Democracia sin pluralismo. Alejandro Fuhrer
El orgullo de El Mercurio online es muy singular, convierte en virtud lo que es otra colusión evidente. Al imperio de su periódico nacional, suma 19 diarios regionales. No solo aglutina más del 50% del mercado de la prensa del país, sino también buena parte del mercado de la publicidad. No obstante, para la influyente familia Edwards esta alta concentración medial es un atributo republicano, una meta lograda, la consolidación centenaria de un imperio de la palabra.
Los consorcios Copesa y El Mercurio ostentan su poder sin modestia y renuevan estrategias para apropiarse del 2% del mercado nacional que les falta o quitarse lectores de un lado a otro del duopolio. Sus periódicos segmentados ayudan a multiplicar la oferta y a construir fidelidad con públicos diversos. Estrenan nuevos formatos, relevando la objetividad y profesionalismo para informar, evitando exhibir la huella ideológica de un periodismo cuyos dueños militan en la centroderecha. Ellos son propietarios fundamentales de la “opinión publicada” en nuestro país, determinando -en buena medida- lo que conocemos de la “opinión pública”.
En la TV de libre recepción, las grandes fortunas del país, comienzan a mover sus inversiones justo cuando la televisión digital promete multiplicar la cantidad de canales en la señal abierta e inaugurar inéditas formas de consumo audiovisual. Las mismas familias que poco afecto le tienen a la TV abierta, tienen muy claro quiénes –en cambio- son fanáticos de ella: los sectores populares.
En efecto, por estos días el canal católico -sorprendiendo hasta los más entendidos en el tema- sin licitación alguna y eludiendo el dilema ético de lucrar con una señal entregada a perpetuidad a una Universidad en los años sesenta, ultima detalles para concretar su venta a la Familia Luksic. Ello, mientras Time Warner -la multinacional dueña de CNN- acaba de adjudicarse la señal de Chilevisión. Pero hay más, porque Copesa no ha perdido el tiempo, adquiriendo recientemente el Canal 22 de la señal abierta.
Una solitaria radio Cooperativa, junto a radio Bíobío, parecen vencer en sintonía informativa en un mercado que también está concentrado en pocas manos. El grupo español Prisa es propietario de doce emisoras y de la mitad de la torta publicitaria, mientras que Copesa nuevamente exhibe su interés atávico por el mercado de las comunicaciones, ostentando seis emisoras a través del grupo Dial nacido en 2006; finalmente, el grupo Bezanilla se hace propietario de cuatro emisoras. Como queda de manifiesto, la radio tampoco escapa a la ansiedad monopólica de los grandes consorcios mediales.
Nuestra democracia, esa que reiniciamos hace ya un par de décadas, tiene atada sus voces diversas, aplanada la geografía variable de sus percepciones locales y nacionales. El libre mercado que no solo monopoliza el precio de los medicamentos, los combustibles y los alimentos en supermercados, también controla las impresiones de Chile, sus miradas y contextos, sus testimonios y esperanzas. La comprensión de lo que nos pasa, también está vaciada en pocas manos.
Es cierto, que la simple propiedad de los medios no logra capturar los imaginarios de la ciudadanía. La población desarrolla una rutina de consumo informativo y de entretención que mezcla diversos formatos y medios. Los fieles auditores de La Cooperativa, seguramente leen diarios del duopolio (Copesa-El Mercurio), sintonizan a alguna hora del día un canal privado en la TV abierta y algunos –los que tienen acceso a Internet- logran multiplicar sus opciones multimediales. Entonces, el pluralismo que no existe en la oferta, en cierto modo, es compensado por un consumo privado que suele pluralizar los mensajes y procesar la huella ideológica que trae la información febrilmente objetivada.
Nuevamente, las singulares estrategias individuales de la sociedad de masas suelen torcer la impudicia de los grandes grupos económicos, mediante unadieta medial programada y heterogénea que actúa como antídoto a las altas concentraciones comerciales. Ello, mientras la democracia exhibe todas sus limitaciones institucionales y políticas para regular los mercados de las comunicaciones y cautelar el valor supremo del pluralismo y la libertad de expresión.
En estas semanas, en que la desigualdad se ha tomado las portadas de muchos noticiarios, exhibiendo las profundas brechas que separan a ricos y pobres en nuestro país, ha quedado de manifiesto quiénes aglutinan los ingresos y cuál es el sector de la población que en plena crisis financiera global ha incrementado sus fortunas privadas. Pero, la concentración económica no es la única que importa, también es urgente develar las inéditas concentraciones mediales que se cristalizan en el Chile del bicentenario.
Después de dos décadas de gobiernos democráticos, el panorama en el ámbito del pluralismo y la concentración de medios es sencillamente desolador. La necesidad de intervenir los mercados de la información y la comunicación, tiene la misma emergencia que enfrentar los enormes muros de la desigualdad social y ambas tareas –casualmente- colisionan con el mismo decil, de donde provienen las tres o cuatro familias que unidas concentran no solo un alto porcentaje de los ingresos sino también la propiedad de la palabra. Quinto Poder.
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