Me carcurizo. Cristián Warnken
Me “carcurizo”, la emoción me nubla la cabeza y no quiero verla, no quiero ver la pelota en el área de Chile, me malacostumbraron a verla siempre cerca de la otra red, ojalá prisionera, clavada como bandera entre los palos de los otros, no importa cómo se llamen ni a qué continente pertenezcan.
Es que esto es más que una pelota y una docena de hombres corriendo detrás de ella. Éste es el mar de Chile que se levanta y se convierte en cielo, como en un poema de Zurita. Esto es el acabose de las cordilleras, esto es el desierto florido, arrebatado por una inaudita primavera. La primavera del alma de Chile, del ser que teníamos escondido en el patio trasero, pero que ahora estalla y lo hace sin condescendencia ni piedad, porque somos otra vez los guerreros mapuches en una guerra de fronteras, atacando por todos lados, poniendo en aprietos al enemigo, sorprendiéndolos, “estos indios tan bajos y con tanta garra, joder”. Mañana los haremos morder el polvo porque llevamos su sangre, pero transcurrida por estos ríos y estas piedras. Porque nos robaron el oro, pero nosotros les robaremos la pelota. Porque nadie para a Chile cuando se desborda a sí mismo, cuando se hace diluvio, cuando todos los faros de este extremo sur se encienden, cuando no nos achicamos, sino que nos alzamos como cumbres y nos hacemos bosques de hoja perenne y volcán. “Chile es fuego” tituló días atrás el diario español El País. Sí, Chile es volcánico y nuestra dulce lava está quemando los pastos de Sudáfrica. Somos un fuego que abrió los frígidos candados del cantón suizo, un fuego indio que puede arruinar mañana el refinado juego de la engreída patria madre.
Sí, sé que me excedo, que exagero, que me carcurizo a veces. ¿Es que la euforia y la pasión de Carcuro y la sapiencia eterna del “Sapo” Livingstone no merecían acaso una Roja como ésta? Mal que mal somos un país que ha sabido sacar la voz con sus grandes poetas, un país de gente pequeña, tímida, dulce, pero que cuando se encuentra con su destino gabrielea, pablea, vicentea, violetea, gonzalea y nicanorea, y sabe derrotar su atávica vocación por la derrota, y conjurar la fatalidad, y “la culpa la tiene el árbitro”, y el “será de Dios”. Chile será de Dios, cuando nosotros seamos dioses en la cancha y lo estamos siendo, Chile será eterno como sus nieves eternas cuando dejemos de llorar y hagamos llorar a los otros, cuando flameemos en todas las canchas como una sola bandera.
Creamos y creemos, sintamos con convicción que el mapa se dio vuelta, y Chile está arriba y no abajo, creamos en que jugar es lo más serio, tomémonos en serio por una vez, como lo han hecho los grandes creadores de esta patria. Dejemos atrás la chunga, el pillaje, la pequeñez, “piñisquemos” la grandeza, enamorémonos de su textura, de su olor.
Al terminar estas palabras les pido, señores oyentes, me permitan homenajear sin tregua y sin medida al más grande director de orquesta de la patria de las últimas décadas. Digámoslo con todas sus letras: sin el profesor Bielsa, todas mis palabras serían solo “letras” muertas. Nos faltaba una obra grande para llegar al Bicentenario, una que los que conducen los destinos de Chile no pudieron levantar en estas décadas, porque perdieron y siguen perdiendo el tiempo entre farándulas, ahogándonos en un mar de fatuas promesas. Bielsa, en cambio, se levanta como el nuevo padre de la patria, un padre riguroso, pensante, serio, sobrio, sólido. Él es nuestro Andrés Bello del fútbol, nuestro Portales en la cancha, él puso orden en el gallinero, él nos cambió el pelo y la piel y el alma.
