, los de la modernización) es así el intento por borrar y al mismo tiempo retener el testimonio anterior (el del Chile desigual y excluyente).
No cabe duda. Somos nada más que un archivo que sostiene la ilusión, siempre renovada, de que todos somos uno y que somos los mismos.