El ocaso de la Iglesia. Carlos Peña.
Lo más relevante de estos días —más, sin duda, que la encuesta CEP— es la pérdida de poder de la Iglesia y la incapacidad de los obispos para advertirlo.La Iglesia solicitó, con todas sus letras, un indulto con ocasión del Bicentenario. La petición, cumplidas ciertas condiciones, incluía a quienes violaron los derechos humanos:“No sería completa la ‘mesa para todos’ —declaró la Conferencia Episcopal— si no considerásemos en esta petición a quienes cumplen penas por delitos contra los derechos humanos cometidos durante el Régimen Militar”.Piñera decidió con prontitud inesperada. No habría indulto, dijo. Y en ningún caso se condonaría la pena a violadores de derechos humanos. Lo que los gobiernos de izquierda nunca hicieron —decirle a la Iglesia que no— lo hizo, sin demora y sin ninguna ambigüedad, un gobierno de derecha.
Sorprendente.
Era fácil imaginar coincidencias entre la agenda conservadora de una parte de la derecha y las urgencias de la jerarquía. Y así era plausible creer que habría oídos para lo que los obispos dijeran.
Pero Piñera se apresuró —en medio de la misa de doce, nada menos— a decir que no. ¿Quién habría imaginado —siquiera hace dos o tres años— tamaña pérdida de poder de la jerarquía?
Lo más sorprendente, sin embargo, vino después.
Luego de esa negativa, la Iglesia, a través del cardenal Errázuriz y el obispo Goic, se empeñó en demostrar que ¡su petición había sido acogida! Errázuriz se declaró —con una semisonrisa que no se supo si era ironía o resignación— “contento y agradecido” del Presidente. Y Goic subrayó, en un estilo lleno de recovecos, que, en su opinión, el Presidente había acogido mucho de lo que los obispos habían planteado. “Nos deja muy satisfechos”, concluyó.
Sencillamente incomprensible.
Todo esto va más allá del viejo arte del disimulo y la amenaza con parecerse a una pérdida de sentido de realidad de la jerarquía eclesial que, en materias públicas, parece ir de mal en peor.
Primero fue la tentativa —fruto del diseño o de la falta de realidad— de minimizar los abusos sexuales de algunos sacerdotes. Lo que a todos los ciudadanos les pareció un escándalo, al cardenal le pareció poco. Más tarde fue el caso en que está involucrado el sacerdote Karadima. La exasperante lentitud en la investigación —que a cualquiera indigna— se mostró, sin embargo, como una prueba de la prudencia eclesial, acumulada durante siglos de derecho canónico. El dinero entregado más tarde a probables testigos —con indesmentible apariencia de pagos a cambio de silencio— se presenta como una muestra de caridad. Y ahora la negativa de Piñera a su solicitud de indulto se interpreta como una prueba de que ella fue acogida.Una institución que aspira —está por supuesto en todo su derecho— a esparcir su mensaje y sus creencias en la esfera pública debe mantener una conducta y un discurso que, con prescindencia de su contenido, sea consistente y parezca dirigido a una audiencia racional. ¿No aconseja el evangelio decir la verdad, o sea, a llamar pan al pan y vino al vino? ¿Por qué entonces llamar acogida a lo que es una franca y simple negativa?
Esta actitud sólo se explica como un signo de lo que aqueja a la jerarquía de un tiempo a esta parte: la pérdida de contacto con la realidad. Ya es malo para ella que pierda poder, pero es malo para todos que pierda realidad.
Una sociedad abierta —no hay que cansarse de decirlo— debe permitir que todas las creencias comparezcan en la esfera pública. Así, los ciudadanos se forman su propia opinión y concurren luego a la voluntad colectiva. En todo esto la Iglesia Católica puede hacer un aporte. Pero para estar a la altura —alguien tiene que decírselo—, la jerarquía debe hacer mayores esfuerzos de racionalidad, y a la hora de comunicarse con los ciudadanos —es decir, con creyentes y no creyentes— seguir el mandato evangélico de reconocer los hechos.
Y no decir que fue si cuando fue no.
Porque cuando eso ocurre, una de dos: o la jerarquía aparece rompiendo el delgado hilo que nos une a la realidad, o los ciudadanos empiezan a sentirse tratados como estúpidos.
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