Me “carcurizo” de nuevo, me pongo de pie, me arrodillo como indio agradecido ante el gaucho milagroso y, sin vergüenza y con la razón y la fuerza, tengo todo el derecho a gritar, esta vez sí que sí, y avalado por una excelencia de verdad y no una excelencia a medias: ¡Viva Chile, m....!
Es que esto es más que una pelota y una docena de hombres corriendo detrás de ella. Éste es el mar de Chile que se levanta y se convierte en cielo, como en un poema de Zurita. Esto es el acabose de las cordilleras, esto es el desierto florido, arrebatado por una inaudita primavera. La primavera del alma de Chile, del ser que teníamos escondido en el patio trasero, pero que ahora estalla y lo hace sin condescendencia ni piedad, porque somos otra vez los guerreros mapuches en una guerra de fronteras, atacando por todos lados, poniendo en aprietos al enemigo, sorprendiéndolos, “estos indios tan bajos y con tanta garra, joder”. Mañana los haremos morder el polvo porque llevamos su sangre, pero transcurrida por estos ríos y estas piedras. Porque nos robaron el oro, pero nosotros les robaremos la pelota. Porque nadie para a Chile cuando se desborda a sí mismo, cuando se hace diluvio, cuando todos los faros de este extremo sur se encienden, cuando no nos achicamos, sino que nos alzamos como cumbres y nos hacemos bosques de hoja perenne y volcán. “Chile es fuego” tituló días atrás el diario español El País. Sí, Chile es volcánico y nuestra dulce lava está quemando los pastos de Sudáfrica. Somos un fuego que abrió los frígidos candados del cantón suizo, un fuego indio que puede arruinar mañana el refinado juego de la engreída patria madre.
Sí, sé que me excedo, que exagero, que me carcurizo a veces. ¿Es que la euforia y la pasión de Carcuro y la sapiencia eterna del “Sapo” Livingstone no merecían acaso una Roja como ésta? Mal que mal somos un país que ha sabido sacar la voz con sus grandes poetas, un país de gente pequeña, tímida, dulce, pero que cuando se encuentra con su destino gabrielea, pablea, vicentea, violetea, gonzalea y nicanorea, y sabe derrotar su atávica vocación por la derrota, y conjurar la fatalidad, y “la culpa la tiene el árbitro”, y el “será de Dios”. Chile será de Dios, cuando nosotros seamos dioses en la cancha y lo estamos siendo, Chile será eterno como sus nieves eternas cuando dejemos de llorar y hagamos llorar a los otros, cuando flameemos en todas las canchas como una sola bandera.
Creamos y creemos, sintamos con convicción que el mapa se dio vuelta, y Chile está arriba y no abajo, creamos en que jugar es lo más serio, tomémonos en serio por una vez, como lo han hecho los grandes creadores de esta patria. Dejemos atrás la chunga, el pillaje, la pequeñez, “piñisquemos” la grandeza, enamorémonos de su textura, de su olor.
Al terminar estas palabras les pido, señores oyentes, me permitan homenajear sin tregua y sin medida al más grande director de orquesta de la patria de las últimas décadas. Digámoslo con todas sus letras: sin el profesor Bielsa, todas mis palabras serían solo “letras” muertas. Nos faltaba una obra grande para llegar al Bicentenario, una que los que conducen los destinos de Chile no pudieron levantar en estas décadas, porque perdieron y siguen perdiendo el tiempo entre farándulas, ahogándonos en un mar de fatuas promesas. Bielsa, en cambio, se levanta como el nuevo padre de la patria, un padre riguroso, pensante, serio, sobrio, sólido. Él es nuestro Andrés Bello del fútbol, nuestro Portales en la cancha, él puso orden en el gallinero, él nos cambió el pelo y la piel y el alma.
Me “carcurizo” de nuevo, me pongo de pie, me arrodillo como indio agradecido ante el gaucho milagroso y, sin vergüenza y con la razón y la fuerza, tengo todo el derecho a gritar, esta vez sí que sí, y avalado por una excelencia de verdad y no una excelencia a medias: ¡Viva Chile, m....!
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home