sábado, julio 31, 2010

¿Por quién doblan las campanas hoy? . Myriam Verdugo

La milenaria Iglesia católica ha tenido un tránsito muy diverso en la historia del mundo. Se inició siguiendo la figura de un transgresor, que puso al amor como escudo y a la justicia como espada. Un hombre de pueblo -seguido por el pueblo-, multiplicó su voz y se convirtió en el mayor transformador que el mundo ha tenido: Jesucristo.
Recorrió a pie valles, desiertos, poblados y fue sembrando una palabra de fe, de solidaridad, de amor al prójimo, de justicia. Por ello su mensaje trascendió su corta vida y su atroz muerte. Después de él, fueron otros hombres y mujeres quienes se encargaron de difundir el mensaje y lo hicieron desde el misticismo, desde la profunda fe o desde el poder. Y allí fue cuando el mensaje de este hombre humilde, que no necesitó de ropajes de oro o sedas para ser un grande, comenzó a transitar por distintas veredas: por la de la congruencia, por la del oportunismo, por la del poder por el poder.
Santos, beatos, mártires, se cruzan en la larga historia de la Iglesia Católica con abusadores, perseguidores, torturadores. Luces y sombras de una institución que marcó a la humanidad hasta el día de hoy.
Pero de ser una institución que delineó la estructura del mundo denominado “cristiano occidental”, incluida su más que criticable actuación en la sumisión de los nativos americanos, pasó a ser una iglesia hoy fuertemente cuestionada y muy disminuida en sus niveles de influencia. De ser una iglesia promotora de la esperanza para el oprimido en su legítima raíz, pasó a ser una iglesia mayoritariamente identificada con los poderosos; poderosos en lo político y en lo económico; pasó a ser una herramienta del poder. En los tiempos modernos resultan extremadamente funcionales a esta actuación las sectas Legionarios de Cristo y Opus Dei.
En nuestro país la Iglesia también ha pasado por diversas etapas. Fue la herramienta útil a la dominación del colonizador, se ligó con fuerza a la clase aristocrática dominante, conoció de la acción de verdaderos revolucionarios que unieron su trabajo pastoral al de los trabajadores y oprimidos del país. La lista de los curas obreros es larga. El ejemplo de San Alberto Hurtado es claro. La acción valiente, cristiana y de paz del Cardenal Raúl Silva Henríquez quedó grabada en la historia del país. Pero hoy día es diferente.
Hace tan sólo días la Iglesia católica entregó una propuesta de amnistía en el marco del Bicentenario de Chile, para favorecer a algunos detenidos por delitos comunes y de derechos humanos. Esta iglesia, mayoritariamente alabada por su actuación durante la dictadura militar, encontró ahora una fría respuesta a su afán de misericordia.
¿Cuál es el motivo de esta reacción? Dar respuesta a esta interrogante debe ser producto de una muy larga investigación. Pero a la vista saltan algunos hechos gravitantes: cada día menos curas comprometidos con la suerte del pueblo; cada día más curas comprometidos con el bienestar de unos pocos y, lo más doloroso, no pocos curas acusados de un crimen capital: abuso de menores y de no tan menores. Y ante esas trágicas realidades la Iglesia, como institución, se ha preocupado más de cuidar su imagen y ha visto a las víctimas como daños colaterales en lugar de alzar su voz en nombre de la justicia.
¿Tendrá esta milenaria institución la capacidad de comprender que no será a través de sectas, para las cuales la moral sexual es más importante que la moral social, como recupere validación y fuerza? Hasta el momento no somos pocos los que no abrigamos esperanzas.
La Iglesia Católica pasó de ser una casa en la que habitábamos muchos y muchas que creemos en los valores de la solidaridad, de la justicia, del amor, en una casa que obliga, que castiga y que protege lo indefendible, una casa que, en lugar de invitar a vivir en el amor de Dios, exige existir bajo el temor de un dios intolerante e inmisericorde.
De una iglesia con curas que acogían a los jóvenes, a los trabajadores, que abría su corazón a los “pecadores”, pasó a ser una Iglesia asociada a sectores tradicionales que no ven ninguna contradicción cristiana entre pagar malos sueldos, y gastar sumas onerosas en suntuarios que abofetean el rostro de los pobres.
Así, más allá de la posición de personas como Monseñor Goic, que pide un sueldo ético, de curas históricos como Puga, Baeza, Murillo, Pezoa, Aldunate con una historia de cercanía real con los que sufren, la imagen de la Iglesia de hoy día es la de aquella que censura, castiga, ordena, esconde. Una iglesia que decrece. Una Iglesia que parece no recordar una enseñanza que es tan sabia y sencilla en inglés, castellano, latín  francés o rumano… “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, un prójimo que no importa si es joven o viejo; masculino o femenino; rico o pobre; ignorante o ilustrado; blanco, negro o amarillo;… un prójimo que, simplemente, por ser creación del Padre, merece ser amado.
”La muerte de cualquier hombre me disminuye porque soy una parte de la humanidad. Por eso no quieras saber nunca por quien doblan las campanas; están doblando por ti”# Si las campanas suenan por ti, por mí, imaginémonos cuánto sonarán, si es por la Madre Iglesia, que se niega a la vida.